La violencia de los números
Midiendo las palabras ·
Ana Zafra
Lunes, 25 de noviembre 2024, 07:42
Aprendió en el colegio que, al sumar, el orden de los factores nunca alteraba el producto. Y así lo creyó. Sin embargo, había ido conformando ... su aritmética vital siguiendo ese otro orden lógico que también le enseñaron: nacer, crecer, reproducirse… y morir.
Eso sí, en el álgebra de la vida nadie le dijo cómo resolver las operaciones intermedias ni qué hacer cuando, en una suma de dos, uno de los sumando se transformaba en incógnita.
Había continuado el ritual, ordenado y gozoso, que el tiempo iba marcando, ese que ya dictaba buscar el amor. Encontrar un máximo común que multiplicase miradas y complicidades sin plantear ningún divisor de ilusiones. Otro eje de coordenadas con el que cruzarse y formar un plano lleno de proyectos que le ayudase a resolver, con ternura, el logaritmo cotidiano.
Sumaron y multiplicaron.
Formaron un triángulo mientras calculaban que el cariño siempre sería directamente proporcional a la unión de sus tres lados.
Pero la vida no es una ciencia exacta y la mente humana a veces yerra las cuentas.
La suma se volvió resta y todo fue división.
De los mismos labios que antes habían prometido amar hasta el infinito empezaron a asomar vejaciones e insultos. Y aquellos dedos con los que contaban caricias alteraron el orden en el mismo momento en que se marcaron sobre la piel que habían jurado cuidar.
Y ya fue imposible calcular. Despejar la equis de cuál sería cada día la causa de la discusión, cuánta era demasiada alegría o demasiada tristeza, demasiada tardanza o demasiada sonrisa, demasiado ella o suficiente él.
Y lo peor fue que a su alrededor todo parecía un conjunto vacío. Un no querer mirar, un «eso es cosa suya», un «a saber».
Por eso, cuando oyeron que ya para siempre yacería sepultada bajo una cruz semejante al símbolo de la suma, algunos sintieron un pinchazo culpable y hasta hubo quien dijo no sorprenderse. No consideraron a tiempo que, en las matemáticas de pareja, para que la violencia no se lleve una, el orden de los factores sí altera el producto.
Y no solo porque si el agresor antes de sumar desprecio hubiese multiplicado cordura o si, antes de, como sucede tantas veces, arrancarse la vida tras negársela a ella hubiese intentado invertir el orden, igual ambos se habrían salvado y en la división familiar no dejarían un hijo a manera de resto.
Es, además, porque si, antes de impresionarse por otra trágica ausencia, quienes lo sospechaban –o lo sabían– y lo ignoraron hubiesen ayudado –incluso denunciado–, ahora no tendrían que despejar su remordimiento.
O, quizás, si la educación y la salud mental fuesen operaciones integrales a resolver y no unos polinomios inabordables, podríamos conseguir un cálculo perfecto y despejar esa lista macabra que suma muertes mientras resta mujeres.
Y cada 25 de noviembre no habría que recordar que el hombre es el único animal que fracciona a quien, anteriormente, prometió elevar a la máxima potencia.
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