Un día tonto en la Expo
La muestra universal de Milán, dedicada a la alimentación y que aspira a desatar un debate global sobre el hambre en el mundo, es en realidad un gran camelo
ÍÑIGO DOMÍNGUEZ
Domingo, 10 de mayo 2015, 13:42
La huelga de esta semana en el colegio de mi hijo en Roma cae justo el día que voy a la Expo de Milán, así que me lo tengo que llevar. Pero bueno, insisten en que es para las familias. La alcaldesa de la ciudad presentó en su día la feria de 2015, dedicada a la alimentación, de esta manera: «No solo buscamos el crecimiento económico, sino reforzar el diálogo intercultural con los países sacudidos por el hambre y la pobreza, una propuesta de los nuevos paradigmas para la existencia del mundo». Mejor al niño no se lo digo, perdería credibilidad. Le cuento que es una especie de parque de atracciones sobre la comida. No sabía lo acertado que estaba.
¿NUTRIR EL PLANETA?
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Hasta octubre
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Precios
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80 pabellones
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Corrupción
La ubicaron en un descampado para que saliera barato, ya que no necesitaba una regeneración ambiental. Luego encontraron amianto y todo se complicó. La limpieza fue la primera obra que se adjudicó -en 2011, tres años y medio después de ser asignada la Expo- y debía preparar el terreno para construir lo demás. La acaban de terminar y el presupuesto ha subido de 58,5 a 127,5 millones. Dentro de seis meses desmontarán todo y no se sabe qué va a ser de este lugar. En total, ha costado 14.000 millones. Todo sea por fomentar la reflexión sobre la agricultura y el hambre en el mundo.
Entramos dispuestos a concienciarnos de lo que sea y lo primero que se ve es el pabellón de Cáritas, otro de la catedral de Milán y una fabulosa tienda de helados de una marca famosa. Sí, se han colado grandes marcas, como patrocinadores. El niño va para allá atraído por un futbolín, pero cuesta 50 céntimos. No hay nada gratis, nadie te ofrece pinchitos autóctonos. Pagas la entrada y luego es cosa tuya.
Los pabellones se extienden por una avenida de kilómetro y medio. En el primero, de la República Checa, te recibe un bar con el orgullo nacional, su cerveza. La caña más pequeña, cuatro euros. Dentro hay una exposición de algo, pero no parece gran cosa y nos largamos. Será igual en casi todos los edificios: un montaje más o menos apañado sobre algún producto local y luego visite nuestro bar o llévese algo de la tienda. Así es difícil transmitir a los chavales el valor de las acciones desinteresadas. Según sales del pabellón de Vietnam hay un indio que te intenta convencer de que entres al suyo por una puerta lateral. Dentro solo hay un mercadillo de baratijas a cinco euros y puedes regatear. Se supone que aquello va del arroz basmati, pero hay que leer unos paneles y da pereza. El factor didáctico queda relegado a los carteles, pantallas táctiles y vídeos de los que pasa todo el mundo.
Para comprobar si el cutrerío es solo cosa de pobres, vamos al pabellón gastronómico del Reino Unido, un 'expo-oxímoron'. Han puesto un pradito con una gran bola de alambres. Nos cuentan que todo está dedicado a la abeja, ese valioso insecto -aunque esto ya lo sabía hasta mi hijo-, y que los alambres representan una colmena. Es más, cada lucecita está conectada a una abeja real de un enjambre de Nottingham y refleja su actividad. El niño me mira para saber si puede reírse o es una cosa seria de mayores. Esto es lo que hacen en los pabellones de los países ricos: chorradas más caras. Pedimos un agua mineral, una auténtica 'Ty nant' de Gales, dos euros. El sandwich de 'roastbeef' cuesta nueve.
Desistimos de ser serios y vamos al de Brasil. Dicen que es el más divertido. Han colocado una red elástica gigantesca donde la gente salta y se hace fotos. Debajo se ven parterres con plantas. Me explican que intentan transmitir el respeto por los cultivos, sobrevolando grácilmente sobre ellos. Dudo que la multitud pille la idea, pero al menos se lo pasa bien. Luego hay vídeos con las espectaculares cifras de Brasil en la exportación de pollos. Dicen que el de Japón está muy bien, pero hay una gran cola. Nos alejamos corriendo de otros que pone «Yo siento Eslovenia» o «Respira Austria».
