Desertificación, lenta reacción
El reto de evitar que la superficie forestal se convierta en terrales rocosos es tan importante como el de la suficiencia alimentaria. Pero vamos muy, muy despacio
JUAN QUINTANA
Lunes, 22 de junio 2015, 08:17
Aunque la literatura científica habla de desertización cuando el fenómeno se produce por causas naturales y de desertificación cuando es provocado por el hombre, lo más correcto sería referirse a este proceso como desertificación, ya que es difícil pensar que las llamadas causas naturales no estén directamente condicionadas por la influencia del hombre.
El pasado 17 de junio se celebró otro día mundial, en este caso el de la lucha contra la desertificación. Al margen de la paradoja de que ya debemos tener más días mundiales que los que existen en el calendario, éste ha servido como momento de reflexión sobre un problema muy grave en el que el sector agrario siempre ha tenido una relación muy directa.
La presión del hombre, en crecimiento acelerado y con una actividad económica cada vez mayor, está generando importantes cambios en nuestro entorno, o al menos así los manifiestan las principales cabezas pensantes del globo. El reto de reducir la desertificación es tan importante como el de la suficiencia alimentaria, del que por cierto, se habla bastante más. Los nueve mil millones de habitantes de nuestro planeta que se esperan para 2050, no solo van a comer mucho, sino que también van a ser grandes consumidores de recursos y generadores de una importante huella medioambiental, derivada de toda la actividad económica necesaria para su subsistencia y para mantener o mejorar los estándares de calidad de vida.
Esta semana se ha presentado en Valladolid uno de los numerosos proyectos transnacionales orientados a reforestar el planeta, el proyecto Life+: desiertos verdes. En él, como no podía ser menos, también se ha hablado de agricultura. La singularidad de este proyecto no existe, y no es una crítica, porque lo verdaderamente importante es que mucha materia gris de diversas partes del mundo se ha juntado para experimentar innovaciones tecnológicas que permitan la recuperación de superficie forestal en suelos, aunque a muchos de ellos, de suelo solo les quede el nombre; son más bien terrales rocosos, muy alejados de lo que se puede considere un sustrato vivo.
Lo bueno, es que la política internacional lo tiene claro, y existen grandes foros mundiales que aúnan esfuerzos. También que las tecnologías aportan importantes avances que permiten repoblar con más éxito, en zonas con más dificultades. Por el momento, muchos de los avances no son viables para repoblaciones masivas, pero son indispensables para entornos extremos o para determinados proyectos de alta rentabilidad económica, no tanto con el único fin de la recuperación vegetal, sino también de explotación agroforestal; por ejemplo, plantaciones madereras, encinas micorrizadas, etc.
Otra alternativa es que la recuperación de masa vegetal se haga a través de plantaciones anuales o plurianuales de vegetación particularmente resistente, y que a su vez tenga un aprovechamiento económico para biomasa o agro carburantes.
En todo caso, el sector agrícola también tiene su implicación. Si bien es cierto que nunca volveremos a una España en que las ardillas vayan de norte a sur sin pisar el suelo, si es que alguna vez sucedió, sí podría ser viable que el campo español estuviera salpicado de islotes vegetales que sirvieran de reservorio animal y de difusor natural de nuevo material vegetal. Un planteamiento que se realizó en este evento y que no parece un disparate.
Pero no nos engañemos, todos los programas y estrategias globales hablan de 2020, 2030 y, en el más ambicioso de los casos, de 2050; pero eso, como quien dice, es pasado mañana, ¿y después?, ¿en 2100?, ¿qué población tendremos?, ¿habremos frenado la desertificación?, ¿podrá el sector agrario producir alimentos para todos? Difícil averiguarlo, pero lo que parece claro, es que vamos muy, muy despacio.