Pico de alfiler
Pilar López ávila
Martes, 22 de julio 2025, 08:00
Hay una ciudad al lado del mar que trepa por las laderas de los montes de la isla. Es ruidosa y en ella confluyen todos ... los olores. Una mujer camina hacia el mercado. Deja su carga de peces en el suelo, sobre un papel, y se sienta junto a otras. Los peces se colorean de marrón por el polvo que levantan los camiones. Hay verde de aguacate en aquel puesto, el que está al pie de la casa de bloques de hormigón a medio construir. La basura de este mercado es la basura que todos pisan.
Termina la jornada y la mujer, con unas monedas en el bolsillo, baja por una calle y aminora el paso para escuchar un acordeón que acompaña voces alegres. Hay un regusto de tristeza y esperanza en ese canto.
La guagua de colores va repleta de gente. No cabría ni un alfiler. Un camión lleva personas sentadas sobre los fardos que carga. Las calles son un hervidero de caminantes. Nadie se detiene, nadie la mira.
«Me he acordado de Haití porque hace más de 30 años, como cooperante, entré en República Dominicana»
La mujer sale de la ciudad y coge el sendero que sube a la loma. Sus sandalias se llenan de barro. Se descalza y se limpia los pies en un charco. Se camina mejor sin barro ni sandalias.
La vegetación es exuberante. Los árboles son inmensos. La loma es inmensa. La mujer es una mota de polvo perdida en un país de gigantes verdes.
Todo es exagerado. La gente, sin embargo, parece pequeña. Se detiene un momento y un colibrí con pico de alfiler pasa rozándole el rostro. Aparecen ojos grandes de niños de tez negra como la sombra de los árboles.
Hay un hombre en cuclillas con sombrero de palma al borde del camino. Vende plátanos brillantes y limpios y dulces de caña. Trepa por una palmera cocotera, sus pies se pegan al tronco impulsando el frágil cuerpo hacia arriba. Caen varios cocos. Con el machete, el hombre de los dulces y los plátanos abre uno y la mujer bebe.
El camino se desvía hacia un grupo de casas. Varios niños salen al encuentro. Le llenan los oídos de palabras. Las casas pequeñas, de paredes de barro y techos de madera, cobijan familias más numerosas que los cocos de las palmeras. Alrededor del fuego del hogar, donde una cazuela calienta arroz con habichuelas, hay abuelos y niños y se cuelan entre los resquicios los sonidos de la noche en la loma.
Me he acordado de Haití porque hace más de treinta años, por estas fechas, estando de cooperante en República Dominicana, entré en este país tan pobre como bello. Contemplé esta escena que relato, y me resulta difícil pensar que aún se mantenga la esperanza cuando la crisis humanitaria en Haití sigue siendo grave y profunda.
Como en Sudán, Afganistán, Siria, Yemen, Ucrania, Gaza, Congo... No quiero escribir sobre desesperanzas, pero cierro los ojos y, dentro de mi burbuja de confort, veo un niño que me mira al fondo de un camino. Detrás, el mar Caribe, verde, azul y gris.
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