Extremadura se llena de turistas paisanos
530.000 extremeños viven fuera de la comunidad, pero miles de ellos regresan a ella cada verano, sobre todo en agosto, para agitar la vida de los pueblos
Hay pueblos en Extremadura donde en verano no es que se hable euskera, pero casi. Hay en ellos estos días tantos emigrantes e hijos de ... emigrantes y nietos de emigrantes que no es raro escucharles hablar en esa lengua. Ocurre una tarde cualquiera en la piscina natural de Hoyos, o en un bar de Acebo o caminando por Robledillo de Gata o por una localidad cualquiera de Las Hurdes. Y alguna palabra en catalán se escucha también en la piscina natural de La Codosera o en corrillos al fresco en decenas de pueblos del sur de Badajoz. Todos ellos forman lo que el cura y sociólogo extremeño Jesús Moreno bautizó con talento como turismo paisano, también llamado nostálgico, de retorno o de regreso.
Es un grupo tan grande que en sí mismo constituye un nicho de mercado para el turismo en general, y en particular para los cientos de pequeños negocios locales de la Extremadura rural. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, 513.166 extremeños de nacimiento viven en otra comunidad autónoma española. Y hay 16.563 residiendo en el extranjero. En total son 529.729 turistas potenciales. Miles de ellos están ahora en esos sitios donde ellos o sus padres o sus abuelos pasaron la infancia. Y otros miles estuvieron el mes pasado y ya se marcharon. Y otros miles más llegarán en los próximos días. Porque si el turismo paisano tiene un mes, ese es agosto.
«Dos hijas se fueron ayer, y otra viene mañana», detallaba el pasado martes María Ramírez Fernández, que aunque no lo parezca, en su próximo cumpleaños soplará 94 velas. Se fue de Torremayor (985 habitantes, entre Montijo y Mérida) cuando tenía 46 años, y ni un solo verano a partir de entonces –y van ya 47– ha dejado de regresar a su pueblo junto a su marido, José Antonio Crespo. «Nos fuimos a Azkoitia (Guipúzcoa, 11.657 habitantes ahora) con los ocho hijos, cuatro niños y cuatro niñas», evoca la anciana. «Hicimos el viaje bien, en autobús, y al llegar ya nos tenía mi hermano preparada una casa grande para que viviéramos en ella –relata María–. Él, que se había ido unos cuantos años antes, de soltero, fue quien nos animó a irnos para allá, porque allí había más oportunidades que en el pueblo, y bendita la hora en que nos marchamos».
«Nací en Madrid, pero vengo al pueblo en verano desde pequeño»
alejandro bueno
No perdona las fiestas del patrón de Valdeobispo
Lo dice la mujer por lo bien que les fue al matrimonio y los ocho hijos. El hombre cambió el campo, donde se pasaba el día solo, por «un buen empleo» en una fundición. Y también ella encontró por primera vez en su vida una ocupación remunerada. «Anda que no habré hecho zapatillas, hasta la una de la mañana me quedaba algunas noches», recuerda María. Alpargatas de esparto fabricaba en casa. «Luego pasaba un camión a recogerlas y se vendían en las tiendas», cuenta la mujer, que lleva en Torremayor desde el 28 de mayo y se volverá al norte a mediados de este mes.
Inicios difíciles
«Al principio, mi marido lo pasó mal en Azkoitia –confiesa la anciana–. Llegaba a casa por la tarde para merendar y se ponía a llorar. Decía que se quería volver al pueblo. Un día, los hijos le dijeron que le iban a preparar la maleta, pero que ellos no le iban a acompañar. Y ahí decidió que se quedaba, se echó amigos y todo fue ya muy bien».
A los «dos o tres años» de emigrar, ya habían ahorrado lo suficiente como para vender la casa de Torremayor y comprar una más grande. «Nada más llegar al País Vasco, dos de mis hijos encontraron trabajo –recuerda María Ramírez–. Y los otros dos no porque entonces eran muy pequeños. Luego lo fueron encontrando todos, los ocho. Nunca les ha faltado empleo. Ahora están todos bien colocados. No se han hecho millonarios pero tienen sus trabajos y sus casas. Si nos hubiéramos quedado en el pueblo, estarían en el campo trabajando como mulas».
