¿Será Gibraltar alguna vez español?
La oportunidad última la proporcionó el 'brexit', la ruptura del Reino Unido con la UE, cuya votación en Gibraltar fue mayoritariamente de continuidad en Europa
Felipe Gutiérrez Llerena
Historiador
Viernes, 20 de junio 2025, 23:11
Para explicar ciertos temas y acercarnos a su comprensión es necesario recurrir a la historia, aunque hayan pasado ya más de trescientos años. El profesor ... Jover Zamora incidía en tres planos a la hora de explicar la guerra de Sucesión española (1701-1713), aquella por la que los Borbones vinieron a reinar en España (Felipe V), pues fue dinástica, civil e internacional. El 4 de agosto de 1704 la escuadra dirigida por el almirante Rooke y las tropas del príncipe de Hesse-Darmastdt tomaron Gibraltar en nombre del archiduque. Entregó la plaza el gobernador Diego de Salinas y pocos días después salieron los últimos españoles con su párroco Juan Romero de Figueroa, que se llevó imágenes y ajuares del culto. Recuerda su salida a la de Eneas de Troya con sus dioses por lo que los griegos le permitieron entrar de nuevo en Troya a recoger lo que considerase, salió con su padre, Anquises, en brazos, y con uno de sus hijos de la mano. Para los griegos a pesar del enfrenamiento bélico le reconocieron como un ser especial.
Se dilucidó en aquella guerra (1701-1713) no solo la cuestión sucesoria española, sino la política de equilibrios en Europa y la hegemonía mundial.
En España aquella guerra vino a ser una guerra civil, pues unos territorios respetaron la voluntad testamentaria de Carlos II, mientras otros lo hicieron por el archiduque en aras de mejores intereses que defender. Los nobles de uno y otro sitio, como siempre, se situaron a la expectativa. Eran los que tenían más que perder. Las clases medias en Castilla fueron mayoritariamente filipistas, pues esperaban mejorar con una monarquía fuerte a las pretensiones nobiliarias. En Aragón las burguesías valenciana y catalana esperaban seguir por la senda de mejora iniciada en el reinado de Carlos II, pero las clases populares frente a los abusos de nobles y la competencia comercial y laboral de los franceses optaron por la opción del archiduque Carlos. Así, España terminó en pie de guerra y vino a dividirse, a «grosso modo»: la Corona de Castilla con Felipe V y la de Aragón con el archiduque Carlos, que estableció su capital en Barcelona, proclamado como Carlos III, pero muerto el emperador José I de Austria, su hermano, pasó a ser emperador por lo que decayeron sus alianzas y se buscó el equilibrio, pues de haber ceñido Carlos también la corona española se habría vuelto a la situación de Carlos I de España y V de Alemania, y Francia rodeada. Lo que sería contrario al equilibrio político que se buscaba en Europa. No era aceptable ni para Francia ni para Inglaterra, que tenía también sus propias aspiraciones hegemónicas.
Aquel conflicto, que de español paso a europeo, que era tanto como internacional, terminó con los Tratados de Utrech (1713) y de Rastadt (1714) del que nació un nuevo orden basado en el equilibrio continental y en el dominio marítimo inglés. Desde entonces Inglaterra al dominar los mares pasó a controlar la política continental también.
Una de las bases más importantes para Inglaterra y garantizarse el control del Mediterráneo, fue la plaza de Gibraltar, pues España reconoció a Inglaterra «la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, con su puerto, defensa y fortaleza» (Tratado de Utrech). No era poca cosa, pero mucho menos de lo que es ahora, que es producto de ocupaciones y apropiaciones. Consecuencia de la solidaridad española que permitió instalar en «zona neutral» y propia barracones como lazaretos en momentos de epidemias y pestes en Gibraltar e Inglaterra manifestó su agradecimiento con ocupaciones permanentes. No hay que olvidar el proceder tradicional del Reino Unido en su política colonial ni tampoco la inestabilidad política española en el XIX y XX, que contribuyeron a esta política de hechos y tan solo en forma de verborrea se manifestó la reivindicación de lo que fue español o con actitudes más próximas a la imagen y al patrioterismo frente las ocupaciones unilaterales de aguas marítimas no contempladas en el acuerdo, que a la solución del problema. Recuerdo el cierre de la verja y el complemento postal para ayuda al desarrollo del Campo de Gibraltar. Al no tener continuidad fue un brindis al sol y el problema continuó, pues el desarrollo del Campo no fue parejo, por lo que la población de la zona continuó siendo dependiente económicamente en gran medida del Peñón, al tiempo que se dejaba hacer. Hechos significativos son el aeropuerto construido sobre aguas españolas y no es de uso conjunto, o las ampliaciones, que se hicieron y las actuales que se llevan de la cara este del Peñón en aguas igualmente españolas con vistas a ampliar zonas de construcción, complejos habitacionales y turísticos, que no tardarán en hacer competencia a las zonas turísticas de Cádiz y Málaga y todo ello con la connivencia de las autoridades españolas, mirando siempre para otro lado, que no denuncian e impiden estos procederes. Parece como si no fuera con ellos.
Tras la Guerra Civil España no tuvo el mejor nombre entre las naciones, por lo que sus reivindicaciones, aunque legítimas y acordes con otros procederes, se mantuvieron siempre en el papel, que todo lo admite, de lo que dan buena cuenta las Resoluciones de las Naciones Unidas desde 1946 en que este territorio fue incluido entre los sometidos a descolonización. En 1966 la misma ONU lamentaba la demora en el proceso de descolonización y en 1967 invitaba a Inglaterra y España a reanudar las negociaciones para resolver el problema de la descolonización de la única colonia existente en Europa. Y así desde entonces. Se han hecho esfuerzos, alguno sorprendió, como la invitación del entonces ministro de asuntos exteriores, Miguel Ángel Moratinos, a una reunión trilateral (2009) en plano de igualdad de los llanitos (moradores de Gibraltar), con Inglaterra y España. No se entendió como un paso adelante, sino como un retroceso. Y así andamos. La oportunidad última la proporcionó el 'brexit', la ruptura del Reino Unido con la UE, cuya votación en Gibraltar fue mayoritariamente de continuidad en Europa. Ahora quedaba más aislado, pero hasta el presente no hemos visto salida favorable a la situación, en la que lógicamente sería razonable contemplar los intereses de los llanitos (población gibraltareña). En España tenemos experiencia en este tipo de cuestiones sobre todo desde la España asimétrica de las autonomías cada día más diversa y desigual, pero bajo la misma soberanía.
No debe sorprendernos que el pueblo español en momentos grite «¡Gibraltar español!». Es una anomalía colonial en Europa. Es momento de buscar una solución, pues es demasiado tiempo soportando tal ignominia de ahí que el pueblo español haya hecho suyo el grito: «¡Gibraltar español!». El ministro Albares de la mano de la UE, pero sin audiencia al Congreso, una vez más en política exterior, da la mano a Gibraltar saltándose la oportunidad del 'brexit' y obviando cuestiones fundamentales como la soberanía y las aguas territoriales (12/06/2025).
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