El Irex Puebla, una pequeña Galia en un imperio balompédico incipiente
Érase una vez una pequeña localidad de las Vegas Bajas donde un humilde grupo de irreductibles soñadoras armadas con un balón y un arsenal de ... pasión pusieron en el mapa a Extremadura en un país en el que el fútbol femenino transitaba por una etapa embrionaria.
A finales del siglo XX y principios del XXl, el Irex Puebla desafió la hegemonía de clubes como el Levante, el Espanyol o el Athletic de Bilbao, como hiciera la Galia con el Imperio Romano. Hasta tal punto alcanzó su pujanza y rebeldía, que se sentaron en el trono nacional en el 2000 levantando el cetro de la Superliga (además de dos subcampeonatos). Aquel título no estuvo exento de épica, porque vencieron en la final al Torrejón tras forzar los penaltis en el minuto 124. Lourdes Díaz cabeceaba un córner e igualaba el tanto marcado por las madrileñas. Era la consagración de un equipo de leyenda, que ya había sido reconocido con el premio 'Extremeños del Deporte de 1997' y 'Extremeños de HOY' en su 21 edición en 1999.
En sus orígenes, se trataba de un proyecto que aspiraba a que el balompié calara entre las chicas del pueblo. Varios vecinos se pusieron manos a la obra para dotar a las poblanchinas de un equipo. Entre nombres como el de Juan Blas Trejo o José Luis Martínez, presidentes en distintas épocas, también aparece el de José Antonio Díaz, hermano de quien sería una de las estrellas más rutilantes de su firmamento, Lourdes Díaz.
La exfutbolista pacense resalta la figura de Adela Cupido, que fue alcaldesa de Puebla de la Calzada desde 1991 hasta 2007 y que falleció en 2009: «apostó todo y más por un pueblo pequeño para que el equipo creciera, era como una madre». Lourdes era uno de los fichajes 'foráneos' que recalaron en la disciplina del Puebla y la logística para acudir a los entrenamientos no era sencilla. «Aquello suponía un sacrificio diario. Teníamos un club puntero en un pueblo de 5.000 habitantes en el cual cada jugadora venía de una punta de la región». Para que todo el plantel estuviera presente en las sesiones tocaba realizar una ruta cubriendo decenas de kilómetros. «Salíamos dos horas antes de casa e íbamos en coche recogiendo a gente de Almendralejo, Villafranca, Calamonte o Mérida. Empezábamos sobre las cinco de la tarde y al acabar tocaba el mismo proceso de vuelta y llegábamos a la una de la madrugada». Ese periplo interminable se traducía en fatiga física y mental, pero la ilusión se erigía en el analgésico más efectivo.
Tampoco se olvida de quienes remaron junto a ellas desde la sombra. «Vivían en los campos reuniéndose para sacar dinero de subvenciones o vendiendo papeletas. Eso no se ve, pero hubo gente que se pegó palizones para hacernos todo más fácil».
Otra de las artífices del mayor éxito futbolístico extremeño a nivel nacional fue Silvia Gaviro, que focaliza la gesta en el capital humano que se fue alumbrando. «Empezamos a congeniar dentro y fuera del campo. Cuando vimos que se podía, los objetivos cambiaron y alcanzamos el máximo nivel. Queríamos hacer un buen papel, pero las cosas fueron dándose por sí solas». En la confección artesanal de ese sueño, la exjugadora emeritense ensalza a un orfebre de excepción, el técnico Juli Caro, «hizo que fuésemos un grupo, un equipo que iba en la misma línea, todo eso fue gracias a él».
Fue la época más dorada en su trayectoria y atesora vivencias inolvidables. «Esos recuerdos me los llevaré conmigo siempre, fue un periodo maravilloso, mis mejores años, de disfrutar del fútbol y divertirme, de ganar campeonatos».
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