Todos mienten
Victoria Pelayo Rapado
Sábado, 20 de abril 2024, 08:08
Cada vez y con más frecuencia distintas personas dicen que han dejado de ver telediarios y de escuchar informativos de la actualidad nacional e internacional. ... Conocidos, amigos o familiares comentan que el mundo se ha vuelto insoportable y no quieren saber más. Miento y digo que yo tampoco. No sé por qué, por pereza infinita, quizá, porque no me apetece buscar explicaciones a este empeño mío en ver los telediarios. Las noticias que llegan desde cualquier lugar son escalofriantes, y ver los informativos pone el estómago del revés. Muerte y destrucción por todas partes. El odio provoca guerras por el territorio, por la religión, por la lengua o por la etnia; en el paso que hay del amor al odio surgen los crímenes más atroces cuando el que mata es el marido o el padre.
En casa de mis padres, cuando era niña, veíamos el telediario mientras comíamos, y nadie podía hablar porque mi padre lo silenciaba con un gesto para no perderse ninguna noticia de aquel entonces, mucho más amable que el de ahora. Será que aquella escuela me volvió adicta a los noticiarios porque ahora, mientras me tomo el café, no puedo sustraerme a la diarrea del parte diario de guerras, estallidos violentos, asaltos a embajadas, insultos en el Congreso, asesinatos de inocentes, injusticias, en fin, o polémicas del tipo que sea. Hace años, de visita en casa de unos amigos, el anfitrión encendió el televisor y le quitó el volumen para escuchar música clásica mientras comíamos. La solemnidad de los clásicos no necesita maridar con nada, con imágenes televisas menos, así que aquello no tenía sentido. Imaginará el lector que aquella comida se me atragantó. El matrimonio no duró mucho.
Por eso el día que Almudena Ariza, corresponsal en Jerusalén, fue interrumpida durante su conexión en directo para el telediario de TVE yo lo estaba viendo. Y no atenta, precisamente, porque después de más de seis meses de guerra sé lo que va a contar: número de bajas, o sea de muertos; número de proyectiles lanzados con éxito, o sea matando; camiones con ayuda humanitaria interceptados, matando de hambre, además. La guerra es cansada también para los espectadores, por eso no estaba atenta, sino contestando a un wasap. Ariza no hablaba de niños asesinados, hospitales destruidos u ofensivas con lanzagranadas; sus palabras inusuales y el tono de voz nuevo anunciaban una novedad que captó mi atención. La secuencia dura apenas un minuto, se ve a un hombre interponiéndose entre la cámara y ella, quien, a pesar de sus esfuerzos y sin dejar de repetir que está trabajando, no puede esquivar al intruso, porque una y otra vez él se cruza en medio impidiendo que veamos su imagen.
Al lector que no lo vio en directo se lo habrán contado o lo habrá leído después, porque yo creo que quienes aseguran no ver noticias, en realidad no dicen toda la verdad. Podemos apagar el televisor, o no encenderlo, la maquinaria de matar nunca se apaga, cuando no se mata por odio, se mata por amor. Aunque aquí tengamos la opción de apagar el receptor y escuchar música clásica.
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