El círculo vicioso de los sintecho
Análisis ·
El caso del indigente fallecido en Cánovas hace visible un problema que persiste en las sociedades desarrolladas: el de la gente que vive y, a veces, muere en la calle«José vivía en la calle porque nadie le quiso nunca alquilar un piso». Este contundente titular apareció en HOY el pasado 25 de agosto. ... José es el sintecho de 54 años que había aparecido muerto dos días antes, parece que por causas naturales, en los jardines del Paseo de Cánovas, en pleno centro de Cáceres, y la frase corresponde a Hugo Alonso, responsable del área social de la asociación DYA, que conoce como pocos la realidad de las personas que viven o pasan gran parte del día en las calles cacereñas, muchos de ellos atrapados en círculo vicioso de alcohol, drogas y trastornos mentales que además de dañarse a sí mismos generan en ocasiones problemas de convivencia. Hugo y otros voluntarios como él recorren las calles cada vez que se activa el llamado Itinerario de Emergencia Social de Atención a Personas sin Hogar ante Condiciones Atmosféricas Adversas, un nombre muy largo que designa el protocolo que se pone en marcha en las olas de frío o de calor para prevenir, básicamente, que la gente que no puede o no quiere acceder a un centro de acogida y carece de una red familiar se muera en la calle. En Cáceres no son muchos, unos 15 según los datos que maneja DYA, aunque el número va cambiando porque algunos son nómadas, pero el problema existe.
La declaraciones de Hugo Alonso –que para nada buscan ser moralizantes ni una reprimenda, sino tan solo constatar una realidad que tenemos ante nuestros ojos– han sido bastante aplaudidas en los últimos días, especialmente entre quienes se dedican a los servicios sociales, porque pocas veces alguien con conocimientos y responsabilidades se pronuncia en público con tanta claridad y contundencia sobre temas tan espinosos. La primera reacción de muchos ante ese titular será escandalizarse por la falta de humanidad de quienes se negaron a arrendarle una vivienda a José y su pareja, o a otros en su misma situación, a pesar de que la pensión que cobraban ambos les hubiera permitido pagarlo. Pero no seamos hipócritas. ¿Cuántos de nosotros alquilaríamos nuestra casa a alguien en esas condiciones? ¿No buscaríamos cualquier excusa para no hacerlo? Al fin y al cabo, para eso están los servicios sociales, ¿verdad? Puede ser pero, como explicaba el coordinador de DYA social en la entrevista del 25 de agosto, la cosa no es tan sencilla. Muchos sintecho prefieren estar en la calle que en un centro de acogida sencillamente porque en ellos no se les permite beber alcohol y están sujetos a horarios y normas que no se encuentran en condiciones de cumplir. También es casi imposible que puedan acceder a una vivienda social porque a menudo carecen de un teléfono o una dirección donde puedan recibir notificaciones.
¿Qué hacer entonces? ¿Qué recursos públicos se pueden utilizar para que estas personas lleven una vida más digna y al menos no se mueran en la calle, como le ha ocurrido a José, y a otros antes que él? ¿Llegados a un punto, el internado en un centro psiquiátrico es la única alternativa? Yo, desde luego, no lo sé, y la solución no será sencilla cuando los sintecho siguen existiendo, si no aumentando, en todas las ciudades de los países más desarrollados del mundo, incluidos aquellos con mejores recursos de protección social. Es un claro fallo del sistema.
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