La vileza tiene muchos nombres, pero uno ya tristemente celebérrimo es Benjamín Netanyahu, quien, por deméritos propios, se ha ganado ya un lugar de deshonor ... en la historia universal de la infamia. De su mano ultradiestra y untada, Israel está perpetrando en Gaza lo que algunos de la «derechita cobarde» llaman eufemísticamente «actividades militares», pese a ser un genocidio en toda regla.
Aun así, los de la derechona brava, vindicadores y reivindicadores de Santiago Matamoros, no se andan con ambages y consideran como un ejercicio de legítima defensa la desproporcionada respuesta israelí al ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023. Una respuesta de justicia vindicativa que se salta a la torera hasta la ley del talión, pues por cada ojo y diente israelíes arrancados por Hamás, se está cobrando setenta veces siete ojos y dientes palestinos. Es como si para acabar con ETA, el ejército español hubiera invadido el País Vasco y masacrado y matado de hambre a su población. Pero no, para la derechona brava denunciar la barbarie perpetrada por el Estado judío es «lavar la cara de los asesinos del 7 de octubre». ¿Qué hubieran dicho si Hamás hubiera ocupado Israel y aniquilado a sus habitantes? ¿Es que, al igual que para ellos hay ciudadanos de primera y segunda, según su lugar de nacimiento, etnia o religión, también hay muertos de segunda y primera, valiendo más los israelíes que los palestinos? Su dislocado pensamiento no concibe condenar los asesinatos tanto de unos como de otros. Se comportan así de manera similar a la izquierda abertzale cuando se resistía a condenar los asesinatos de ETA. Para ellos condenar los crímenes israelíes es, como ha dicho Netanyahu, «envalentonar a Hamás» e «incitar al odio antisemita», de lo que el primer ministro hebreo ha acusado arteramente a Europa tras el atentado que mató a dos empleados de la embajada de Israel en Washington.
¿Y qué hubieran dicho esos ultramontanos si el Gobierno español hubiera permitido la transferencia de fondos de una nación no considerada amiga a ETA para perpetuar su conflicto con el PNV y así impedir la independencia de Euskadi? Pues algo similar ha reconocido Netanyahu que hizo con Hamás, al consentir que Catar financiara a ese grupo islamista y terrorista para mantener su rivalidad con la ANP y evitar así la creación de un Estado palestino independiente. ¿Y qué hubieran dicho si dos asesores cercanos al presidente hubieran sido encarcelados bajo la acusación de recibir grandes cantidades de dinero de dicho país al que no se considera amigo a cambio de ayudar a mejorar su imagen? Pues eso ha ocurrido con dos colaboradores de Netanyahu en el marco de la investigación del 'Qatargate', lo que le ha enfrentado al jefe del Shin Bet (el servicio de seguridad interior de Israel), Ronen Bar, hasta el punto de destituirlo y sustituirlo pese a que el Tribunal Supremo ha declarado ilegal el cese.
Pero, además, la táctica de tierra quemada de Netanyahu no solo es nefanda, sino también ineficaz, porque es una máquina de generar yihadistas resentidos. Y no solo está destruyendo la Franja, sino la propia democracia israelí, porque para burlar a la justicia, que le juzga acusado de corrupción, Bibi está arrastrando a su país hacia una tanatocracia, una versión moderna del régimen del terror. Como ha advertido, Ami Ayalon, jefe del Shin Bet a finales de los 90, «desde el momento que se sentó en el sillón de los acusados, está dispuesto a vender nuestro futuro para evitar la cárcel».
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