De fumadero del Campillo a aparcamiento
Han comenzado los derribos en Eugenio Hermoso, incluido el número 42, un símbolo porque fue un refugio de toxicómanos durante años
En la calle Eugenio Hermoso la ventana de la casa de Luis Pacheco está separada cuatro metros de la ventana del número 42. Por ese ... hueco este pacense ha visto toxicómanos drogándose, prostitución, peleas o malos tratos. «Eso me obligó a vivir con las persianas bajadas y a hablarle a mis hijos, cuando aún eran muy pequeños, de las drogas y de lo que estaba pasando». Ayer, por esa misma ventana, Pacheco vio cómo demolían el número 42, pero no sintió alegría porque desaparece un fumadero, pero nace un aparcamiento sin vida.
El derribo del número 42 de Eugenio Hermoso es un símbolo porque los vecinos del Casco Antiguo denunciaron durante años los conflictos que provocaba el fumadero. Junto con él, el Ayuntamiento de Badajoz está demoliendo otras cuatro propiedades en la misma calle. Todas son del Inmuba (Inmobiliaria Municipal) y en el futuro se espera que formen parte de la revitalización del Campillo. El concejal delegado del Inmuba, Eladio Buzo, explica que están realizando un estudio para determinar si se podría crear un parking subterráneo cuando se compren y se derriben el resto de viviendas de esta manzana.
30 plazas de aparcamiento
Por el momento, el solar restante de los cinco derribos será un aparcamiento provisional. El Consistorio pacense aplanará el terreno, colocará un firme provisional y un foco para iluminar el solar. También se instalará una valla y solo se permitirá el acceso por un único punto. Buzo calcula que se crearán entre 30 y 40 plazas de aparcamiento y serán gratuitas. El objetivo es aliviar la falta de vacantes en la zona centro tras la desaparición de los solares del Campillo, que se usaban para este fin, y del aparcamiento de Adeba en la calle Stadium.
Está previsto que la obra finalice a mediados de mayo y el coste ha sido de 32.000 euros para llevar a cabo las demoliciones. De cara al futuro, el Ayuntamiento está en contacto con los vecinos de esta manzana para ir comprando propiedades, demolerlas y crear dotaciones en la zona. Los vecinos, por ejemplo, piden un centro cívico del Casco Antiguo.
Las demoliciones son agridulces para el barrio. Luis Pacheco, que además del vecino más cercano es el portavoz de SOS Casco Antiguo, detalla que este colectivo teme sustituir las ruinas por solares abandonados. «El 42 era la casa de Toni, de Julio y de sus dos hijos, Julio y Fátima», recuerda Luis Pacheco. Esta familia perdió la vivienda hace unos años y, como ocurre con numerosos inmuebles del Casco Antiguo, quedó abandonada. «Cuando los toxicómanos supieron que estaba vacía, le pegaron una patada en la puerta y entraron. A partir de ahí el deterioro fue aún mayor».
Los okupas robaron la carpintería de puertas y ventanas, la lluvia comenzó a filtrarse y el techo se hundió, pero los toxicómanos continuaron viviendo entre las ruinas.
«Hemos sido testigos de este horror, del deterioro de lo que fue un hogar feliz de una familia de cuatro miembros. Durante ese tiempo siempre estuvo ocupada por diferentes tipos de toxicómanos, ha llegado a haber un grupo grande. Dormían, se drogaban, vomitaban, se pegaban. Ahí hemos sido testigos de la prostitución de una toxicómana puerta con puerta, sin cortarse un pelo, en un sillón en la planta baja a cuatro metros de mi domicilio y el de mis hijos», relata Pacheco.
Este vecino recuerda momentos muy duros, como ver a un drogadicto con una sobredosis o una escena de malos tratos. «Eran las cuatro de la mañana y un hombre pegó a una prostituta para que le diese el dinero y la encerró. Llamamos a la policía pero no llegaban y los vecinos salimos a la calle para amenazarlo y que la dejase en paz».
La policía desalojó la casa porque un informe de los bomberos determinó que estaba a punto de caerse y sus ocupantes podían resultar heridos. Ayer, la estructura desapareció por completo junto con un fragmento grande de la calle Eugenio Hermoso.
«La pregunta es: ¿para qué? Todo este tiempo de sacrificios, de tener que presenciar cosas terribles y tener que explicar a los niños las miserias de la vida a una edad demasiado temprana, ¿Para qué? ¿Qué es lo que va a aportar al barrio?», se lamenta Luis Pacheco.
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