«Salí de la planta de Psiquiatría del hospital de Cáceres peor de lo que entré, estar allí es traumático»
Una paciente con depresión ingresada de forma voluntaria durante nueve días relata su dura experiencia
María, nombre ficticio, recuerda muy pocos días de su vida en los que haya sido plenamente feliz. Ha tenido trabajo estable desde muy joven, se ... casó, tuvo a sus hijos, ha crecido en un entorno familiar normal. En su casa, amplia y con bonitas vistas, reina un orden y una limpieza exquisitos. «Pero vivir así es muy duro, muy difícil».
Padece una depresión endógena y resistente desde los 15 años, una circunstancia que lo ha marcado todo. Con varios intentos de suicidio a sus espaldas ha estado ingresada tres veces en la planta de hospitalización de Psiquiatría del complejo cacereño. La última en el mes de octubre. «Salí peor de lo que entré, fue traumático y tardé en recuperarme, se me ha agudizado la agorafobia», señala. Solo sale de su casa cuando es estrictamente necesario. María, que pidió el alta de forma voluntaria, puso una reclamación al SES para dejar constancia de lo inadecuado que fue, en su opinión, el trato recibido. Quiere hacer su caso público para «que las personas que tengan que ingresar allí no pasen lo que pasé yo». Otras tres mujeres con las que coincidió aportan relatos parecidos. Ellas no pusieron queja oficial pero consideran «muy mejorable» el trato y la asistencia recibida. Unas 700 personas pasan anualmente por este espacio en la ciudad de Cáceres.
María ingresó de forma voluntaria tras sugerírselo su psiquiatra como una forma de aislarse después de la muerte de su padre. «A pesar de ser un ingreso voluntario me tuve que desnudar en la habitación delante de dos personas, para mí eso es denigrante», señala esta mujer, que lamenta que solo la viera una psiquiatra el séptimo de sus nueve días de ingreso. «Durante ese tiempo ni vi al psiquiatra ni tuve terapia psicológica, simplemente era levantarte, ducharte, comer, colorear como si fuéramos niños pequeños y acostarnos a las once de la noche, durante el tiempo que yo estuve no se hizo nada», explica. «El mayor apoyo es entre nosotros, entre la gente que estamos ingresados, puedes jugar al parchÍs, hay una biblioteca que no tiene apenas libros y no hay más».
Noticia Relacionada
El SES recalca que los métodos aplicados en Psiquiatría «no son una tortura»
Pero lo más doloroso llegó cuando surgió un conflicto con una trabajadora de la planta. Indica que al no proporcionársele un enema para combatir el estreñimiento se quejó y se enfadó, lo que hizo que no dejaran entrar a su marido esa jornada. Zarandeó una puerta y golpeó una cristalera. «No hicieron caso a mis demandas y una de las enfermeras me dijo que me quedaba sin visitas», cuenta. «No soy una persona agresiva, soy más bien retraída, me fui al comedor a calmarme, un celador me increpó y cuando volví a la habitación vi que habían colocado unas correas en mi cama para lo que llaman una contención, que se utiliza cuando un paciente es agresivo, me entró un terror enorme», relata. No llegaron a atarla, pero se produjo un episodio con otro paciente ingresado que empezó a proferir gritos. «Empezó a decir que me iban a matar, arrancó el cable del teléfono, intentó ahorcarse, estaba en el suelo gritando, ha sido la experiencia más horrible que he tenido en mi vida», explica. Al día siguiente salió de la Unidad de Psiquiatría. Pidió el alta.
Aparte de este incidente, a María le traumatizó comprobar cómo varios pacientes se pasaban jornadas enteras «a oscuras día y noche y atados y con la ventanilla de la habitación tapada con papeles». El joven que protagonizó este incidente fue inmovilizado.
