Ensayo sobre la oscuridad
Jacinto J. Marabel
Domingo, 4 de mayo 2025, 23:30
El pasado lunes se nos aparecieron el cisne negro y el rinoceronte gris para robarnos un pedacito del mes de abril. Entre versos de Sabina ... y tarde de transistores, los ciudadanos dimos otra lección de serenidad y sensatez a la charca de ranas que anega la Carrera de San Jerónimo. Una vez más, los funcionarios públicos cumplieron con responsabilidad para que los servicios básicos no se vieran perjudicados: las clases no se interrumpieron, los hospitales continuaron su actividad e incluso el tráfico, caótico en los compases iniciales del gran apagón, recuperó razonablemente la fluidez tras la incorporación de los refuerzos policiales.
El despliegue redujo un 70% la tasa de criminalidad en la Comunidad de Madrid, por lo que hasta los delincuentes habituales se contuvieron y respetaron la tregua, que encabezaron los kamikazes de los patinetes eléctricos. Así que, salvo los cuatro tontos de siempre, los raros, los conspiranoicos, los odiadores profesionales y los generadores de mierda, en los pueblos y ciudades pequeñas mantuvimos la calma, sacamos las sillas a las calles, retomamos conversaciones pendientes con los vecinos y llenamos los parques de niños, colorido y algarabía. La principal preocupación estaba en comprobar si la carne guardada en la nevera podía aguantar hasta que llegara la luz o si, por el contrario, había que tirar a la basura los 200€ de la compra del fin de semana. Por lo demás, nada que ver a las profecías apocalípticas con las que el cine y la literatura nos ha bombardeado durante las últimas décadas.
Tenemos tan interiorizado el discurso catastrofista que el apagón me recordó la súbita aparición de la epidemia que da título al 'Ensayo sobre la ceguera' de Saramago. El portugués, que se autodefinía como un optimista bien informado, reflexionaba con maestría, aunque también con el pesimismo habitual que era marca de la casa, sobre la desintegración del orden social tras la irrupción de una misteriosa enfermedad que dejaba ciega a la mayor parte de la población. Sin embargo, el pasado lunes la normalidad campó a sus anchas y nadie sufrió ataques de pánico, salvo quizás en el interior de algún ascensor varado en la octava planta. No se registraron altercados de gravedad y tampoco nadie se vio superado por los bajos instintos, más allá de quien legítimamente protestaba por la cancelación de un tren o un vuelo que le impedía llegar puntual a su destino.
Sin duda ha sido una gran lección ciudadana. Habrá que indagar las causas que produjeron la interrupción del suministro eléctrico y exigir en su caso responsabilidades, pero el ensayo sobre la oscuridad del pasado lunes ha puesto de manifiesto, una vez más, el carácter resiliente de los españoles, sustentado en el mismo espíritu innato de tolerancia y solidaridad que mostraron durante el covid. Duró poco, es verdad: hasta que se reactivaron las redes sociales y regresaron los miserables de siempre, rezumando bilis para emponzoñarlo todo. Pero el apagón ha demostrado que la convivencia es posible si empujamos a las sombras de regreso a la caverna.
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