Los domingos frenéticos del padre Robert
Robert Muthini, de Kenia, 29 años, cura y matemático, oficia cada mañana de domingo tres misas en tres pueblos. Es la única forma de que la Extremadura despoblada no pierda su eucaristía dominical
Más de 128.500 kilómetros le ha hecho en tres años el padre Robert a su coche, casi todos yendo y viniendo entre cuatro pueblos ... de la Extremadura despoblada por los que se mueve como si llevara haciéndolo toda la vida. Robert Muthini Mutisya, 29 años, keniata, graduado en Matemáticas por la Daystar University de su país, sacerdote de la diócesis de Coria-Cáceres desde hace tres años, entra en la iglesia de Santiago de Alcántara y le acaricia el pelo y le dice algo al oído a un feligrés que está sentado en la esquina de un banco, en una de las últimas filas. Es un hombre mayor que luego aparece sin hacer ruido por la sacristía y espera en silencio a que el sacerdote termine de hablar con la mujer que leerá el Evangelio en la tercera y última misa de este domingo, el día de la semana en el que al religioso le vendría fenomenal que le hubiera sido concedido el don de la ubicuidad. Porque el domingo por la mañana del cura Robert son curvas y prisas. También risas y afectos dados y recibidos. Tres misas. Tres pueblos. 74 kilómetros de carreteras secundarias.
Santiago de Alcántara (507 habitantes), Cedillo (428), Herrera de Alcántara (240) y Carbajo (197). Estos son los dominios de «padre Roberto» o «Roberto» a secas, como le llama la mayoría. Entre estos cuatro municipios cacereños cercanos a Portugal suman 1.372 vecinos. Censados, porque ya se sabe: en la Extremadura que se vacía a paso firme está particularmente vigente esa vieja distinción medio olvidada entre la población de hecho y la de derecho.
Entre todos estos habitantes, seguramente Robert Muthini es el único negro y el único cura. Porque antes incluso que 'multi párroco', el africano es un vecino más de Santiago de Alcántara, donde vive desde hace tres años. También le diferencian del resto su clergyman, claro, y su manojo de no menos de veinte llaves, entre iglesias, casas parroquiales y demás patrimonio eclesiástico. El domingo pasado, él abrió la iglesia de Herrera de Alcántara, primera parada de este domingo a contrarreloj.
El cura aparca su Peugeot blanco frente al templo, y antes de abrirlo, atiende a Cipriano Sevilla, que quiere encargarle un oficio por el primer aniversario de la muerte de su esposa Paula. «A la misa de los domingos viene poca gente porque en el pueblo son cada vez menos», dice el hombre, que aunque vive en La Robla (León), vuelve cada poco a Herrera, donde nació. «En otra época venía más gente, pero es que antes, cuando había aduana, vivían veintitantas familias en el cuartel de la Guardia Civil, y ahora no sé si habrá alguna. Y antes había seis bares y ahora hay uno que acabará cerrando».
También la iglesia ha cambiado en este tiempo. Al menos esta iglesia rural concreta que representa el padre Robert, que se hizo cura tras contactar por Facebook con Francisco Cerro (actual arzobispo de Toledo y antes obispo de Coria-Cáceres) y que durante el confinamiento por la pandemia de covid-19 se abrió un canal en Youtube para poder retransmitir la eucaristía. Además, tiene un grupo de WhatsApp con los padres de los niños a los que prepara para la confirmación y otro con los catequistas.
El repique de campanas
Se mantiene la tradición histórica de repicar las campanas, pero ya nadie sube a la torre y el badajo no se mueve. Lo que suena es una grabación que el sacerdote activa en una moderna máquina generosa en botones. Coge la chuleta, pulsa el número que toque (el 1 para la misa diaria, el 2 para la entrada a misa, el 3 para la eucaristía dominical, el cuatro para tocar a entierro, el siete para funeral, el ocho para fuego, el nueve para el ángelus...) y el pueblo se entera de que él ha llegado y la misa va a empezar.
Quince personas le escuchan en la iglesia de Herrera, que tiene dos bloques de bancos separados por un pasillo central. Las diez mujeres ocupan las primeras filas del grupo delantero. Los hombres, todos menos el más mayor, se sientan en la parte de atrás. «Cada pueblo es diferente, cada uno tiene su carácter», apunta el padre Robert, que en este ámbito rural, lo que hace es «principalmente una pastoral de mantenimiento, o sea, para mantener a los fieles, porque apenas hay jóvenes».
«Antes venía más gente a misa. Solo en el cuartel de la Guardia Civil había más de 20 familias, y ahora no sé si habrá alguna»
CIPRIANO SEVILLA, HERRERA DE ALCÁNTARA
«El padre Robert es un sacerdote buenísimo, a sus misas viene mucha gente»
JOSÉ PIRIS, CEDILLO
Pese a todo, él no duda un segundo cuando le preguntan si está contento. «Yo llevo genial tener a mi cargo cuatro pueblos. Lo que me mata a veces es la distancia entre ellos». 26 minutos conduce para ir de Santiago a Herrera, 13 de Herrera a Cedillo, y media hora de Cedillo a Santiago. En total, cada domingo por la mañana pasa aproximadamente una hora y diez minutos al volante.
Un kilometraje que se suma al que hace durante el resto de la semana: los lunes y los jueves, clases a los alumnos de Secundaria del colegio Nuestra Señora de los Remedios de Valencia de Alcántara; las otras misas (miércoles en Cedillo y Carbajo, y el sábado tarde en Carbajo y Santiago); la catequesis de los viernes por la tarde en Cedillo; los entierros, algún viaje a Cáceres para asuntos de la Diócesis...
Risas junto a la iglesia
«¡Anda que no tiene marcha ni nada este cura: las misas, la catequesis de los muchachos pequeños, la de los grandes...». Lo dice una feligresa minutos antes de la misa dominical de las 11 en Cedillo, donde el cura llega con diez minutos de antelación, lo justo para ponerse la casulla y saludar a los monaguillos, que se saben la lección de sobra. El sacerdote aparca el coche, de nuevo a dos pasos del templo, y nada más bajarse, una mujer le saluda con entusiasmo adolescente.
– ¡Hola!
– Buenos días. ¿Qué tal estamos?, devuelve él.
– Bien. ¿Y usted?
– Bien.
– Está usted muy guapo. Eso es por estar en Cedillo.
– Pues es verdad. No te voy a mentir.
Y los dos se echan a reír a carcajadas. Y su broma da pie a que otras fieles hagan más. «Yo estoy aquí de maravilla, aunque tenga mucho trabajo», se sincera luego el padre Muthini, mientras conduce de vuelta a Santiago de Alcántara a buena velocidad. «No me genera ningún estrés dar tres misas en la misma mañana en tres pueblos –afirma el religioso africano–. Me lo tomo con mucha calma y mucha alegría. Pienso que Jesucristo me ha encargado venir a atender a estas personas, y lo hago contentísimo aunque humanamente hablando pueda ser una locura y me canse físicamente pasar tanto tiempo en la carretera». «Para un sacerdote mayor –amplía–, un domingo con tres misas en tres pueblos en una mañana puede ser duro, pero en mi caso, me lo tomo como algo bonito. Si no lo hiciera, sería como si un médico no va cuidar a sus enfermos. Me remordería la conciencia».
Como una travesura para poner a prueba a sus parroquianos, el padre Robert les hizo una vez una broma. «Un domingo les dije que a la semana siguiente no habría misa, y cuando acabé la eucaristía y salí a la calle, me estaban esperando para decirme muy serios que me había pasado, que no podía dejarles sin la misa del domingo, que para ellos es una terapia», relata el sacerdote, a quien le gusta ir a los bares a «tomar una Coca-Cola o una cerveza con la gente». «Lo hago porque en el bar puedo hablar con la gente que no va a misa, que también es importante hacerlo. Un pastor necesita conocer a sus ovejas».
Entre los suyos, desde luego, esta actitud abierta ha calado. «Hemos tenido suerte, porque es un sacerdote buenísimo, muy agradable, a sus misas viene mucha gente», dice José Piris en la iglesia de Cedillo, que hoy está casi llena. «Antes venía más gente a la misa, claro, pero esto pasa en todos los sitios. Y también había más misas. No las había a diario pero sí más que ahora, porque había un cura viviendo en cada pueblo. Lo mismo que había un médico y ya tampoco lo hay».
Feligresas que echan una mano
Pasa junto a Piris una mujer menuda y risueña. Es Anita Carrillo, que tiene noventa años y rechaza el brazo que le ofrecen para bajar las escaleras de la iglesia. «Mira qué bien las bajo», presume la anciana, que hace tres minutos charlaba con el cura en la sacristía. «Yo soy la encargada de llevar la comunión a la residencia de mayores del pueblo –explica–. Tuvimos que dejar de hacerlo en la pandemia, pero ahora lo vamos a retomar».
El cura la escucha, se despide de ella y sube al coche, camino a la tercera y última misa de la mañana. ¿No va a ir a Kenia a ver a sus padres en Navidad? «No. Me quedaré aquí», adelanta el padre Robert Muthini, que tiene un hermano sacerdote en Long Island (Nueva York) y una hermana monja en Coria. «En Navidad lo paso mal, porque me acuerdo de mi familia. Podría pasar la noche de Navidad con alguna familia de feligreses, pero prefiero pasarla con algún vecino del pueblo que esté solo. El año pasado cené con mi sacristana, que tiene ochenta y tantos años y acababa de perder a su marido. Y el año anterior, con un vecino al que di una sorpresa, porque él no me esperaba».
Quizás era alguno de esos que cualquier día del año le van a ver a su casa. «Me tocan al timbre y me dicen 'Padre, que vengo a tomar un vinito con usted'. Y suben. Y tomamos algo o echamos una partida de cartas mientras hablamos un rato», cuenta el cura Robert, que tuvo la oportunidad de regresar a Kenia para ejercer como sacerdote castrense pero eligió quedarse aquí, en su cuatro pueblos de la Extremadura despoblada. Dice que es feliz así.
EN CONTEXTO
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64 Años. Es la edad media de los 111 sacerdotes de la diócesis de Coria-Cáceres, a la que pertenecen los pueblos que atiende el padre Robert Muthini.
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Un cura para cinco pueblos Tres curas de la diócesis de Coria-Cáceres atienden cinco pueblos o más. Hay cinco sacerdotes con cuatro municipios; 16 con tres localidades; y 14 que cubren dos pueblos. En total, 53 sacerdotes atienden 146 parroquias de la zona rural de la diócesis (todo su territorio excepto Cáceres, Coria y sus pueblos más cercanos).
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211 Número de sacerdotes de la diócesis de Mérida-Badajoz, si bien 51 son eméritos y hay una decena que ejercen fuera de la archidiócesis, entre ellos varios misioneros.
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141 Sacerdotes tiene la diócesis de Plasencia, que abarca 202 parroquias y 272.205 habitantes.
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