

Secciones
Servicios
Destacamos
Ha empezado a hacer frío, el mosquito se muere y es buen momento para dejar atrás la pesadilla de la lengua azul que le ha tenido vacunando miles de ovejas sin parar los dos últimos meses. «Los ganaderos me llamaban desesperados», explica Álvaro, veterinario de ... campo, justo antes de montarse de paquete en el quad de Alfonso, vaquero de Alconchel. El veterinario empuña una cerbatana y la carga con un dardo anestesiante. «Esto es mucho más entretenido que estar vacunando ovejas», exclama mientras se aleja por el prado.
En un miércoles de finales de noviembre, Álvaro Martín Ramajo tenía previsto vacunar doce cerdos, curarle la pata a esa vaca que debía dormir antes y examinar luego seis toros para ver si su dueño los puede sacar de la finca. Tres fincas y a comer, ese era el plan. Y por la tarde, papeleo. Pero en Extremadura las jornadas de un veterinario de campo nunca se cumplen. Pese a moverse en amplias zonas sin cobertura, lo localizan constantemente para alguna urgencia.
Esta vez los imprevistos han empezado con averiguar de qué ha muerto un becerro, y ya que está allí, echarle un vistazo a una vaca que está muy flaca. Pero justo cuando acaba lo vuelven a llamar porque otra vaca tiene exageradamente hinchada la parte izquierda. Lo malo es que esta no está enjaulada y hay que conducirla a voces y cortándole el paso hasta inmovilizarla. Eso supone una hora más para concluir que lo que tiene esa vaca limusina es un atracón de bellotas verdes. «El otro día hizo viento, se cayeron un montón y estuvo mucho tiempo debajo de esa encina sin parar de comer», le dice el mayoral para cuadrar el diagnóstico. Otro día más, Álvaro no comerá su casa sino en el bar Poli de Alconchel donde inició su jornada a las ocho de la mañana.
Después de los dos imprevistos en la agenda, aplaza a la tarde llevar unas muestras de heces y sangre al laboratorio Larrasa con el que suele trabajar en La Albuera. Otras las envía por mensajería a Hexopol, en Zaragoza.
Poco después de las seis ya es de noche, así que el final del día lo dedica a tareas burocráticas en el ordenador, un papeleo que odia y considera excesivo. «La vida de un veterinario de campo es agotadora, yo la aguanto porque tengo 35 años, pero no sé cuánto tiempo más estaremos así. Menos mal que me gusta mucho el campo».
A las cinco y media de la tarde un mensaje de voz confirma su peor presagio: «Todavía no he comido, me acaban de llamar y ahora mismo voy a un parto . Es con cesárea, así que voy a recoger a mi compañero para que me ayude». Más de dos horas después cierra su serie de testimonios con otro mensaje de voz: «ha habido suerte, no hizo falta cesárea». Son las ocho de la tarde.
El padre de Álvaro es economista, su madre enfermera y su hermana filóloga. Álvaro Martín Ramajo Nogales dice que su pasión por los animales le viene por su abuela materna, en cuyo campo se crió. Como no le llegó la nota de Selectividad hizo un grado superior de rayos y empezó a trabajar en hospitales de la región mientras conseguía acceder a la carrera de Veterinaria en Cáceres. Simultaneó su profesión vocacional con la de técnico de Radiología un tiempo, pero ya está plenamente dedicado a curar animales. Lo hace junto a su socio José Luis Torvisco, de 32 años y al que conoce de toda la vida.
Ambos formalizaron la empresa Veterinarios Rurales Vetoram el año pasado. Cubren, principalmente, toda la zona de La Raya que discurre por Alconchel, Cheles, Táliga, Villanueva del Fresno, Olivenza e Higuera de Vargas. Pocas dehesas son tan bellas, lo que compensa jornadas agotadora. Para él, el invierno es la mejor época. Todos los que trabajan en el campo odian en cambio el verano.
Son las ocho y cuarto de la mañana. A un pequeño propietario que tiene 12 cochinos para su propio consumo le ha salido un comprador. Le corre prisa ponerlos al día, así que llama a Álvaro para que los vacune contra la enfermedad de Aujeszky (seudorrabia). Los engaña como si fuera a darles de comer y tal y como vienen los agarra, los pincha y los marca con un spray. En media hora despeja la primera tarea de la mañana.