Hoy, todos sus hijos viven en el País Vasco excepto una, que está en Montijo. Y todos vuelven a Torremayor a pasar unos días en verano, cada uno en las fechas que puede. Solo la familia Crespo Ramírez aporta al pueblo no menos diez turistas paisanos, un colectivo que el sociólogo Marcelo Sánchez-Oro define como «muy importante» para las cuentas del sector turístico regional.
«Entre el 30% y el 35% de los visitantes que recibe nuestra comunidad autónoma son personas que tienen algún tipo de vínculo familiar con ella», sitúa el profesor de la Universidad de Extremadura. «El fenómeno es relevante a escala regional, pero tiene mayor peso en el sur de Badajoz, en poblaciones como Llerena, Zafra o Monesterio», sitúa el especialista, que en los últimos años ha elaborado varios estudios sobre esta cuestión.
«Del 30% al 35% de los visitantes que recibe la región tienen con ella un vínculo familiar»
marcelo sánchez-oro
Sociólogo, profesor de la Universidad de Extremadura
Hace dos años, un resumen amplio de una de sus investigación se publicó en 'Cuadernos de turismo', de la Universidad de Murcia. «Para muchas áreas rurales del interior –explicaba ahí Sánchez-Oro–, este fenómeno (el turismo paisano) es de la máxima importancia, ya que constituye una inapreciable fuente de rentas y dinamismo social». «Nos referimos –precisaba el experto– a localidades y comarcas que como principal atractivo tienen haber sido el lugar de referencia familiar del que padres y/o abuelos emigraron en la década de los sesenta y setenta del siglo XX».
Ese éxodo es para algunos historiadores el fenómeno social más importante que vivió Extremadura en el siglo XX, porque le supuso perder unos 700.000 habitantes, la mayoría entre los años 1960 y 1975. Ellos, sus hijos y sus nietos son los que ahora hacen que dupliquen su población algunos pueblos que el resto del año apenas reciben turismo.
«Revitalizan los pueblos»
«Evidentemente, su presencia se nota mucho, sobre todo en agosto. Hacen que la vida en el pueblo ahora no tenga nada que ver con la del invierno», comenta Miguel Ruiz, alcalde de Higuera la Real y secretario general de la Fempex (Federación de Municipios y Provincias de Extremadura). «Los emigrantes que vuelven ahora –añade– revitalizan los pueblos, llenan las terrazas de los bares y aunque según se aleja el parentesco los hay que pierden la costumbre de volver, muchos la mantienen, tanto los que se fueron en su día como sus hijos e incluso nietos, sobre todo si conservan casa en el pueblo».
En Herrera del Duque (3.465 empadronados), solo la familia Zárate aporta a lo largo del verano ocho turistas paisanos adultos, que son Daniela –su marido, Tomás, falleció– y sus siete hijos. De ellos, solo los dos mayores nacieron en Herrera, donde la familia sigue teniendo casa. Lo explica Tania Zárate (42 años), la más pequeña, que ya vino al mundo en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona, 119.289 habitantes hoy). «Mis padres emigraron porque en el pueblo llegó un momento en el que tenían que pagar para trabajar», cuenta Tania. «Vieron que mucha gente se estaba yendo, e hicieron lo mismo. Como les dijeron que en Madrid ya había mucha gente, optaron por Santa Coloma».
En la localidad catalana, el padre alternó varios trabajos, hasta que entró en la fábrica de cervezas Damm. «Los primeros años –recuerda su hija Tania–, mis padres no volvían a Herrera del Duque. Una vez que se acomodaron y pudieron comprar un coche, empezaron a bajar y luego ya fue prácticamente cada verano».