No pasa por alto las condiciones materiales en las que se halla la Unidad de hospitalización de Psiquiatría del San Pedro de Alcántara, a donde trasladaron esta sección tras el cierre del Virgen de la Montaña. «Cuando yo llegué no había calefacción encendida, muchas de las enfermeras iban con su uniforme y con sudaderas con cremallera encima, tampoco había mantas suficientes. He visto como hombres maduros tenían barba de varios días, lo cual me parece denigrante, porque va un barbero, pero no cada dos días».
Hermetismo
En cuanto al personal, señala que «había gente válida, pero otros hablan con mucho desprecio, se aprovechan de que la gente está en una situación vulnerable, con la autoestima muy baja, he visto a gente con miedo porque te encuentras totalmente indefensa, es un sitio muy hermético, mucha gente no sabe lo que realmente ocurre allí, hay que vivirlo para saberlo, durante mucho tiempo he tenido en mi cabeza esas correas en mi cama, el episodio con ese chico».
Muchos de los conflictos que se generan en psiquiatría se deben a los problemas por la dependencia con el tabaco. «Había mucha gente con mucha ansiedad por fumar. «Había gente que fumaba 20 o 30 cigarrillos al día y no se les permitía fumar, con esa dependencia no es bueno cortar de raiz, había una chica que no paraba de llorar día y noche porque quería un cigarro, eso es algo que debería cambiar, debería haber alguna alternativa», señala esta mujer. «El personal debería reciclarse, muchas no tienen ni idea de cómo tratar al personal, te dan las pastillas, te las ponen en la mano, se te quedan mirando para ver si te las tomas yo me sentí como si estuviera en una cárcel, por muy mal que me viera creo que no volvería a entrar». El SES la respondió. En el escrito se responde a las distintas quejas que plantea. Para ella no es suficiente. Dice que la administración «tapa» las carencias.
Varias usuarias denuncian «abandono», «falta de terapias» y «pocos profesionales»
«Estábamos abandonadas». Habla una joven de 29 años que estuvo ingresada en el área de hospitalización de Psiquiatría hace unos meses tras un intento de suicidio. «Creo que hay cosas que deberían cambiarse», señala. Considera que el trato con los profesionales «era muy distante» y que la total ausencia de terapias que contribuyeran a la recuperación le generaba «sensación de abandono». En su caso, pidió el alta voluntaria después de cinco días para continuar con su proceso de mejoría en casa. Esta mujer, que tiene trastorno límite de la personalidad, lleva 20 años con medicación, un rasgo común de las personas que tienen enfermedad mental, un tren de largo recorrido, un viaje en el que se producen altibajos y crisis que son los que generan en muchos casos los ingresos. Coincide con otros usuarios en que «la atención es escasa».
A sus 19 años una joven que da el testimonio a este medio pero prefiere mantenerse anónima señala que una de las cosas que más le impresionó de su estancia en Psiquiatría fue ver a personas que permanecen atadas «durante días». En su caso permaneció una semana ingresada después de un intento de quitarse la vida. Tiene epilepsia, además de ansiedad y depresión.
La queja fundamental de esta chica es que «no se hacen terapias». El hecho de que las personas que permanecen ingresadas en estos espacios puedan interactuar entre ellas hace que muchos de ellos entablen relación y se apoyen. «Hacemos la terapia entre nosotros», asegura esta joven, que sigue con tratamiento y que se encuentra en un momento en el que empieza a ver la luz al final del túnel.
«Somos invisibles», cuenta a este diario una tercera mujer que también ha vivido la experiencia de estar ingresada en la planta de hospitalización de Psiquiatría de Cáceres, además de un largo periplo por áreas de salud como la de Coria. Padece «depresión profunda y crónica, ansiedad y un toc». Haciendo un repaso por su paso por esta unidad destaca como elementos negativos «la falta de seguridad, las pésimas instalaciones, la escasez de atención por parte de psicólogos y psiquiatras». Dice que pasó frío, que no había mantas y que sufrió fallos en la medicación y que no se sintió bien tratada en general. Y, como al resto de usuarias que han contado su testimonio para esta información, le impactó el hecho de ver a otros pacientes atados con correas.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión