Rodríguez Ibarra: «Esta región es difícil, hay una parte de la población que espera que la gente fracase»
Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Expresidente de la Junta de Extremadura ·
El socialista reflexiona sobre la Extremadura que se encontró cuando se cumplen cuarenta años de la autonomíaEl próximo 25 de febrero se cumplen 40 años del Estatuto de Autonomía de Extremadura. El 13 de junio de ese año fue elegido presidente ... de la comunidad el socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra (Mérida, 1948), quien seguiría 24 años más en el cargo. En esta entrevista repasa algunos episodios de la Extremadura que se encontró y de la política actual, aunque contenido. Y se enorgullece de que en la fiesta de su último cumpleaños, en enero, Alfonso Guerra y Felipe González «volvieran a ser amigos tras años sin hablarse».
–Se puede decir que tanto lo bueno como lo malo de Extremadura hasta hace 15 años le es atribuible. ¿Costó crear identidad autonómica? ¿Qué escollos fueron los más difíciles de superar?
–Honradamente, he de decir que la autonomía en Extremadura no fue una demanda de los ciudadanos ni era una reivindicación como podía ser en Cataluña y el País Vasco, que querían recuperar lo que habían perdido. Nosotros no; éramos una región que no tenía más que aspiraciones de futuro, en el supuesto de que quisiera ganar el futuro, porque tenía la moral bastante perdida. Fue algo que nos posibilitó la Constitución de 1978, pero que no nos obligaba. Sin embargo, los parlamentarios y políticos de aquel tiempo decidimos meternos de lleno en el tema autonómico. Era un proceso por arriba, en el que los ciudadanos no tenían nada que ver. Cuento como anécdota que cuando iba a un pueblo a difundir el estatuto, en la etapa preautonómica, llegaba y decían con entusiasmo: 'viva el señor gobernador', porque no se sabía lo que era la autonomía. Cuando empezaron a descubrir de qué iba esto, comenzaron a pedir de todo, y era una situación absolutamente desesperante porque, para que te hagas una idea, empezamos con un presupuesto de 200 millones de pesetas, millón y pico de euros, y la gente pensó que si ya tenemos un gobierno de Extremadura, ya podemos arreglar todas carreteras, traer industria... de todo. Había una petición excesiva en una región con una gran dependencia de la agricultura y no estábamos en la Unión Europea, por lo que no había ningún incentivo. Costó trabajo conseguir que los ciudadanos entendieran que por primera vez en la historia Extremadura tenía la posibilidad de intentar escribir un futuro e ir a por él. Al principio, todo el mundo pensaba que esto era para políticos. Incluso había un editorial del diario HOY que decía que la gente creerá o no en la autonomía en función de que sirva o no para colocar a los amigos de los políticos. Fue una etapa muy difícil.
«En mi cumpleaños no conversamos mucho de política, date cuenta de que Felipe y Alfonso llevaban años sin hablarse»
«Peleé hasta la saciedad por la refinería; creo que el infarto fue por eso»
–Echar la vista atrás cuarenta años es retroceder mucho, pero ¿considera que se debieron pelear otros intereses para esa Extremadura ya entonces en desventaja con el resto de territorios? ¿Quizá haber enfocado el desarrollo por la industria?
–Nosotros conseguimos del Gobierno de Felipe González algo inaudito, y era que se declarara Extremadura como región en declive industrial, como Asturias o Valencia. Y eso significaba que quien quisiera instalar una industria en Extremadura, como en el País Vasco o Asturias, tenía una subvención de hasta el 50%. La primera apuesta fue intentar hacer un desarrollo industrial de la región. ¿Qué pasaba? Que no teníamos infraestructura. En aquel momento era el acero, el carbón, las comunicaciones, los puertos. Lo que hicimos es que con esa subvención y la creación de la sociedad de fomento industrial de Extremadura conseguimos que el tejido industrial se fuera desarrollando de forma espectacular. Cuando llegué a la Junta, en Extremadura había 6.000 empresarios y la empresa que más facturaba era una concesionaria de automóviles de Badajoz. Cuando me marché, teníamos 66.000 empresas. Con la política de avales se consiguió que mucha gente diera el paso de crear industria, no muy grande, pero poco a poco. Nuestro objetivo era ir disminuyendo el peso de la agricultura para irlo llenando con servicios e industria. Cuando me opuse a la central nuclear de Valdecaballeros, recuerdo una conversación con Felipe González en la que le dije que si me cambiaba la estructura económica de la región, aceptaría esa central y dos más. Pero no podía ser que siguiéramos dependiendo de la agricultura y tuviéramos una central instalada y otra en marcha para producir el 50% de la energía de España. Cámbiame la estructura económica, instala la fábrica de coches que se va a Vigo y te acepto la central. Pero dependía mucho de que hubiera gente que quisiera jugar su dinero, de que el gobierno canalizara algunas industrias hacia el sur y de las comunicaciones. Aunque siempre he tenido la idea de que no se sabe qué es primero, si el huevo o la gallina. Cuando Gallardo cierra la siderúrgica Balboa en Jerez de los Caballeros, se cierra la línea de tren Jerez-Huelva. Cuando Ricardo Leal abre la siderúrgica, se abre la línea. La industria hace que se abran vías de comunicación, no a la inversa.
