Condenados a vivir en un horno
La imposibilidad de pagar una reforma de la vivienda, la instalación de frío o la propia factura energética hacen del calor extremo en un factor social más de pobreza
Sara –nombre ficticio– sufrió una recaída durante su tratamiento contra el cáncer de pulmón con la primera gran ola de calor de este verano, registrada ... desde el 1 de julio. A sus 74 años, y debido a su enfermedad, los 36 grados en un piso de alquiler de Zaragoza, sin reformar y sin aire acondicionado, le pasaron factura. «Me duchaba con agua todo lo fría que aguantaba y me ponía frente al ventilador para soportar el calor en casa», recuerda. La primera noche de la ola de calor ingresó en el hospital con una infección, posiblemente provocada por una bajada de defensas, que ya estaban debilitadas por la quimioterapia que recibía.
Su caso solo tiene en común con el de Omar, dueño de una peluquería en un barrio del cinturón sur de Madrid, la falta de una instalación de refrigeración en su piso de los años 60. En su caso, «tira de ventilador» al menos durante los peores días, «y a seguir para adelante hasta que pase». Una vivienda antigua es también el handicap de Pepe, viudo en La Línea (Cádiz), que prácticamente vive encerrado en verano, con las persianas bajadas, duchas, hidratación constante y mucha televisión. Él sí está acostumbrado al calor en Andalucía y ni se le pasa por la cabeza instalar aire acondicionado porque no podría afrontar las facturas con su pensión mínima. Igual piensa Elisabeth, valenciana, que cada tarde sale con sus hijos a pasear a cualquier centro comercial, el mejor refugio climático de la ciudad.
Estos cuatro casos ponen cara a la pobreza energética en España. Un concepto definido por primera vez en los 80 por la investigadora de la Universidad de Oxford, Brenda Boardman, como la incapacidad de las familias para mantener el hogar a temperatura saludable a precio asequible, que ahora está más de actualidad que nunca. El término suele asociarse al invierno, por el precio del combustible para calentarse en los meses fríos. Pero en España hay ahora más problemas para mantenerse fresco en verano, con olas de calor cada vez más largas e intensas, que para afrontar el invierno. Esto cobra más sentido en un contexto de cambio climático que deja cada año un nuevo récord de temperaturas.
Una encuesta realizada por la organización de consumidores Cecu al finalizar el pasado verano revelaba que el 15% de los participantes no estaba «nada satisfecho con la temperatura de su hogar en verano, frente al 11%,6%, en invierno». El 34,3% no tenía refrigeración en su vivienda. Es más, casi la mitad de los que sí la tenían solo la utilizaban cuando hacía mucho calor por el miedo a las facturas. «El 4,9% no lo usaba nunca por este motivo», afirman desde Cecu.
Esta es una muestra de que la factura energética y la inversión que supone adaptarse a este futuro cálido no es para todos. A nivel mundial se traduce en una brecha entre países ricos y pobres, que se replica de igual modo dentro de las fronteras de cada estado. El nuestro no se escapa: la capacidad para salir airosos de un episodio de calor extremo va por barrios, o mejor dicho, por clases sociales. El INE ofrece uno de los pocos datos oficiales al respecto. En la última encuesta sobre Condiciones de Vida de 2023, incluye una pregunta relativa a la temperatura en los hogares y los resultados son muy llamativos. En verano, un 33,6% de las familias se declaran incapaces de mantener una temperatura adecuada en su casa. De este grupo, un 53,3% estaría en situación de pobreza energética. Teniendo en cuenta que España suma casi 20 millones de hogares, el punto de partida de esta realidad es duro.
Aunque hay pocos datos detallados que expliquen esta situación, España –junto a Francia– es de los pocos países del Viejo Continente que hace un seguimiento a la misma, según destaca la Unión Europea en su informe 'Enmarcando la pobreza energética del verano'. En este documento también se recoge que 19% de los hogares europeos reconoce no poder mantener la casa fresca en verano. El tema preocupa cada vez más en Europa, donde en 2024 se atribuyeron 48.000 muertes a las altas temperaturas. «La refrigeración ha sido reconocida como un servicio energético esencial en la Directiva de Eficiencia Energética, que tampoco olvida las soluciones pasivas, basadas en la naturaleza para la infraestructura urbana», apunta Alba Ara, portavoz de la entidad de consumidores.
