Estamos inmersos en una transición hacia una era que ni siquiera quienes nos pastorean saben muy bien en qué consistirá. Se presume que el porvenir ... será mejor que el presente, pero eso está por ver, y lo que vemos no invita al optimismo. Estamos perdiendo la fe en el progreso continuo, ya no se atisba al final de la historia el paraíso terrenal.
Así, en esta travesía del desierto que es nuestra época, erramos hacia un lugar en ninguna parte, «estamos desorientados», como dice Alain Badiou.
En una reciente entrevista con 'El País', el influyente filósofo francés explica que «la desorientación son aquellos momentos de la historia en los que a la población no se le propone ninguna elección clara», como el actual. Él, en cambio, conoció «una época orientada», en la que «se enfrentaban una derecha y una izquierda claramente identificadas». Ahora, según Badiou, «el mundo dirigente está de acuerdo en que no habrá una transformación fundamental» y «tampoco hay partidos políticos realmente diferentes unos de otros». En efecto, parafraseando a Zygmunt Bauman, son partidos, incluso los que son tachados de radicales, con una ideología líquida, es decir, fluida, flexible, volátil.
En consecuencia, Badiou arguye: «La elección política se vuelve muy difícil y confusa, y se expresa a través de protestas más o menos violentas contra este o aquel punto. Pero son protestas desligadas de una visión de conjunto. Quienes protestan se sienten desorientados. No saben cuál será la etapa siguiente, no saben qué significa su derrota o victoria. Es como un viaje marítimo sin brújula».
Por ende, lo que hay «son movimientos de cólera», como el de los 'chalecos amarillos' en Francia o las protestas de agricultores y camioneros. De esa cólera y desorientación se alimenta la extrema derecha, lo que explica su auge. La ultraderecha ofrece a esos desorientados una brújula, aunque lleve directamente al infierno: el desarrollo de una identidad nacional que, como dice Badiou, pretende devolver a su miseria a los proletarios extranjeros que vienen de África, Asia o América del Sur y que «también es un factor de guerra, civil e internacional».
Por ello, el pensador galo hace «un triste pronóstico» a medio plazo: «Las situaciones mundiales de gran desorientación terminan en una guerra mundial». Y ve multiplicarse accidentes, como el conflicto en Ucrania y la derrota americana en Afganistán, similares a los que precedieron a la guerra de 1914, más que a la de 1939, «porque esta era ideologizada, entre demócratas, fascistas y comunistas: tres protocolos de orientación», y «la de 1914 era entre potencias para consolidar la hegemonía». Y ahora esa hegemonía se la disputan Estados Unidos y China.
No obstante, como decía a la compañera Miriam Fernández Rua el escritor Juan Eslava Galán, que ha presentado esta semana en la Feria del Libro de Badajoz 'Enciclopedia nazi contada para escépticos', «la ideología es el pretexto para montar un cirio, pero detrás siempre hay una motivación económica». Sigue así a Marx, que sostenía que el capitalismo destruye y reconfigura órdenes económicos pasados y debe constantemente devaluar la riqueza existente, ya sea a través de guerras o crisis económicas, para así hacer espacio a la creación de nueva riqueza. La Segunda Guerra Mundial fue un claro ejemplo. Me temo que estemos ante otro momento de destrucción creadora del capitalismo.
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