Lechal de Valladolid, 32 euros
Para comer algo optamos por el de España, el niño quiere tortilla y croquetas. Pasamos la exposición-pretexto, una breve confusión de vídeos y música donde se ve a Adriá y cocineros famosos, y llegamos a la zona del restaurante. Hay tres: una terraza, un bar de raciones y otro vip, todos llenos. Curioseo en el pijo: espalda de cordero lechal de Valladolid, 32 euros. También hay una tienda como esas de gourmet caras de los aeropuertos, con vinos y conservas, un señor cortando jamón -«Spanish National Treasure», dice un cartel- a razón de 40 euros los 100 gramos y un chico que vende chuletones donostiarras a 124 euros el kilo. Comemos en la terraza con atronadoras sevillanas, aunque luego ponen 'Lobo Hombre en París'. Son 49 euros por cuatro raciones, una fanta y una caña. Intentamos mantenernos lejos del gasto medio de 500 euros por toda la estancia que espera de nosotros la organización.
A lo largo de la avenida hay varios puestos de TechnoGym, una marca de aparatos de gimnasia y cintas para correr. «Móvamonos por un mundo mejor», proclaman, como en un musical. Pasan muchas excursiones escolares comiendo patatas fritas y guarradas tóxicas, probablemente sin denominación de origen. Entre los lugares solitarios destacan los 'cluster', poblados de pabellones pequeños para países sin pasta, agrupados temáticamente por productos: arroz, cereales, tubérculos... Casi todos están cerrados. En el del cacao nos explican que aún no ha llegado la mercancía. Sí ha llegado y sí están abiertas las tiendas de marcas buenas alusivas al tema, una heladería de Pernigotti y una gran tienda de Lindt. El del café está dominado por la marca Illy. Oyes la voz de su dueño, que aparece en una pantalla mirando pensativo el mar tropical. Luego te asomas al caseto cafetero de Timor Est, por ejemplo, y ves a dos azafatos aburridos enfrascados en sus móviles entre cuatro pósteres turísticos. No pueden competir.
En una entrañable metáfora de nuestro tiempo, detrás del pabellón de EE UU está el de las Empresas Unidas de China. Al lado, el de Coca Cola, que no podía faltar en todo lo que sea hacer el mundo más feliz. Al cabo de cinco horas, cansados y sudorosos, nos vamos. Entonces descubrimos el edificio más monumental, el de la ONU. Se llama Pabellón Cero, quizá porque por aquí la reflexión se acerca al cero absoluto. Es el recinto más aparente y trabajado, pero no deja de ser una acumulación artística de colosales obviedades: el hombre domestica los animales, la sociedad era rural y ahora es urbana, tiramos mucha comida...
Ni siquiera hay ese pique entre países por ver quién hace la tontería más grande. El sultanato de Omán se ha marcado un castillo, pero en general se nota un cansancio planetario por estos eventos. Ya no es como en la Expo de París de 1889 con la torre Eiffel, habría que asumirlo. Milán solo competía con Esmirna (Turquía) y su tema «Nuevos caminos para un mundo mejor, salud para todos». Este gran camelo metafísico quizá tenga sentido, como publicidad y turismo, para la ciudad organizadora. La gente, misteriosamente, sigue yendo: se esperan 20 millones de visitantes, 15 de ellos italianos. También con la Expo de Sevilla en 1992 parecías tonto si no ibas. Se impone el efecto ombligo: la prensa italiana lo presenta a bombo y platillo como una fabulosa Disneylandia filosófica donde se deciden los destinos del mundo. Es obsceno que con la misma facilidad que se derrochan montañas de dinero se manoseen conceptos sacros como el hambre o la comida. Si ya las cumbres serias sobre el tema a veces parecen inútiles, qué decir de una gran feria de productos regionales. Para mi hijo, lo mejor era la cama elástica de Brasil hasta que le dieron un fantástico globo de colores en el McDonalds, con diferencia el lugar -ellos lo llaman restaurante- más lleno de todos. En el globo pone «Feliz comida». Llamamos la atención en el tren y nadie cree que venimos de la Expo.
La Expo 2015 se celebra en Milán del 1 de mayo al 31 de octubre. Está dedicada a la alimentación y su lema es «Nutrir el planeta, energía para la vida». Se halla a 15 kilómetros de la ciudad en una gran zona de 110 hectáreas.
El precio de los billetes varía. Un adulto paga 39 euros por una jornada completa y un paquete familiar para una pareja y un niño vale 84,50. Hay pases para dos y tres días. Las entradas se pueden comprar en la web www.expo2015.org.
Participan 145 países, organizaciones internacionales, ONG y marcas comerciales. En total hay 80 pabellones, de los que 53 son de naciones. El resto se agrupa en nueve zonas temáticas sobre productos, del arroz al café.
Ha estado rodeada de polémica por el retraso en las obras y los casos de corrupción e infiltración mafiosa. También por los costes, 14.000 millones. Se esperan 20 millones de visitantes con un gasto medio de 500 euros, un negocio de 9,4 millones.