Un parque inmobiliario antiguo
Esta realidad hunde sus raíces en las condiciones de los pisos españoles. La mayoría del parque habitacional –más del 80%– fue construido antes de que un código técnico obligase a cumplir unas infraestructuras mínimas para asegurar un confort dentro de las casas sin derrochar energía. Esto último es relevante: cuanto peor es la construcción más se gasta en mantenerla a temperatura adecuada porque se escapan si la estanqueidad no es buena.
Dolores Huerta, arquitecta desde 1999 y miembro del Green Building Council España (GBCe), asociación de empresas y expertos especializados en construcción sostenible, conoce el problema de cerca. «Tenemos un parque de edificios muy antiguo y muy poco eficiente. Todos se hicieron (tras la dictadura y en el 'boom' previo a 2008) antes de que fuésemos conscientes de que se necesitaba mucha energía en ellas. Antes se construía como si la energía fuese gratis», se lamenta mientras defiende que el reto del sector está en la reforma.
Esta última es uno de los talones de Aquiles para las familias con menos recursos. Si no se puede afrontar una factura alta de luz: ¿cómo emprender en una rehabilitación? Esta barrera obvia explica que las organizaciones de apoyo social pidan sistemáticamente al Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (Miteco) un proyecto estatal para la rehabilitación de los edificios menos eficientes.
«Nuestras viviendas, que deberían ser nuestro refugio en un clima cada vez más cálido, se convierten en radiadores permanentes en verano, debido al pésimo aislamiento del 95 % de las casas. Esto nos obliga a elegir entre afrontar elevadas facturas eléctricas para intentar enfriarlas o a sufrir el insoportable calor de casas convertidas en hornos», resume María Prado, responsable de campañas del Área de Clima, Energía y Movilidad de Greenpeace España.
Cuando se califica de «insoportable» la estancia en una casa no es una cuestión de incomodidad, sino de un problema de salud pública porque no todas las personas están preparadas de igual modo para soportar el calor. La Organización Mundial de la Salud establece que la temperatura adecuada del hogar en invierno es de 21ºC, mientras que en verano sería de 26ºC.
Cuando las estadísticas de este año hablan de casi 1.800 muertes atribuibles a altas temperatura, desde el 21 de junio a 12 de agosto –último dato oficial– no estamos tratando con golpes de calor por una exposición puntual, sino de organismos que, ya deteriorados por dolencias de diversa índole, no han podido gestionar bien el calor y perecen víctima de sus enfermedades agravadas.
María V. Cabrera es investigadora en el Institute of Social and Preventive Medicine (ISPM) de Berna (Suiza), especializada en el efecto del cambio climático en la salud, sobre todo el calor. Explica así el mecanismo por el cual es tan peligroso sufrirlo en algunos casos: «El calor hace un efecto barrido: empeora sustancialmente el estado de salud de las personas que ya están muy frágiles porque tienen comorbilidades. Acelera el proceso de deterioro de esa persona, que finalmente fallece. Pero mucha gente no es consciente. Puedes decirle a una persona que su diabetes se descontrolará, pero no te va a hacer caso porque creerá que las advertenciason solo para personas que están expuestas al sol en mitad de un pico de temperaturas, no para ellos». Y también afecta a la salud mental. «Las personas con trastornos mentales son especialmente sensibles al ambiente. Pequeñas alteraciones, como el aumento de temperatura, cambian una serie de patrones a nivel físico y de hábitos que pueden provocar la pérdida de control de su estado mental o incluso dar lugar a procesos que puede llevar al suicidio o algún tipo de evento violento».
En definitiva, pasar calor no es una cuestión de confort. sino de salud. Y, de nuevo, la población con menos recursos está en la diana. Fátima Cabello, directora nacional de Salud de Cruz Roja, conoce bien el perfil de estos colectivos. «A veces esa situación de vulnerabilidad puede ser coyuntural o circunstancial, por falta de empleo, viviendas monomarentales, mayores solos… En estos grupos vulnerables, el 60% de las personas que atendemos no tienen la capacidad de mantener sus viviendas con una temperatura adecuada».
La lección que Fátima Cabello y sus compañeros han aprendido, año tras año y con cada vez más incidencia, es que «el calor no afecta a todos por igual».
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