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Los devastadores incendios de Los Ángeles se me antojan la perfecta metáfora del momento ígneo que atraviesa EE UU, con un renacido Donald Trump que ... mañana recuperará la Casa Blanca tras ser desalojado hace cuatro años por un Joe Biden en el que algunos creyeron ver un nuevo Franklin Delano Roosevelt y ni tan siquiera ha sido un remedo de Jimmy Carter, el centenario nobel de la Paz recientemente fallecido, quien, pese a su decencia y su compromiso firme con la democracia, los derechos humanos y las soluciones pacíficas a conflictos internacionales, no logró la reelección y perdió la presidencia ante Ronald Reagan en 1980 al toparse con la crisis de los rehenes en el Irán del ayatolá Jomeiní, la invasión soviética de Afganistán y, sobre todo, la estanflación, agudizada por la subida de los precios del petróleo.
Carter, encarnación del hombre bueno machadiano, es la antítesis del ubuesco Trump, quien, en cambio, no se puede entender sin Reagan. De la mano derecha de este último, Estados Unidos inició la deriva neoliberal y reaccionaria que desembocaría en el actual auge nacionalpopulista que ha encumbrado a quien ya tiene el triste honor de ser el primer presidente estadounidense convicto.
Estamos en uno de esos gramscianos tiempos claroscuros de la historia en que surgen monstruos como Trump. La aún primera potencia global y el mundo entero están que arden y precisan bomberos, pero el rubicundo magnate es un pirómano que no deja de echar más leña al fuego y que, cual fénix, revive de las cenizas. Su penúltima muestra de ello ha sido el maquiavélico aprovechamiento que ha hecho de la tragedia angelina para arremeter contra la política medioambiental del gobernador californiano, el demócrata Gavin Newsom, a la que culpa de la escasez de agua para apagar los incendios. Quizás Newsom no esté libre de pecado, pero es precisamente el cambio climático que niega Trump el causante de que sean cada vez más frecuentes e intensos fenómenos meteorológicos extremos como la sequía y los vendavales que han sido combustible para las llamas que han arrasado Los Ángeles.
Carter decía que «la política debe ser un servicio a la comunidad, no una carrera hacia el poder» y que «la honestidad y la transparencia son los pilares de un gobierno confiable». Mas Trump ejemplifica todo lo contrario y acaso su país no esté tan cerca de una guerra civil desde que concluyó la de Secesión. Pero, insisto, Trump y los de su ralea nacionalpopulista son las espasmódica y desesperada reacción de la sociedad a su sometimiento por Reagan y sus epígonos a las leyes darwinistas del mercado. Así ocurrió entre las dos guerras mundiales, como explica Karl Polanyi en su ya clásico ensayo 'La gran transformación' (1944). El pensador austriaco diagnostica que el sometimiento a la especulación, el lucro y la libre competencia llevaría primero a un amplio proceso de destrucción comunitaria y, en última instancia, a unas prácticas autoritarias que quisieron poner orden en la economía, mediante «una reeducación destinada a desnaturalizar al individuo y a convertirlo en un ser incapaz de funcionar como un miembro responsable del cuerpo político». Por ende, considera la emergencia del fascismo como un momento autoritario del «capitalismo liberal para llevar a cabo una reforma de la economía de mercado, realizada al precio de la extirpación de todas las instituciones democráticas».
Con todo, como defendía el optimista Carter, «nunca es demasiado tarde para cambiar el rumbo y hacer lo correcto».
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