La pirámide
LA ALDABA ·
MATILDE MURO
Lunes, 25 de enero 2021, 08:08
Cuando contemplé por primera vez en mi vida las pirámides de Egipto, el aliento se apagó. No era capaz de comparar esa inmensidad con nada ... de lo que había visto hasta entonces.
Es verdad que estaban alejadas de El Cairo, que tenías que ir en coche más de catorce kilómetros desde la ciudad, que nada las perturbaba y que aún los camellos y los supuestos guías no eran atosigantes. Me dejaron subir los escalones que quise y pude, y paseabas en soledad ante aquellos edificios que te hacían sentir lo que proponían: no eres nada ante la inmensidad que te alberga para la eternidad.
Esa impresión me dura cuando las veo y lamento el deterioro del paisaje, la invasión, las construcciones que casi las invaden, las carreteras, los horrores de la pretendida protección, y la confusión que producen cuando ahora te pones frente a ellas y tienes que andar con cuidado para que un taxi no te arrolle.
Nada de poder subir, nada de andar sola a su lado, nada de entrar si no es pagando salvajadas, nada de dejarte llevar por el sueño de hacer una acuarela sentada en medio del anterior desierto, ahora plagado de cosas ajenas a él, nada de quedarte por la noche porque se cierra el conjunto, nada de ir en cualquier momento, nada de nada.
Esta mañana, cuando me he levantado, he puesto la radio y de repente se me han venido las pirámides a la cabeza.
Desde algo tan fácil como tratar de pasar el tiempo trabajando, haciendo la comida, paseando a los perros (o que ellos me paseen), leyendo y haciendo cosas inútiles, me enfrento a una invasión de mi paisaje cotidiano con estadísticas de muerte que me aterran por incomprensibles. Cifras que me anuncian el desorden más espantoso al que no sabré enfrentarme.
Peleas que me afectan de una manera directa y en las que no puedo intervenir, porque para los que se pelean no existo.
Órdenes que se dan y que nadie obedece y si las obedezco me dicen que soy rara y tengo un miedo absurdo.
Números, vacunas a millones que no llegarán hasta dentro de dos años, perdiéndose por el camino. Ataúdes acumulados en los crematorios para anunciarme el fin inmediato.
Cuando los supervivientes a esta tragedia se habían inventado el negocio de las mascarillas por no tirar las máquinas de coser de sus talleres al mar, les dicen que no. Que se tienen que poner las que fabrican con sus normas. ¿No podían haber dado las normas antes para las máquinas de coser que se aprovecharon? Cuando cierran los bares no dan las razones. Se cierran y punto. Expliquen las cosas y díganles a los propietarios que les van a pagar si desinfectan las calles, adecentan sus interiores, reconfiguran las terrazas y hacen de España un país visitable y hermoso para cuando los que queden vivos, vuelvan.
Mi pirámide es demasiado alta. Me quedo en casa, salgo lo necesario y apago todo, excepto a Rachmaninov interpretado por Lang Lang, que encima es chino.
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