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Fernando Cintas Rosa llegó a Perú el 30 de agosto de 1984, con 33 años. Le dijeron que para unos meses, unos años quizás y ... resulta que ha pasado más la mitad de su vida por el país andino como misionero. Sorteando terremotos, la acción del terrorismo durante dos décadas, desigualdades sociales y necesidades de todo tipo. Ayudando. El sacerdote extremeño acaba de regresar a su pueblo, Salvatierra de los Barros (1.590 vecinos, comarca Sierra Suroeste) y el viernes cumplió 72 años, a tres de la edad oficial de jubilación para los curas.
«Se necesitaban sacerdotes. Iba a estar unos meses, para apoyar al clero local durante unos años como mucho pero uno se fue encariñando y ya ves el tiempo que he estado», comenta a HOY desde su casa familiar salvaterreña. A su lado, su hermano, también cura, Manuel de Jesús, dice entre bromas que ahora le va dando «tareítas» a Fernando para que no se aburra.
El sacerdote Fernando Cintas (6 de octubre de 1951) está desde la semana pasada definitivamente en Extremadura, esperando que el arzobispo de Mérida-Badajoz, Celso Morga, le encomiende nueva tarea después de haber estado 39 años dedicado a las gentes de Perú.
Allí ha sido maestro y director en el seminario, profesor de religión en institutos, impulsor de un comedor social, un colegio y ejerciendo de misionero extremeño que ha dejado un poso de reconocimiento masivo y de gratitud entre los peruanos.
El padre Cintas, como le nombran, ha dirigido o administrado 18.000 bautizos, 9.000 confirmaciones y 1.600 matrimonios en esas casi cuatro décadas en Perú.
«No digo los entierros porque eso es cosa fea», agrega tras soltar una media risa. También se cuenta, entre su 'currículo', que gracias a su labor se ha ordenado a 40 sacerdotes durante su presencia peruana.
Afable, buen conversador y atento, admite que desde que el 22 de septiembre llegó desde Sudamérica al aeropuerto de Barajas, en Madrid, anda un poco desubicado. «Tengo la sensación de estar entre las nubes». Lógico.
Desde que se fue a ejercer su labor sacerdotal a Perú en 1984, apenas ha venido cinco o seis veces a Extremadura. Y cuando lo ha hecho ha estado poco tiempo entre su familia extremeña. Sus primeros siete años de sacerdocio los ejerció en diferentes parroquias de Badajoz.
En Salvatierra, Fernando tiene una calle, un reconocimiento más hacia un hombre muy querido por su pueblo. Sus vecinos lo han visto poco, en realidad, porque decidió ayudar a los demás a miles de kilómetros de su casa al poco de ser ordenado sacerdote.
Perú fue su opción. Llegó primero a Mala, para después estar en San Vicente de Cañete hasta 1993, en Matucana hasta 1998 y desde entonces, hasta el pasado mes de septiembre, de nuevo en la parroquia de San Pedro de Mala, en la Prelatura (diócesis) de Yauyos, entre la cordillera andina y la zona costera del país. Administrativamente, municipios incluidos en la provincia de Cañete. En 2007, fue una de las zonas más afectadas por un terremoto devastador.
Mientras, en Matucana ha atendido a multitud de fieles, en caseríos y hogares a los que había que acceder por cerros y colinas a las que subía a pie para poder llevar los sacramentos. Allí también ejerció como director del instituto de secundaria San Juan Bautista.
Pocos como el cura extremeño conocen la realidad y el alma de los casi 300.000 ciudadanos que viven en esa provincia peruana a la que desde la diócesis de Mérida-Badajoz lleva ayudando, tanto con dinero como con provisiones desde hace décadas. Y también con misioneros, como en el caso de Fernando Cintas.
El comedor lo erigió gracias a las aportaciones de los fieles extremeños, en una zona periférica de Mala. La ayuda de pueblos como Salvatierra, pero también de Salvaleón, Burguillos del Cerro, Valverde de Burguillos, Valencia del Ventoso, Nogales o La Morera, donde su hermano Manuel Jesús ejerció de párroco, han sido clave.
Gracias a la implicación de sus paisanos extremeños se envió el dinero necesario para poner en marcha ese comedor y también un colegio promovido por la parroquia de Mala, de la que dependen dieciocho poblaciones. Algunas de ellas perdieron el 80% de sus casas (eran de adobe) en el demoledor terremoto de 2007.
Ahora, el padre Fernando Cintas busca nuevo destino profesional en su tierra extremeña aunque dice que buena parte de su corazón también es ya peruano. No tiene preferencias para desarrollar su labor pastoral. Donde diga el obispo. «Nunca se sabe donde vamos a acabar porque el hombre propone y Dios dispone», apostilla.
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