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¿Qué ha pasado este domingo, 7 de diciembre, en Extremadura?
Rafael Álvarez, durante su interpretación anoche en el Teatro Romano de Mérida en 'Los dioses y Dios'. J. M. ROMERO

El Brujo agita su pócima para la risa

Su nueva función en el Festival de Mérida afianza su solvencia para monólogos hilarantes cargados a la vez de mensajes, contextualizados aunque se nutran de textos clásicos

Jueves, 1 de julio 2021, 20:24

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Aunque en el Teatro Romano de Mérida hemos visto muchas cosas, algunas excelsas, unas cuantas deplorables, lo último que se puede imaginar un espectador que va a un montaje, con enganche en una comedia de Plauto, es que la función termine con un tema musical marchoso, a toda pastilla, que haga bailar y aplaudir a casi 1.400 espectadores. Es inimaginable para cualquier mortal salvo, claro, para el divino El Brujo, alias Rafael Álvarez. El actor incombustible, el más locuaz, el camaleónico que puede pasar en treinta segundo de la mística de Santa Teresa de Jesús o de la de San Juan de la Cruz a los 'reality show' de Telecinco como temática de reflexión.

Contar cómo es un montaje teatral de El Brujo, a punto de cumplir 71 años, con cerca de 40 en la profesión, no es fácil. Me refiero a contarlo lo mejor posible sin caer en simplezas o prejuicios. Solo se sabe, por anticipado, que será un monólogo, que solo interviene él, su sombra y su acompañante musical que es Javier Alejano, pero pocas más certezas existen.

Rafael Álvarez, dominador absoluto de la palabra, del absurdo y de la irreverencia trufada de ácida crítica, es exagerado, para lo bueno y para lo malo. Y el público lo sabe. Con él no hay medias tintas.

Para sus incondicionales, no hace falta ni siquiera que pronuncie una palabra para aplaudirle. Solo con su presencia en el escenario se activan las palmas, como sucedió en el estreno de 'Los dioses y Dios', en la noche de este miércoles, en el Teatro Romano emeritense. Apenas pasó por la valva regia, debajo de la escultura de la diosa Ceres, levantó los brazos y los espectadores le aplaudieron sin pronunciar aún una sola palabra.

En cambio, para sus críticos, puede llegar a ser un incontinente hablador que, a falta de estructurar un guion, improvisa cada dos por tres y repite chascarrillos, chistes antiguos para armar un montaje facilón para el espectador. Un 'lastre' acrecentado según esos detractores, en los últimos años.

En su séptima participación en el Festival de Teatro de Mérida, veterano aunque en plena forma por lo que se apreció, El Brujo habló de lo humano y de lo divino, de la pandemia, de Fernando Simón (remarcó que ha soñado con él todos los días durante la crisis sanitaria del coronavirus), Isabel Díaz Ayuso, Pedro Sánchez, Pablo Casado, Santiago Abascal o del rey Juan Carlos I, cuyo nombre soltó cuando, en un momento de la representación, señaló que «antes los reyes no se exiliaban en Abu Dabi» sino que morían en sus países y, sobre todo, en las guerras.

Múltiples registros

Álvarez declamó sobre la bondad del hombre, de sus bajezas, de su propio estilo actoral que aturulla al espectador más atento a la vez que le saca una carcajada sincera...

Con su montaje 'Los dioses y Dios', entre la comicidad desternillante y un mensaje final de «no hay que tener miedo a vivir», el andaluz que bordó el personaje de Lazarillo de Tormes quiso adentrarse, de nuevo, en la temática clásica, de la conocida comedia 'Anfitrión', de Plauto, pero, como siempre, a su muy peculiar manera.

La obra de Tito Maccio Plauto, un autor imprescindible para la comedia latina clásica, es la excusa, en realidad, para hacer un repaso a la sociedad actual, a las personas que han surgido de esta plaga vírica de la covid y señalar que, en realidad, no hay diferencia entre los dioses, Dios y cualquier mortal.

Ante algo menos de los indicados 1.400 espectadores en el día de su estreno, el final del montaje de El Brujo explica lo insólitamente habitual de los extraños que pueden ser sus espectáculos: música a toda pastilla para que el público bailara y aplaudiera al son de 'Jerusalema', la canción de Master KG que ha arrasado en el último año en el ránking de éxitos musicales.

Este tema habla de Jerusalén como la ciudad celestial en la que estar en comunión con Dios. «Un himno místico a la vida donde canta a la ciudad de Jerusalén como un hogar fraternal para todo el mundo», que dice Internet, la moderna sabiduría de hoy, en palabras de El Brujo. Eso sí, el Dios y los dioses en los que piensa el actor tienen más de terrenales que de divinos.