Vuelve a poner en marcha su Mitsubishi Montero. En el maletero del todoterreno guarda todo tipo de medicamentos, unas botas de agua, guantes, una bandeja metálica, jeringuillas, agujas, eslingas, sogas, una radial, tenazas, un narigón que se acopla a los orificios nasales para inmovilizar reses, una pieza metálica a la que llama abrebocas, una especie de manguera que sirve de sonda, un cubo para desechos o unos auriculares para que no le estallen los tímpanos cuando un cerdo chilla porque lo está sangrando.
«Pero lo más importante del coche es que cuando no hay árboles me sirve para protegerme. Aunque sean mansos a veces los animales se arrancan», dice antes de recordar cómo en enero un conocido veterinario de la zona falleció por una cornada de una vaca en esa misma finca.
Precisamente lo siguiente es curarle la pata a una vaca. Le ha crecido mucho la uña, cojea y se ha hecho una herida al cargar sus 500 kilos hacia un solo lado. Con la cerbatana la persigue a bordo de un quad y le inyecta anestesia. En menos de dos minutos cae. «Es importante que quede el lado izquierdo hacia arriba porque ahí tiene el rumen, que es uno de los cuatro estómagos que tiene la vaca. Si se timpaniza (se hincha) contra el suelo se puede asfixiar».
Ya acostada le atan los cuernos al remolque del coche y la pata trasera al quad. Saca unas tenazas y una radial del maletero. Recorta, le cura la herida. Betadine, antibiótico y cicatrizante. «Tenemos tiempo hasta que empiece a mover las orejas», avisa. Justo cuando está acabando la pedicura en las otras pezuñas la vaca empieza a despertarse. Con otro jeringazo de antisedante la termina de activar para que vuelva a reunirse con su manada. Viene a verla un ternero que no ha perdido detalle desde que la vaca se derrumbó. «Es su hijo», confirma el vaquero. Son las once de la mañana y toca ir a ver novillos en Villanueva del Fresno.
Los veterinarios rurales se pasan la vida abriendo y cerrando porteras. Hacen más kilómetros por caminos que por carretera. Mantener estas pistas de tierra en una comunidad como Extremadura es fundamental pues la economía está en el campo y hay que acceder hasta el fondo para sacar su riqueza. El trayecto en esta época de montanera –de octubre a febrero– es un espectáculo. «Esos son ibéricos puros. Se sabe porque son más pequeños y no tienen pelo», ilustra el veterinario al volante. Le suena el móvil. El mayoral no puede estar y va a tener que apañarse él solo. ¿Será capaz de hacerlo?, se preocupa el dueño de los seis toros limusines. No hay problema, él se encarga. «Hay veces que el veterinario llega y solo pone la inyección, pero a mí no me importa ayudar, así tardo menos», razona.
Un mastín enorme le da la bienvenida. Álvaro siempre lleva una vara de acebuche en su coche con la que demuestra quién manda ante las bestias que lo encaran a diario. A ese palo él lo llama cachera y en ese momento recuerda que se la dejó el día antes en otra finca. Pero el mastín lo conoce, lo huele y se echa al sol.
Álvaro M. Ramajo
Veterinario
Álvaro se identifica a veces con El Increíble Doctor Pol, protagonista de una exitosa serie sobre un veterinario de Estados unidos, solo que él trata con los animales de abasto del campo extremeño. Entra en el corral, da cuatro voces, ve la querencia de los toros y los encierra por ese lado en un cepo, que es una pasarela estrecha con barrotes de acero que equivaldría a la cama de un paciente de hospital. Va a hacerles la prueba de la tuberculina. «En tres días vuelvo para ver si ha habido reacción a esta inyección y si son negativos pueden salir para venderlos. Si salen positivos irían a matadero», dice mientras va a por una peladora para despejar el lugar del pinchazo. «Esta es de los chinos, no vale para nada», y tira el cacharro inservible al fondo del maletero. Coge unas tijeras de fortuna y anuncia que la siguiente inversión que hará será en dos peladoras como las que ha visto que usan los veterinarios de Tragsa. Valen 500 euros cada una. El último gasto que hicieron en su empresa fue hace un mes: 12.000 euros en un tercer ecógrafo portátil.
