Los daños a los cerezos por el fuego: «En horas hemos perdido el trabajo de una vida»
La familia Olmedo, con tierras en el Valle del Jerte, cuenta entre cultivos abrasados cómo defendieron su finca de las llamas y escaparon del incendio de Jarilla
«Siento impotencia. Ves que tus cerezos se queman y se echa a perder lo que has trabajado durante décadas. El fuego nos rodeó ... y tuvimos que salir de la finca. Yo me fui porque mi familia me obligó; si no, no me voy». Así empieza la historia de Jesús Olmedo y sus hijos Álvaro y Pablo. Ellos han pasado los peores diez días de su vida y ahora, mientras caminan entre árboles abrasados, relatan cómo el incendio de Jarilla amenazó sus cultivos, lo que les da de comer.
El diario HOY les ha acompañado hasta la parte más alta del Valle del Jerte, el conocido como paraje de los pinos de Navaconcejo. Allí se llega por un camino estrecho y empedrado entre terrazas de cerezos. En total, unos 20 minutos en coche en los que el negro de la ceniza solo se ve en la zona más elevada.
Es un paisaje en el que hay cerezos y castaños que cultivan los vecinos, agricultores para los que la recolección de frutos es su modo de vida. Lo hacen en fincas colindantes con montes públicos que este verano estaban sin desbrozar y se han convertido en el pasto perfecto para avivar el incendio de Jarilla, que ya es el más grande de la historia de Extremadura con 17.000 hectáreas calcinadas y 170 kilómetros de perímetro.
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Fotos | Así han quedado los cerezos calcinados por el incendio de Jarilla
En ese terreno cubierto de ceniza yace hoy unos de los frutos estrella de Extremadura, con su picota como emblema de toda una comarca. Los agricultores estiman que se han visto afectados el 5% de los cultivos de cerezos de la zona alta del valle, la que no es visible para el turista.
Parte de ellos son de la familia Olmedo, que precisamente el año pasado recibió el premio a la picota más grande, con un calibre de 34,79 milímetros. Es muy conocida en la zona y tienen una finca de 27 hectáreas. En diez de ellas disponen de una plantación de cerezos y castaños.
«Siento impotencia; el fuego nos rodeó y tuvimos que salir corriendo de la finca; mi familia me obligó a irme»
Jesús Olmedo
Agricultor en Navaconcejo
«Hemos perdido el 40% de la producción. Hay muchos cerezos que se van a echar a perder y otros que van a tener un bajo rendimiento. En horas hemos perdido el trabajo de una vida. Aunque algunas hojas se vean verdes, al tocarlas se comprueba que están secas», dice Pablo mientras arranca algunas y en segundos se convierten en añicos.
«Hemos perdido el 40% de la producción de castaños y cerezos. No nos queda más remedio que arrancarlos»
Pablo Olmedo
Agricultor y estudiante de Ingeniería Agrónoma
Este joven de 21 años estudia Ingeniería Agrónoma y ha visto cómo en poco tiempo las llamas han puesto en peligro su futuro. «Este es nuestro sustento», comenta el padre de familia. Su hijo mayor, Álvaro, de 30 años, ha estudiado Administración y Dirección de Empresas. «Las pérdidas económicas son grandes. Lo comprobaremos durante la campaña de recogida», dice mientras divisa una estampa marcada por el negro de los pinares calcinados, el verde de los cerezos que han sobrevivido y el marrón oscuro de los cultivos afectados por el incendio.
«El fuego casi no ha entrado en nuestra finca porque lo tenemos todo trabajado. Está desbrozado, hemos hecho cortafuegos, pero la maleza del monte público ha hecho avanzar las llamas que nos han abrasado los cerezos», explica Álvaro. En la linde con el monte se observa que los pinares están totalmente quemados.
«No nos queda más remedio que arrancar los cerezos que se han echado a perder», cuenta Pablo consciente de que la suya es una de las familias más afectadas. Su finca está rodeada de bosque, antes frondoso y ahora carbonizado.