De algo de eso, se entiende, quiere hablar El Brujo en su nuevo espectáculo en el Festival, pero también de contar, de forma más sencilla, el 'Anfitrión' de Plauto, y de dar un repaso a la actualidad de la época que nos ha tocado vivir, entre ellos la evidencia de la cultura como alma y motor de la vida. Tres asuntos en un montaje de algo más de una hora y cuarenta minutos de duración...en principio.

Eso es lo que duró su representación en el día del estreno pero es muy posible que en estas jornadas y hasta el domingo, cuando finaliza su periplo en el recinto monumental emeritense, pueda variar porque con El Brujo, como se dice de los gallegos, nunca sabes si va o viene.

Reconocimiento

Sinceramente, puedes desconocer si redondea un gag de nuevo cuño o es uno recuperado desde hace décadas y te sientes como si te tomara el pelo; si piensa lo que dice para hilvanar el montaje o dice lo que piensa sin más. Como anoche confesó Rafael Álvarez que le dijeron años atrás en una representación en un pueblo tras dar continuos saltos argumentales y divagaciones: «¡Para Brujo, que me mareo!».

Ayer, para lo que visto en otros tipos de trabajos de El Brujo, este evidenció finura, comicidad punzante, solvencia actoral y dinamismo que evitó pensar que fuera un monólogo excesivo en duración y aturullado en su desarrollo.

Por lo pronto, evidenció que, como gran parte de la sociedad, tiene muchas ganas de hablar tras el «bozal» (mascarilla) que hemos tenido y tenemos que llevar aún en ciertos casos por la pandemia. Vino a hacer teatro en, perdón por la cursilería, un templo del teatro como es el Romano de Mérida. Se le notó a gusto, disfrutó con el público y este le devolvió con creces su agradecimiento por pasar una noche más que llevadera.

El espectáculo, una coproducción del Festival y de su propia compañía, mezcló por momentos reflexiones morales con ciertas banalidades que, en todo caso, se ajustaban a la necesidad del momento y no aparecían como mero relleno.

Los milimetrados y escasos toques musicales de Javier Alejano y la limpieza del escenario (solo cubierto parcialmente con una especie de alfombra roja) ayudaron también a crear un ambiente sin estridencias. Lo mismo que el vestuario de Álvarez, un frac blanco y una camisa verde.

Risas contra el miedo

Los forofos de El Brujo, tres años después de que estuviera por última vez en el Teatro Romano con Esquilo como reclamo, disfrutaron a tumba abierta de su actor fetiche. Pero quizás lo mejor fue que el público que no lo adora incondicionalmente, que va al teatro digamos de forma neutral, expectante, esta vez pudo salir diciendo que había merecido la pena venir a verlo.

Hacer pensar es sano, conveniente; hacer reír, y más ahora, es pura necesidad vital. La risa mata el miedo, se dice en la novela 'El nombre de la rosa', de Umberto Eco por boca del venerable Jorge, ideólogo de todas las desgracias y muertes que se suceden en el monasterio.

El Brujo terminó su actuación en la capital de Extremadura pidiendo a la gente vivir sin miedo. Con precaución pero sin miedo. Lograr la carcajada fue competencia suya.

Rafael Álvarez actúa en tres semanas en el Festival de Almagro. Lo hace con un montaje, titulado 'La luz oscura de la fe', que se nutre de la vida y milagros de San Juan de la Cruz.

El 8 de agosto, la cita es el conventual de San Benito de Alcántara, con 'Dos tablas y una pasión'. Y aquí, en su monólogo, aparecerán Shakespeare, Santa Teresa de Jesús, Cervantes, Quevedo, Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús y San San Francisco de Asís. El Brujo tiene trabajo de sobra. Sus seguidores, fiesta asegurada.

Panorámica del Teatro Romano de Mérida durante el estreno de 'Los dioses y Dios'. J. M. ROMERO

«Todos somos divinos. Los dioses somos nosotros»

El Brujo. J. M. ROMERO

Feliz de representar de nuevo en Mérida, Rafael Álvarez resumió tras representar su espectáculo un mensaje: que los dioses no están en el cielo sino en la tierra. El Brujo reivindicó el papel de la creatividad en la vida del ser humano. «Nos da fuerza. En los momentos difíciles hacer algo, pintar, cantar, escribir una obra de teatro, un poema... te transforma», indicó. Para el andaluz, «todos somos artistas, todos los seres humanos somos divinos. Los dioses somos nosotros». Álvarez remarcó que los hemos creado con la «imaginación creativa», que se experimenta pintando, bailando, en silencio o «contemplando la puesta de sol». El mundo, remarcó, necesita esa energía, «no la ideología, que es una visión fragmentaria. Necesita ahora la conciencia de que todos estamos en el mismo barco».

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