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A medida que se acercaba la fecha límite para pedir la prórroga de funcionamiento de la central nuclear de Almaraz hemos podido observar un fenómeno cuando menos paradójico: por un lado, las empresas propietarias de la planta, que estaban renuentes a solicitar una ampliación de la vida útil demasiado larga; y por otro los trabajadores, vecinos de campo Arañuelo y Junta de Extremadura exigiendo que el periodo de funcionamiento se alargase lo máximo posible. Justo lo contrario de lo que ocurría hace no mucho tiempo, cuando las posturas antinucleares dominaban y eran las empresas las que presionaban en favor de la energía nuclear. Pero ha sido poner sobre la mesa una fecha cierta y cercana para el cierre, y se han multiplicado los pronucleares a la misma velocidad con que se evaporaban los 'anti'. Ni siquiera Izquierda Unida y Podemos, que han exigido año tras año «el cierre inmediato de Almaraz», ponen ahora mucho empeño en reclamar la clausura.

Hemos pasado del 'nuclear, no, gracias', a 'Almaraz, sí, por favor'. Y si es posible que funcione 40 años más, sugieren algunos. Quién nos iba a decir que a Almaraz no la iba a cerrar la presión de los grupos ecologistas y la conciencia antinuclear de la sociedad sino el deseo de las empresas propietarias de dar el salto a las energías renovables, como ya están haciendo.

El acuerdo alcanzado no satisface plenamente a nadie, pero tampoco desaira las expectativas la comarca: una prórroga de ocho y nueve años, un plazo teóricamente suficiente para buscar alternativas económicas a la industria del átomo.

Pero estamos en campaña y las negociaciones sobre cuándo y cómo cerrar Almaraz se han visto condicionadas por la cercanía de las urnas.

La posibilidad de que las empresas no se pusieran de acuerdo para pedir la prórroga y ello abocara al cierre en un par de años aterraba a Guillermo Fernández Vara. La zona entera se le hubiese echado encima, con el apoyo de José Antonio Monago. De hecho el Partido Popular quiere mantener viva la incertidumbre y asegura que si gobierna Sánchez la central se cerrará en un año. No parece que sea un dato incontestable, pero tampoco parece que a Monago le importe demasiado equivocarse en la predicción. Ya se sabe que en campaña vale todo.

Lo que pretende Monago es colocar el mensaje de que si gana el Partido Popular el 28 de abril la continuidad de la planta nuclear estará asegurada, mientras que si lo hace Pedro Sánchez, corre peligro. Y así ganar votos en la comarca de Campo Arañuelo.

Sin embargo, una vez que las empresas propietarias han pedido la prórroga y que el Gobierno se ha comprometido a dársela (informe mediante del Consejo de Seguridad Nuclear) el futuro de Almaraz ya no depende de quién gobierne. O al menos no debería depender. Una central nuclear no es un bar de copas que se abre y se cierra de la noche a la mañana. Que Almaraz (y el resto de las centrales nucleares españolas) funcione más o menos años no puede depender de que el ministro o el presidente de turno sean más o menos pronucleares o ecologistas. Sería bueno que en esa materia los grandes partidos se pusieran de acuerdo y dejaran de enredar.

Entre otras razones, porque ni siquiera los gobiernos tienen todo el poder sobre el asunto. Es cierto que pueden negar una prórroga o decidir el cierre. Pero no está en su mano obligar a las empresas a que continúen explotando una industria si los dueños consideran que ya no les es rentable.

Si algo se necesita en materia energética es planificación y certidumbre, no arrebatos de políticos amantes de la improvisación.

Los grandes partidos (o al menos los que tienen opciones de gobierno) deberían acordar la política energética en su conjunto y evitar dar bandazos que llevan inseguridad jurídica a las empresas que deben hacer grandes inversiones y zozobra a los trabajadores cuyo empleo depende de la continuidad de esas industrias.

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