Costumbres que se heredan
En mayor o menor medida, esa costumbre la han heredado los siete hijos. «La primera vez que me trajeron yo tenía tres meses, y mis primeros recuerdos del pueblo son con cinco años», rememora Tania Zárate, que bajará a Herrera la próxima semana. Lo hará, probablemente, en coche con alguna de sus hermanas, porque la otra opción, que es el transporte público, no ganaría un premio al confort.
«El AVE Barcelona-Madrid está muy bien, pero luego tendría que coger un autobús que tarda mucho. De joven lo hice muchas veces, porque bajaba a Herrera incluso en Semana Santa», recuerda Tania, que representa un paso más en el perfil del turista paisano, porque no nació en el pueblo pero le sigue encantando volver a él cada verano. «En él sigue estando el grupo de amigas que tengo desde los 13 ó 14 años, y está también toda la familia que queda, la de mi madre, porque la de mi padre emigró entera».
LOS DATOS
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513.166 Es el número de nacidos en Extremadura que viven en otra región española, según el Instituto Nacional de Estadística. Uno de cada tres está en la Comunidad de Madrid, donde han fijado su residencia 185.468. En Cataluña tienen su domicilio habitual 106.462, y hay censados 55.031 en Andalucía y 46.101 en el País Vasco.
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16.563 extremeños viven en el extranjero, según las últimas cifras del Instituto Nacional de Estadística. Casi ocho de cada diez –en concreto, 13.144– están en Europa. Hay 5.291 en Francia, 2.784 en Alemania, 1.174 en Reino Unido, 1.154 en Suiza, 715 en Bélgica, 411 en Países Bajos, 393 en Portugal y 384 en Andorra. Hay 144 en África (59 de ellos en Marruecos), 2,773 en América (760 en Estados Unidos, 663 en Argentina y 253 en México), 237 en Asia (44 en Emiratos Árabes Unidos) y 265 en Oceanía (254 en Australia).
Ella pertenece a la segunda generación de emigrantes, la de los hijos de quienes se fueron de Extremadura buscando una vida mejor. Pero ya hay también una tercera, a la que pertenece Alejandro Bueno (33 años). «Primero emigró mi abuelo, a Francia, y cuando tuvo trabajo y casa, se llevó a mi abuela y a los cinco hijos, y ya allí tuvieron un sexto», reconstruye el joven, que trabaja en Madrid de tornero fresador con máquinas de control numérico. Su último día de trabajo antes de las vacaciones fue el 29 de julio, y esa misma enfiló el camino a Valdeobispo (654 habitantes, a veinte minutos en coche de Plasencia). Su idea es volver a Carabanchel (Madrid) el 21 de agosto.
«Su presencia se nota mucho. La vida estos días no tiene nada que ver con la del invierno»
MIGUEL RUIZ
Alcalde de Higuera La Real y secretario general de la Fempex
«En Valdeobispo, mi abuelo trabajaba en el campo, y en Francia estuvo en una fábrica de tejas y ladrillos, y luego en una textil. Mi abuela crio a sus seis hijos y trabajó en casa, cosiendo pantalones. Cuando se fueron, mi madre tenía seis años. Ella se formó en Francia, estudió el equivalente a un ciclo de FP de Administrativo y trabajó como dependienta en una zapatería». El padre de Alejandro estudió Mecánica y trabajó en el País Vasco hasta que se instaló en Madrid tras aprobar los exámenes de bombero.
Los abuelos de Bueno murieron, pero legaron a sus hijos la casa familiar de Valdeobispo, donde la vida de Alejandro consiste en hacer rutas con la moto, ir a pescar, bañarse en piscinas naturales de la zona, ir al pantano, salir de bares y asomarse al gimnasio –por diez euros puede usarlo todo el mes–. Lo hace con los primos y los amigos de siempre. Él, como Tania Zárate y como María Ramírez, conserva la tradición familiar. Da igual tener 33 años, 42 o 93. Ninguno de ellos renuncia a las vacaciones en su pueblo extremeño.
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