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–En 2008, tras dejar la Junta, le preguntaban en una entrevista en HOY qué le faltaba a Extremadura. Decía que confiar en sus posibilidades y acabar con el mito del Estado. Que faltaba cierta ambición. ¿Sigue pensando lo mismo? ¿Cree que es posible alejarse del Estado cuando grandes infraestructuras, como las ferroviarias, dependen de él? Incluso los fondos europeos siguen siendo necesarios.
–Es verdad que Europa vive de algo que no produce, del Banco Central Europeo, o sea, que somos una economía ficticia. Pero cuando decía alejarnos del Estado hablaba sobre todo del proceso industrial. Los ciudadanos piensan que una fábrica viene o no en función de que el Estado la ponga, y no es verdad. Un empresario arriesga su dinero en lo que quiere si existen unas condiciones para ello. Y ha habido veces en las que ha querido arriesgar y se le ha dicho que no. Hubo un empresario que quiso hacer una refinería y se le dijo que no.
–¿Quizá la Junta debió pelear más ese proyecto?
–Yo peleé hasta la saciedad. Hasta el punto que creo que el infarto que tuve fue a consecuencia de esa pelea. Los dos últimos años de mi mandato tuve a cincuenta personas persiguiéndome adonde fuera. Después, creo que José Antonio Monago (PP) también lo peleó, pero dependía de Izquierda Unida para gobernar y le puso dos condiciones para apoyarle: que me cerrara el despacho de presidente y que se cerrara la posibilidad de que hubiera una refinería. Consiguieron las dos cosas. La primera no tiene importancia, pero la segunda tenía muchísima. Casi todos los proyectos industriales o económicos relacionados con el turismo que se han querido hacer en Extremadura se encontraron con un parón en la Audiencia Provincial de Cáceres, en el Tribunal Superior de Justicia. Tengo una colección de sentencias, como la de la siderúrgica Balboa, que obligaba a tirarla. Valdecañas es el último ejemplo. Todavía estoy esperando a que alguien diga dónde se cometió ilegalidad. Y digo más, la Administración no puede ser arbitraria: si tú tienes un proyecto industrial que reúne todos los requisitos, no hay más remedio que autorizarlo. No hay un solo papel que dijera que no. Por lo tanto, la Junta tuvo que autorizar. Y esto genera malestar porque un empresario quiere estabilidad jurídica. Además, en esta región hay cosas que son muy difíciles de hacer porque hay una parte de la población que no quiere que nadie progrese porque ellos están en la cúspide de la pirámide social.
– Pero esa percepción de que el extremeño no es emprendedor o competitivo se podrá cambiar...
–Hay que animar a la gente porque muchas veces hay ciudadanos que están a la espera del fracaso para decir 'ya te lo advertí yo'. Alfonso Gallardo, por ejemplo, nunca tuvo una subvención de la Junta, pero una parte estaba deseando que fracasara. Ese espíritu sigue animando a una parte de los extremeños, que es esperar que la gente fracase. Y hay otra parte que escucha un discurso permanente de que hay que marcharse de Extremadura. Cuando un joven entra en la Universidad y solo oye que cuando termine los estudios tendrá que irse, acabará marchándose. La Administración debería hacer un esfuerzo por escuchar las ideas de los jóvenes e impulsarles. Si eres capaz de animar a los universitarios a que te cuenten su sueño, su proyecto, y apoyarles, se quedarán.
–El apoyo a la formación es algo que está en su currículum. Puso un ordenador por cada dos pupitres e incluso lo llegó a publicar 'The Washington Post'.
–Llevaba razón. Hemos estado creciendo en algunos años a más del 6% y era una barbaridad, pero me daba cuenta de que siendo la región que más crecíamos, seguíamos siendo los últimos porque los demás también avanzaban. Descubrí que había una nueva revolución que necesitaba una materia prima que era la inteligencia, y esa era nuestra oportunidad. Pongámonos al nivel del resto, atajemos. ¿Cómo? Desarrollando nuestra inteligencia. Y esa fue la razón de introducir los ordenadores en las aulas. Se puso en marcha el gabinete de iniciativas jóvenes, donde llegaban con un sueño y se les podía atender. La idea era utilizar la inteligencia para salir del atraso. Ahora nos habríamos quedado cortos porque está ya la inteligencia artificial y eso desprotege a los jóvenes, que les va a destrozar su futuro porque tienen casi la seguridad de que la inteligencia artificial hace ya lo que ellos iban a hacer. Y están seguros de que el cambio climático es una realidad, que dentro de 15 años todo el sudeste asiático va a estar inundado y sus habitantes vendrán a Europa. Una generación que no tiene certidumbre sobre su futuro es peligrosa y explica los populismos e intentos de fascismo. Los políticos aún no saben lo que significa una generación llena de incertidumbre y desesperanza. Y de esto es de lo que se tendría que hablar en el Parlamento y no de las idioteces que escuchamos.
–Habla de populismo. Usted también tuvo que tirar de esto.
–Creo que el éxito de mi acción política fue emocionar a la gente. Yo empecé diciendo que lo importante no era llegar los primeros, sino juntos. En política, lo primero es explicar por qué quieres hacer una cosa y luego cómo lo vas a hacer y quién. Ahora no, ahora es quién es el candidato. Si no emocionas, no puedes desarrollar un proyecto político.
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