Indolora, instantánea y mientras duermes
El dolor es una imposición, el sufrimiento es una opción. De esto trata la última película de Almodóvar, que desaprovecha una gran oportunidad para haber contado una historia profunda y emotiva cuando tenía todos los mimbres para ello
Eugenio Fuentes
Domingo, 17 de noviembre 2024, 09:05
La idea de felicidad se acerca bastante a una muerte rápida después de una vida larga y apacible, y si a cualquier lector le preguntaran ... cómo desearía que le alcanzara la parca, pediría que fuera indolora, instantánea y a ser posible en su cama y mientras duerme.
Y aunque sobre eso no tenemos elección, sí podemos al menos acortar la agonía si se presenta. El dolor es una imposición, el sufrimiento es una opción.
De esto trata, en definitiva, la última película de Almodóvar, que desaprovecha una gran oportunidad para haber contado una historia profunda y emotiva cuando tenía todos los mimbres para ello. Lo más interesante de 'La habitación de al lado' –iba a decir lo único– son los diez o quince últimos minutos, cuando se produce el desenlace de una manera coherente y natural y acaban los diálogos forzados en situaciones inoportunas, como sucede en la secuencia del gimnasio. El exceso de discurso y la falta de humor anulan la buena predisposición del espectador, a lo que contribuye el nefasto doblaje al castellano, con un torpe manejo de las voces.
Hay películas sobre la eutanasia más conmovedoras y sinceras. Y más humildes. 'Mar adentro', de Amenábar, es mucho más estremecedora. Y también lo es, de un modo nada pretencioso, la tercera temporada de la serie 'Rapa', donde Javier Cámara interpreta a un enfermo de ELA que lucha para que le apliquen la eutanasia. En una escena del capítulo 5 responde sin énfasis a quienes, desde el amor, le exigen que resista: «No quiero comer si no lo puedo hacer por mí mismo, no quiero seguir respirando si no lo puedo hacer por mí mismo». La serie muestra los miedos, las dudas, las emociones, las dificultades que conlleva tomar una decisión tan brutal. Y lo consigue de forma respetuosa y emotiva sin ser sentimental, nos informa a los espectadores de los pasos legales sin convertirse en un documento y nos hace comprender la decisión del personaje, aunque no se compartan sus ideas.
Rodada en la comarca de Ferrol aprovechando los soberbios escenarios naturales, resulta más auténtica que 'La habitación de al lado», con todo el aparataje estético y pictórico que despliega Almodóvar y con todos los esfuerzos de las dos actrices protagonistas. Se nota que el director manchego ha trabajado a gusto con Julianne Moore y con Tilda Swinton. Los cuerpos de los buenos intérpretes son expresivos de por sí, transmiten mensajes sin apenas necesidad de actuar, y el aspecto andrógino de Swinton sugiere fácilmente enfermedad, pero todo eso no es suficiente para salvar la película.
De la película me fui a la lectura de la estimable novela de Sigrid Nunez en que se basa, 'Cuál es tu tormento', y algunas de las cosas que funcionan en la escritura no lo hacen en la pantalla, donde lo natural es que los personajes se definan por lo que hacen, no tanto por lo que dicen o por contar historias de terceros. En esencia, la película se mantiene fiel a la novela, cuya protagonista solo quiere «una buena muerte. Todo el mundo sabe lo que eso significa. Sin dolores, o al menos sin convulsiones durante la agonía. Marcharse con elegancia, con un poco de dignidad. Limpia y seca». La protagonista no quiere llantos ni gimoteos a su alrededor, ni dar la lata a nadie, ni anunciar su agonía en Facebook o en Instagram. Pero el guion no logra convertir la prosa en diálogos fluidos, Almodóvar literaturiza demasiado el dolor, que en la pantalla deja de doler.
En cualquier caso, la película es una buena ocasión para hablar de la eutanasia, un tema que sigue incomodando, aunque quien más quien menos ha tenido que sentirla en algún momento hospitalario, cuando ante una enfermedad irreversible se llega a un punto donde los tratamientos médicos son una mentira compasiva y los cuidados paliativos son un parche. En mi opinión, es un debate que debería estar superado, pues si la vida de los demás siempre es sagrada, la vida de uno mismo, antes que sagrada, es la vida propia, sobre la que tiene libertad y capacidad de decisión en exclusiva, sin que nadie le imponga sus creencias.
En las tristes madrugadas en los hospitales sale a flote el desgarro entre creyentes y no creyentes ante la llegada de la muerte. No deja de resultar paradójico que quienes creen en otra vida en el Más Allá y confían en que su Dios está esperándolos con los brazos abiertos se opongan con tanta firmeza a la eutanasia, que consideran un sucedáneo del suicido. Y, en cambio, que los convencidos de que más allá de la vida solo existen el silencio, el olvido y la nada la acepten con resignación y, en ocasiones, con alivio, como hacían los filósofos clásicos.
A uno, que sobre este tema ha decidido lo que tenía que decidir y ha hecho lo que tenía que hacer, le parece que los países que no la permiten son como esos hoteles de algunos casinos cuyas ventanas solo pueden abrirse unos centímetros para que los clientes que lo han perdido todo en la ruleta no puedan arrojarse al vacío y vayan a buscar la muerte en otro sitio.
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