El inicio de las llamas
Mientras caminan por un paisaje desolador relatan cómo empezó todo. «Los conatos de fuego los vimos el jueves 14 de agosto en lo alto de la sierra y observábamos que no se apagaban. Ahí ya preveíamos que las llamas podrían llegar a la finca y procedimos a limpiar aún más la parcela para evitar que el incendio avanzara. Fue a más y, mientras tanto, mis hijos estaban en Asturias y en el País Vasco. No me dejaban de preguntar preocupados qué pasaba, pero intenté no alarmarlos. Estaban muy nerviosos y decidieron venir el sábado», recuerda Jesús.
«Cuando llegamos el fuego seguía en la parte alta de la montaña y amenazaba con bajar. No paramos de refrescar la zona hasta que en la tarde del domingo apareció el primer helicóptero. Sin embargo, horas después, vimos que venía una lengua de fuego por el pinar y tuvimos que salir corriendo para salvar nuestra vida», dice Pablo, que escapó de la finca junto a su madre.
Justo antes se encontraron con un agente del Infoex. Hasta ese momento no habían visto a efectivos en la zona, aparte de helicópteros. «Un coordinador de bombero forestal nos dijo que había que marcharse, que había mucho humo y que ya no se podía hacer nada. En ese momento, el fuego ya empezaba a rodear la finca por todas partes», cuenta emocionado y nervioso Álvaro.
Los momentos críticos
Vivieron momentos tensos y de angustia. También de mucho peligro y emoción por intentar salvar su finca. «Ya estaba quemada una parte y había un bombero con un cubo de agua mojando nuestra casa. Cuando nos vio, nos miró con desesperación, se puso a llorar, nos abrazamos y solo decía que lo sentía mucho, que el fuego le había encerrado», recuerda Álvaro.
En ese momento sintió desolación. «Toda la finca alrededor estaba ardiendo y empezamos a apagar el fuego por las lindes sin descanso», comentan estos agricultores. «Hicimos cortafuegos, mojamos toda la zona y estuvimos desde las siete de la tarde hasta las dos del día siguiente sin parar. Se quemó el contorno, pero salvamos parte», detallan con un nudo de la garganta.
«Al encontrarnos con el bombero nos miró con desesperación y llorando; solo decía que el fuego le había encerrado»
Álvaro Olmedo
Agricultor y graduado en Dirección de Empresas
Intentan contener las lágrimas mientras relatan el sufrimiento, el miedo y la impotencia de ver cómo las llamas casi acaban con todo lo que esta familia había construido durante décadas.
Ahora es el momento de empezar a estimar los daños. «De nada nos sirven los reproches políticos. Necesitamos saber qué plan hay de futuro. Tiene que haber prevención para que esto no vuelva a suceder. Que no hablen un mes y se tiren otros once sin acordarse de nosotros», pide Jesús. «Esta vez nos hemos quedado solos entre las llamas, pero eso no puede volver a suceder. Hemos visto un agente del Infoex y un camión con cinco personas para este paraje de 15 kilómetros. Suerte que no ha habido daños personales», añade Álvaro.
Planes de futuro
«Ahora queremos un proyecto a largo plazo. Primero fue el volcán de La Palma, luego la dana y nosotros no queremos ser los siguientes. No queremos que se hagan la foto, sino que nos den una solución de futuro», reivindican mientras siguen mostrando lo que ha devorado las llamas.
Su finca está cerca de Rebollar, localidad que tuvo que ser evacuada. Allí el paisaje aún es verde, pero a medida que se avanza a la zona del Ambroz lo que rodea a Cabezabellosa cambia al negro.
Ahí ya no hace falta bajarse del coche para comprobar la devastación del incendio. Aún huele a humo, hay silencio y un horizonte desolador. También se ven carteles que anunciaban inversiones europeas y señales que indican el camino para llegar al mirador de Cabezabellosa casi calcinados.
«Es un desastre. Conozco la zona y la imagen del antes y el después es horrorosa», contaba Rafael en el término municipal de Cabezabellosa. Es de Plasencia y está acostumbrado a hacer rutas en moto por las carreteras del Ambroz. «Verlo así da mucha pena», lamenta.
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