«Soy Guillermo…»
Terminaban los años noventa y en las redacciones de los periódicos, los sucesos de última hora corrían a cargo del que estaba por allí por turno o el que se había despistado con la hora de marcharse a casa. En una de estas me cayó el encargo del seguimiento de unos heridos en un accidente de los que no sabíamos más que habían sido trasladados al entonces hospital Infanta Cristina. Sin apenas Internet y con las redes de telefonía móvil aún inestables tocaba buscarse la vida y pedir ayuda. «¿A quién llamo?, en el hospital y en la Consejería no me pilla nadie el teléfono», pregunté en alto. Alguien se apiadó de mi y me dijo, «apunta este teléfono». «¿De quién es?», repliqué. «De Vara, siempre lo coge». Ni corto ni perezoso hice una llamada que, como el resto de las que había hecho esa noche, acabó sin respuesta. Desesperado y sin poder cumplir el encargo de mi jefe, me disponía a tirar la toalla y pedir a los compañeros que buscaran otra información para completar el espacio que habían reservado para el accidente. Sin embargo, en ese momento, en mi móvil entró una llamada con un número que yo no tenía registrado y, al descolgar, recibí la respuesta que recuerdo como si fuera aquella noche: «Soy Guillermo… ¿quién eres?». No solo me resolvió la papeleta sino que me pidió expresamente que guardara su número y le llamara las veces que hiciera falta. Como alguien que no estaba habituado a tratar con políticos y a quien un consejero de la Junta le imponía el respeto de todo aquel que tenía coche y secretaria, aquello me dejó impresionado y me hizo pensar que aquello no debía ser muy habitual.
Con el paso de los años y, a medida que fui adquiriendo responsabilidades en el periódico, me fui dando cuenta de que aquella figura era más rara de lo que yo había creído. Nunca una mala cara, una llamada a destiempo, un reproche y una voluntad expresa de dejar trabajar al redactor, comprender que puede equivocarse y, sobre todo, pensar que político y periodista conviven en un mismo ecosistema en el que, lo más razonable para todos, es la convivencia con respeto y la tolerancia. Sería ingenuo, casi naif, afirmar que no utilizó nunca la presión a los medios para arrimar el ascua a su sardina política, pero siempre lo hizo sin abusar de su posición al frente de una comunidad en la que la Administración regional es la principal 'industria' de la región.
La última vez que tuvimos la oportunidad de charlar, había venido a la misma redacción desde la que hablé con él por teléfono hace casi treinta años, para despedirse como presidente y agradecer a los periodistas que estábamos por aquí el trato recibido durante tantos lustros de vida política. No conforme con los abrazos y buenos deseos que se llevó, a los dos minutos de acabar aquella visita recibí un WhatsApp en el que me contaba lo que había disfrutado en aquel rato que había compartido con nosotros y lo mucho que significaba para él. Mi contestación fue la misma que hoy llevo todo el día dando vueltas: «No te has ido y ya te echamos de menos».