Catorce rosas rojas para recordar a José, el abuelo extremeño que murió en Orduña
Libertad, que era llamada Encarnación durante la dictadura porque estaba prohibido su nombre, tiene ahora 87 años y ayer enterró a su padre
Catorce rosas rojas fueron depositadas este miércoles ante el nicho de José Gómez Narváez, ebanista de profesión y natural de La Haba (Badajoz), el pueblo ... en el que residió antes de morir en la prisión de Orduña (Vizcaya), donde estuvo encarcelado.
Su muerte está fechada el 6 de abril de 1941, a los 50 años de edad, pero ha sido ahora, ocho décadas después, cuando su hija Libertad ha podido darle una sepultura digna en el cementerio viejo de Badajoz, donde descansa ya junto a los restos de su esposa, Modesta Juez Gómez, y a los del hijo varón que sobrevivió a la Guerra Civil Española.
Cada una de las catorce rosas rojas colocadas ante su tumba representa a un familiar: una a su difunta esposa, que al igual que su marido permaneció encarcelada en Extremadura varios años; otra a cada uno de sus cuatro hijos, uno de los cuales también murió en la Guerra Civil y, según denuncia su familia, todavía debe estar «enterrado en una cuneta»; y las nueve restantes a sus nietos, que se reunieron en el cementerio para despedir al abuelo.
«No es solo un acto de memoria, es un acto de justicia, un gesto de amor que rompe con la desmemoria impuesta y que devuelve al abuelo, al padre, al marido, al hombre digno que fue, el lugar que merece en la historia, en el corazón de los suyos», dijo su nieta Aurora. «Creo que este acto abre el camino para otros muchos. Hoy, al honrar a mi abuelo, honramos también a los que como él fueron silenciados, y en mi memoria está su hijo, mi tío Fabio, cuyos restos aún siguen desaparecidos en algún lugar aledaño al pueblo de La Haba».
Sus palabras eran escuchadas con atención por José Manuel Corbacho Palacios, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura. «Yo creo que el foco hoy debe estar en los familiares, y por supuesto la sociedad civil y las instituciones tienen que estar al lado de las familias, que desgraciadamente no siempre lo estuvieron».
La exhumación de los restos de José Gómez Narváez y su posterior identificación la ha hecho posible Gogora, el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos que puso en marcha el Gobierno vasco. «Venimos del País Vasco a Extremadura para traer la cercanía y el cariño. Ésta es la línea de las políticas del Departamento de Acompañamiento a las Víctimas, estén donde estén», dijo la consejera de Justicia y Derechos Humanos del País Vasco, María Jesús San José, quien anunció que el Gobierno vasco tiene la intención de organizar un acto para llevar al nuevo cementerio de Orduña los restos que todavía no han podido ser entregados a sus familias porque ha sido imposible encontrarlas.
Libertad, que ahora tiene 87 años y durante buena parte de su vida ha llevado el nombre de Encarnación porque en la dictadura franquista estaba prohibido utilizar este nombre, reconocía este miércoles que se siente «más tranquila» ahora que sus padres y su hermano mayor descansan juntos. «Yo sabía que mi padre murió en la cárcel de pena y de hambre, pero ahora por fin he podido despedirlo», decía desde su silla de ruedas con una entereza admirable.
En la actualidad, ella es la única hermana que vive. A Fabio, el mayor, lo mataron durante la Guerra Civil, y sus otros dos hermanos también han fallecido.
Recuerda Libertad que sus padres fueron encarcelados cuando ella todavía era bebé, razón por la que fue llevada a Badajoz junto a su hermana, que tenía 11 años, por el otro hermano varón, de 17 años. «Me dejaron en la casa-cuna de las monjas y mi hermana se quedó con las adoratrices hasta que mi madre salió de la cárcel».
Unos años después, estando ya en los párvulos, le dijeron que una señora había ido a verla. «Era mi madre pero yo no la conocía, no sabía quién era... Después nos instalamos en la calle Toledo, frente a la parroquia de San Roque, allí crecimos».
Con el paso de los años Libertad y sus dos hermanos vivos ampliaron la familia y más de 80 años después los nueve nietos de José Gómez Narváez pudieron dar sepultura a un abuelo al que difícilmente ponen rostro porque la foto que guardaba su abuela se ha extraviado.
Decía Berta Gómez, actriz de profesión afincada en Madrid, que el abuelo José siempre estuvo muy presente en la casa familiar, «Yo soy hija del hijo varón que se hizo cargo de Libertad cuando era bebé y siempre he tenido mucha relación con mi abuela, porque ella vivió con nosotros en casa. Mi abuela cantaba canciones de la guerra, nos hablaba de los crímenes de Don Benito, contaba historias fantasiosas y nos enseñaba las cartas que tenía del abuelo, porque ella también estuvo encarcelada mucho tiempo, como todas las mujeres de los represaliados».
Pero aunque la muerte de José siempre estuvo presente, confiesa Berta que en su casa siempre hubo un gran respeto a vencedores y vencidos, «Siempre recordaré el respeto de mi abuela tan grande a todos, también a los que ganaron, nunca quejándose de lo que había perdido, porque perdió a su marido y a su hijo».
En el acto organizado en Badajoz estuvo presente Victoria Bazaga, Consejera de Cultura, quien valoró el esfuerzo económico que hace la Junta de Extremadura para recuperar la memoria de personas como José Gómez Narváez. «Nuestro deseo es encontrar cuantas más víctimas mejor para darles el digno entierro que merecen».
Asistieron también la subdelegada del Gobierno en Extremadura, María Isabel Cortés Gordillo, y otros políticos locales, como la concejala socialista Silvia Baños.
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