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La tragedia de Torrejón ya tiene su escultura

54 personas según la versión oficial franquista, un centenar según otros, murieron en octubre de 1965 en las obras de la presa de Torrejón-Tiétar

Antonio J. Armero

Viernes, 13 de marzo 2015, 17:58

Pica el sol y la curiosidad y la tristeza en Malpartida de Plasencia (4.700 habitantes, a diez minutos en coche de Plasencia). Muchos de los mayores del pueblo se han juntado al mediodía en la caseta municipal, una nave tan grande como insípida donde hoy no caben todos. Viene el presidente de la Junta. A inaugurar la exposición que ninguno en este pueblo, ni en unos cuantos en los alrededores (Jaraicejo, Monroy, Torrejón el Rubio, Serradilla) querría ver. Hay fotos que muestran el lecho grande y seco de un río colonizado por máquinas y hombres, y junto a ellos, unos muros a medio construir. Y hay recortes de prensa en blanco y negro, y en color sepia, que ejercen como llave del cajón de los peores recuerdos. Son como puñetazos en la frente para la memoria de esta mujer que hace esfuerzos por no emocionarse demasiado mientras cruza la nave del brazo de su hija. «35 años tenía mi marido cuando me lo quitaron, y 29 yo por entonces, y dos añitos mi chica...».

Al marido y padre se lo llevó por delante el agua el 22 de octubre de 1965. Fue por la mañana, justo cuando Florencio Manzano -69 años ahora, 19 entonces- cumplía con su función de chico para todo y subía a por unos bocadillos para llevárselos a los obreros. «¡Cómo se me va a olvidar aquello, hombre!», exclama el hombre a las puertas de la caseta municipal de Malpartida. «Muy poco tiempo antes de que me mandaran a por la comida, junto a muchos de los que murieron», rememora el hombre, a quien no se le ha ido de la cabeza la imagen de Angelete, aquel chaval al que le faltaron fuerzas para trepar ladera arriba agarrado a la soga que él le lanzó.

La identidad de aquel chico debe figurar en la placa con 64 nombres que hay en la presa de Torrejón-Tiétar, que se llama así en los papeles pero no en el imaginario colectivo de esta zona del norte extremeño que atada como estaba a la agricultura y la ganadería, recibió como maná llovido del cielo la noticia de que allí se iba a construir una presa que daría trabajo a mucha gente. Los Saltos de Torrejón, que es como todos llaman aquí a esta infraestructura metida en el Parque Nacional de Monfragúe, empezaron a construirse en 1959, e hicieron falta hasta cuatro mil trabajadores. Para ellos se construyeron dos poblados, el de arriba y el de abajo.

En uno y otro estaban acostumbrados a escuchar las sirenas, que anunciaban que algo malo había pasado. Sonaban y el alma se encogía. Antes y después del 22 de octubre de 1965 hubo unos cuantos accidentes, con víctimas mortales más de uno. Hidroeléctrica Española y Agromán construían la presa que aprovecharía la fuerza del agua del Tajo y su afluente el Tiétar para generar electricidad, un bien en auge que cada día se consumía más en España. La obra estaba muy avanzada. Faltaba poco para terminarla. En las últimas semanas había llovido mucho y alguien decidió que era una buena oportunidad para probar la resistencia de los aliviaderos. Había mucha agua. Demasiada fuerza acumulada. La suficiente, al menos, como para que una de las ataguías -los macizos que paran el agua durante la construcción de una obra hidráulica- se rompiera hasta acabar convertida en papel de fumar.

Millones de litros de agua quedaron libres y corrieron por los canales de trasvase y por la central subterránea, llevándose por delante todo lo que había. Algunos operarios no tuvieron tiempo de hacer nada. Otros vieron el agua venir y pudieron correr hasta ponerse a salvo. Muchos lo intentaron pero no pudieron.

El poblado que quedaba aguas abajo de la presa fue desalojado. La Policía mandó a los vecinos al monte, donde pasaron horas de angustia hasta que oscureció. Ya de noche, un autobús les llevó de vuelta. La tragedia que ayer fue recordada en Malpartida de Plasencia no había hecho más que comenzar. Quedaba una tarea que a muchos les cambió la vida para siempre: explorar las entrañas del embalse en construcción, para buscar cuerpos. Y esa labor la hicieron los obreros.

«A mí no me dejaron porque era un chaval, tenía 17 años», cuenta el marido de Mari Carmen Flores. «Él trabajaba de pinche en los talleres», añade la mujer, que entonces tenía catorce años. «Mi padre trabajaba como barrenero en el túnel, y se salvó, no le pasó nada -relata Mari Carmen-, pero un año después del accidente, estaba mal, casi no comía, nos fuimos a vivir a Bilbao». «Yo me tiré tres días sin comer -tercia el marido-, y todavía hoy, que han pasado cincuenta años, ella y yo no hemos hablado del accidente nunca, más que ahora».

Dudas que aún se mantienen

A aquellos días negros volvieron a enfrentarse ayer. Mari Carmen y su marido acudieron a la inauguración de la exposición organizada por el ayuntamiento de Malpartida de Plasencia, que ha tenido la iniciativa de colocar en lugar bien visible un monolito, obra de Jesús de la Luz Ceballos, que recuerda a aquellos hombres.

Fueron 54 muertos según la versión oficial del gobierno franquista, pero no son pocos los familiares de víctimas y los extrabajadores de la presa que mantienen que entre fallecidos y desaparecidos suman un centenar. «Han pasado cincuenta años y ni siquiera sabemos el número de muertos», dijo José Antonio Monago durante su intervención, en la que recogió el guante que le acababa de lanzar Emilio Oliva (un vecino de Malpartida que ha colaborado en la organización del acto de ayer) y se comprometió a que en el Parque Nacional de Monfragüe se coloque un monumento en memoria de las víctimas de aquel accidente laboral, el más grave en la historia de Extremadura. «Lo que ocurrió casi que se ocultó, porque para el régimen, la obra era más importante que la tragedia», había dicho antes el alcalde, Marcelo Barrado.

De aquella catástrofe se cumplirán cincuenta años en octubre, pero el monolito, se inauguró ayer. Entre incógnitas por despejar y con medio siglo de retraso.

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