Pablo Guerrero en su último Olympia
César Muñoz
Periodista
Domingo, 12 de octubre 2025, 02:00
En los barrios del norte de Madrid atardecía antes. Cerraban los negocios y las tiendas y montábamos en el vértigo del metro cuando ya oscurecía, ... a veces noche cerrada cuando caía el invierno. Íbamos a ver a Pablo Guerrero al último Olympia de su vida, la sala Galileo Galilei de Madrid. Un cuarto de hora, más o menos, hasta la estación de Filipinas o Canal.
Fuimos varias veces en los últimos años, algunas incluso en el mismo curso. Hacíamos algo parecido a lo que Pablo había hecho con Camarón décadas antes, aquellos veranos que seguía al mito flamenco un concierto tras otro. Íbamos cuando presentaba disco, cuando había algo que celebrar y cuando no. Era la época de dos discos gloriosos de Pablo, 'Catorce ríos pequeños' y 'Mundos de andar por casa'.
Entonces todavía decía que le faltaba por grabar un disco dedicado a lo que Madrid le había dado y lo que él se había dejado en ella; entre otras cosas, más de media vida.
Entre la composición de 'A cántaros' y la última vez que la cantó pasaron cincuenta años
Estos años que íbamos a verlo tenía costumbre de tocar periódicamente en Galileo; también lo vimos en Toledo, en una función doble con la banda Suburbano en el Círculo de Bellas Artes. Ya había vuelto a tocar 'A cántaros', que no interpretó durante un tiempo porque consideraba que restaba protagonismo al resto de su repertorio. En una ocasión, al final de un concierto, él mismo llamó al escenario a los amigos que estaban en la sala para cantarla todos juntos a coro. Pero 'A cántaros' nunca nos sonó más viva que cuando la cantaba él solo.
El día que lo conocimos, también en Galileo, actuaban cincuenta amigos cantautores y estaba Pablo Guerrero. Al final subimos al camerino en su busca. Él debía ser de los veteranos, pero de los que se dejaban ver. Lo saludamos, intercambiamos señas y a partir de ahí hablamos con alguna frecuencia.
El metro Antonio Machado, los bloques de la Ciudad de los Poetas, las palmeritas con chocolate de La Baguette, una charla con el poeta Santos Domínguez. Unas veces llegaba una caja de la discográfica con ejemplares de su último lanzamiento, que circulaban con generosidad. Otras el paquete lo enviaba la editorial: en poco más de veinte años sus poesías completas llegaron a ocupar casi mil páginas.
De sus canciones tenemos muchas favoritas. Cito intentando apartarme de las más conocidas. De las primeras, 'Pepe Rodríguez' o 'Enredado entre tu pelo'. De su madurez, 'Zona de luz' o 'Dueña de un reino'. Y de su última etapa, 'Agua de tus manos', 'Tiempo dame tiempo', 'Con tus ritmos lunares', 'Romero si vas a Roma', 'Llegaron las cigüeñas' o 'Lleno vacío'. Él mismo hizo una 'Antología personal' de sus canciones, que salió en formato de lujo con libro y tres cedés. Con su poesía lo mejor es espigar su obra completa y dejarse llevar.
Ambas variantes de su obra tienen en común que su compromiso y su exigencia con ellas iban creciendo parejos a su edad. Su voz sobrecogedora lo aproximó a aquello que dijo en El País el periodista Diego Manrique cuando lo llamó el «Leonard Cohen español» o algo parecido. Llamamos a Manrique para corroborarlo. «No recuerdo cuándo lo dije, pero lo podría defender. Era algo que por su extrema timidez estaba fuera de su alcance, pero tenía un enorme talento. Era un creador con línea propia que no seguía ningún tipo de moda. Por tímido y modesto, le faltaba la madera necesaria para combatir en este mundo tan terrible. Lo seguí hasta el final. Me lo encontraba de vez en cuando y lo saludaba, pero era difícil entablar conversación con él. Me gustaba cuando hacía letras para otros artistas que estaban lejos de su palo musical pero que reconocían su grandeza», reflexiona Manrique. Se refiere, entre otros, a Esclarecidos, Javier Álvarez, Hilario Camacho o Luz Casal. Le hicieron un disco tributo donde le rendían honores Aute y Serrat, por ejemplo.
Entre la composición de 'A cántaros' y la última vez que la cantó pasaron cincuenta años. Ni siquiera esperó a la Navidad para redondear la fecha: se fue un noviembre discretamente, el de 2021 en concreto, en línea con la personalidad que comenta Manrique.
En una peculiar entrevista en El Mundo hace veinte años dejó la siguiente pista, reveladora con respecto a su obra y su forma de ver la vida, y muy en concreto con la frecuente relación que mantuvo con la tierra que le vio nacer: «He querido reflejar en lo que hago la esencia de aquellas tierras tan hermosas y la esencia, en último término, de Extremadura».
Personalmente, me quedo con dos momentos que compartí con él. El primero, por supuesto, tiene que ver con esos años tan intensos de verlo en directo. En concreto, un concierto en Galileo al que fuimos unas diez o doce personas en total. Estábamos con Alicia, Pepa y Rafa Galán; quizás Fernando Lucini con la capa en alguno de los asientos de platea. No era ninguna efeméride ni fecha señalada. Fue un ambiente muy especial donde Pablo se explayó cómodamente y, sin duda, el mejor concierto que le he visto. El segundo momento fue en la calle Machado, una tarde que fui a verle con mi amigo Asís Lazcano. Estuvimos hablando un rato y nos hicimos unas fotos que ya son un tesoro inestimable.
El último día de septiembre se fue para siempre en otro atardecer de Madrid, recién llegado el otoño.
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