Ocurrencias
CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO
Sábado, 3 de julio 2021, 09:41
Una amiga italiana estaba en la capital de Turkmenistán por asuntos de la ONU. Sentada en su habitación en Asjabad llamó a su madre. Mientras ... la conectaban a través de la recepción del hotel de la era soviética, notó una respiración profunda en el otro extremo de la línea que obviamente no provenía de su madre. Mientras su madre le contaba los cotilleos de Venecia, una voz grave de repente intervino en la conversación e insistió: «¡Hablen inglés, por favor!»
Esto fue durante el reinado de Saparmurat Niyazov, el primer dictador del país después de la caída de la URSS. Turkenbasi, o el jefe de todos los turcomanos como él mismo se imaginaba, se había coronado presidente vitalicio y no toleró ninguna oposición a su gobierno. Por lo tanto, no es de extrañar que tuviera a funcionarios de la ONU espiados, incluso si sus fisgones no eran multilingües.
Cuando no estaba tomando medidas 'enérgicas' contra la oposición, Niyazov también tenía una inclinación por hacer decretos extraños. Cosas como prohibir a los presentadores de noticias usar maquillaje porque le resultaba difícil distinguir entre presentadores masculinos y femeninos. Un día, los turcomanos al despertarse descubrieron que había abolido la palabra turcomana para pan, rebautizándolo con el nombre de su madre y, en otra ocasión, que había decretado que los meses llevarían su nombre y el de su familia.
Sin embargo, leyes extrañas no están reservadas para los hombres fuertes de Asia Central. En Florida, puedes meterte en una situación espinosa si te descubren fornicando con puercoespines o, de hecho, con cualquier otro animal. Si te pillan conduciendo sin camisa en Tailandia o, dios no lo quiera, criticando a la monarquía, encontrarás problemas. Y no solo los tailandeses veneran tanto a sus querido líder. El mismo comportamiento le pondría en contrariedades en Marruecos y tan recientemente como en 2012 en nuestra vecina francófona, era ilegal ser grosero con el presidente o llamar a tu cerdo como el jefe de estado.
Aquí en España tampoco somos inmunes a leyes y regulaciones risibles. Ponerle el nombre del rey a tu cerdo probablemente no te llevará a la cárcel, pero podrías terminar en líos por insinuar que la monarquía tiene secretos en Suiza.
Sin embargo, el problema más profundo no son estos intentos atávicos de defender el honor del jefe de estado o de proteger los sentimientos de quienes creen en poderes sobrenaturales. El verdadero dilema es simplemente la gran cantidad de leyes y regulaciones aquí en España. Muchas de ellas anacronismos obvios que se pierden en este lodazal legislativo. Perdidos o tal vez, como actos de buenas intenciones en lugar de leyes que deben hacerse cumplir, terminan abandonados como moribundos monolitos grises en medio de rotondas.
Propongo un desafío a nuestros legisladores, uno que tiene sus raíces en el país de mi nacimiento, Canadá, donde recientemente aprobaron una ley que establece que, por cada nueva regulación federal creada, el gobierno debe derogar una carga regulatoria igual.
Un desafío que no solo reduciría la cantidad de leyes obsoletas, sino que obligaría a los legisladores a reflexionar seriamente antes de promulgar una nueva ocurrencia. Si no, pronto también nosotros podemos encontrarnos con otra palabra para nombrar pan.
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