Su empresa se hace cargo de dos Asociaciones de Defensa Sanitaria (ADS), la de Alconchel y la de Higuera de Vargas, donde los ganaderos se asocian para compartir veterinario y luego la Junta de Extremadura da el visto bueno. Su compañero estaba en esos momentos en Higuera de Vargas pasándole el lector a más de mil ovejas y luego iba a vacunar borregos.
Entre ambos tienen igualas con las fincas y les cobran un fijo al mes al que luego le suman material y trabajos extras no incluidos a priori. Solo dormir una vaca, por ejemplo, vale 90 euros. «Hay veces que cobras de menos a un ganadero que ves que su piara se está yendo a la ruina. Sin embargo, a alguien a quien le vas a hacer un plan de reproducción para que le saque más a sus borregos, por ejemplo para que paran justo antes de navidad, que es cuando suben de precio en la lonja, pues a ese sí le tienes que cobrar y que todos salgamos ganando», razona camino de la siguiente finca, que no estaba prevista en el plan inicial y se encuentra en Táliga.
El mayoral le abre la cancela y le muestra un ternero muerto protegido de los buitres con unos sacos. «Tiene apenas una semana. Desde que salió nunca estuvo muy sano, lleva un día muerto», ilustra José Antonio, el mayoral. Álvaro se enfunda los guantes, le abre la barriga con un bisturí y sale un fluido amarillento. «No es lengua azul, es digestivo, seguramente una cocibacilosis», diagnostica mientras coge una muestra que será analizada por si acaso.
A continuación lo llevan cuesta arriba hasta una vaca que ya tiene tres partos (cinco años) a la que se le notan las costillas. «Está deshidratada, parece paratuberculosis», le dice al mayoral antes de darle un antibiótico al animal. «En unos días te llamo y me dices cómo está». Y cuando está enfilando la carretera para irse a comer le suena el teléfono. Es el mismo al que acaba de decirle adiós. «Acaba de ver una vaca hinchada y aprovecha que ya he venido hasta aquí». En media hora a esa limusina le ha abierto un orificio (trocarización) por donde le salen los gases y una espuma verde, motivado por comer demasiadas bellotas.
Para José Antonio, un mayoral veterano curtido en las dehesas le parece que ahora hay más enfermedades que antes. A Álvaro, joven veterinario que se maneja con soltura entre cabras, ovejas, cerdos, vacas, mayorales, vaqueros y técnicos de laboratorios, le parece que en la actualidad hay más controles que nunca. Y para justificar su reflexión cita en latín el lema acuñado en 1922 en las escuelas de veterinaria y que luce en el escudo de su profesión: 'Igea pecoris, salus populi', esto es, 'la higiene del ganado, la salud del pueblo'.
Entre los dos colegios oficiales de veterinarios, el de Cáceres (1.130) y el de Badajoz (1.030), suman 2.160 colegiados, de los que poco casi dosmil están en activo y el resto son jubilados. De estos, una cuarta parte, en torno a 600 son veterinarios de pequeños animales que trabajan en una clínica, y casi 200 trabajan como funcionarios, la mayoría en la Junta de Extremadura. Algo menos, en torno a 150 trabajan en agrupaciones de defensa sanitaria, de las que suele haber una por municipio (a veces hay más) y se basan en una reunión de ganaderos que explotan animales, normalmente de la misma especie. Solo en los pueblos suelen trabajar con grandes animales unos 400 veterinarios en Extremadura, estima en los colegios veterinarios de Badajoz y Cáceres, si bien es frecuente que por la mañana se dediquen al ganado del municipio o la comarca y por la tarde atiendan un consultorio donde atiendan mascotas y pongan vacunas. Por último, en cuestiones de seguridad alimentaria puede haber trabajando en torno al centenar de veterinarios.
Según Valentín Pérez Bermejo, secretario técnico del Colegio Oficial de Veterinarios de Badajoz, esta siempre fue una profesión muy masculinizada, pero ahora mismo el 80% de los alumnos en las facultades son mujeres.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.