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Las entidades sociales que ofrecen ayuda en las barriadas más desfavorecidos de la región han detectado un rápido aumento de las necesidades desde que se decretó el estado de alarma. En Suerte de Saavedra (Badajoz) o Aldea Moret (Cáceres) se han duplicado las entregas de alimentos, síntoma inequívoco de que el número de familias en apuros ha crecido.
El dato lo aporta Antonio León, párroco en Suerte de Saavedra. La barriada donde trabaja cuenta con decenas de bloques compuestos por viviendas sociales en las que residen familias que, en muchos casos, se han quedado sin ingresos. «Antes de todo esto teníamos 108 familias beneficiaras y veíamos que la cifra iba bajando, pero de pronto nos han entrado 78 familias nuevas».
Para este sacerdote, acostumbrado a trabajar en situaciones de escasez –durante años estuvo destinado en países de misión–, lo sucedido ha puesto a prueba la respuesta de la parroquia. «Ha habido días en los que el teléfono de la iglesia y mi móvil no han parado de sonar», dice.
Situaciones similares se han vivido en otros barrios marginales de la región. «Lo que más me ha preocupado es que muchas de las familias nuevas no residen en los bloques de viviendas sociales sino en otras calles donde la gente suele tener ingresos suficientes», alerta Antonio León.
En Cáceres, Cáritas ha atendido durante el estado de alarma a 661 personas, una cifra que supone el 63% de todas las atendidas el pasado año. Como dato, el 82% de las personas solas atendidas acudían por primera vez a los servicios de acogida. Y en el caso de las familias, el 34% han sido nuevas. La demanda ha llegado principalmente de la capital.
El perfil responde al de familias de varios miembros con hijos menores y sin ingresos. Las prestaciones han sido principalmente de alimentación, pago de suministros, alquiler de vivienda, asesoramiento en la solicitud de ayudas de emergencia y apoyo psicológico a personas solas y de edades avanzadas.
Los datos que poseen las entidades sociales todavía son parciales. La crisis acaba de comenzar y se desconoce cuáles serán sus consecuencias futuras, pero ya hay indicadores relevantes.
Cáritas Diocesana de Mérida-Badajoz indicó el 15 de mayo que el número de familias a las que prestaba ayuda había crecido en un 18,5% durante los dos primeros meses de pandemia. «Vemos claramente que está afectando de forma distinta a las zonas urbanas y a las rurales. En las poblaciones con más de 10.000 habitantes tenemos 497 personas nuevas mientras que en los pueblos de menos de 10.000 habitantes son 253», señala Ana Correa, secretaria general de Cáritas de Mérida-Badajoz.
Se concentran por tanto el 66% de las peticiones en las poblaciones de mayor tamaño, especialmente en las barriadas con menores niveles de renta.
Pero no sólo en los barrios más pobres han aumentado las necesidades. En el de San Fernando (Badajoz), que comienza en Puerta de Palmas y termina junto a la estación de trenes, también se ha duplicado la demanda. «Se empiezan a ver parejas bastante normalizadas o familias monoparentales que desde mediados de marzo no tienen ingresos porque están en ERTE o trabajaban en la economía sumergida. Al principio tiraron del colchoncito de 1.000 o 2.000 euros que tenían, pero eso ya se les ha agotado», lamenta Santiago Ruiz, parroco de San Fernando.
El presidente del Banco de Alimentos de Badajoz, Jesús Reynolds, completa la descripción del escenario actual con otro dato: de los 13.500 beneficiarios que tenían a comienzos de marzo se ha pasado a 15.000.
Esta organización no ofrece ayuda directa a las personas en exclusión sino que entrega los productos a entidades sociales que se encargan del reparto. «El estado de alarma fue muy duro porque las operaciones kilo quedaron suspendidas. Nunca antes habíamos pedido dinero, pero no teníamos otra opción».
El Banco de Alimentos de Badajoz ya vaticina que necesitará dos millones de kilos de alimentos para cubrir la demanda prevista, por encima de los 1,7 millones de kilos que distribuyó en 2019. «Afortunadamente aquí no se ven colas porque las organizaciones intentan que el reparto se haga de una forma digna. En mayo se han repartido 50.000 kilos en la provincia de Badajoz y en junio nos llegarán los alimentos del FEGA y podremos entregar 200.000».
Jesús Reynolds está preocupado con el rápido aumento de las necesidades pero confía en que esta crisis no sea tan severa como la de 2008, cuando se llegaron a contabilizar 25.000 beneficiarios.
Antonio León también espera en que sea así. De hecho, en la parroquia de Suerte de Saavedra se han recibido durante los últimos días varias llamadas de familias que piden la baja en la lista de beneficiarios porque han salido del ERTEo han comenzado a trabajar. «Ahora ya estoy viendo que va bajando la presión, pasa lo mismo que con los contagios. Hay gente que me llama para decirme que este va a ser el último mes que necesite ayuda y que a partir del mes que viene mejor le demos los alimentos a otra familia que lo necesite más».
En la parroquia de Aldea Moret, en Cáceres, la distribución de alimentos entre hogares con necesidades se ha duplicado durante la crisis sanitaria. En lo que va de estado de alarma, a través de Cáritas han gestionado las peticiones de 59 familias, de las que han sido atendidas 42. El resto se encuentra en trámites, según su sacerdote Miguel Ángel González.
En total 93 adultos y 79 menores han recibido ayuda directa. «De las familias que han llegado, un 50% no había recurrido nunca a estos recursos», confirma González, que precisa, a su vez, que quienes están demandando alimentos son vendedores ambulantes, empleadas de hogar que trabajaban por horas o personas que han sufrido un ERTE y no han cobrado o están tardando en cobrar el ingreso. «Aldea Moret tiene mucha gente sin contrato que se ha quedado desamparada», asevera.
Además de los alimentos que la propia parroquia adquiere, desde el 27 de abril cuentan con la colaboración de la empresa Catering Pajuelo, que les brindó la posibilidad de repartir menús solidarios en la barriada. Los distribuyen tres días en semana, lunes, miércoles y viernes, con un primer plato y un segundo, y la parroquia los complementa con otros productos como yogures, leche, huevos, fiambres o galletas en los hogares con niños.
«La media de menús es de unos 40 diarios y de momento mientras Pajuelo nos ofrezca el servicio continuaremos con él, y con el reparto de alimentos con los fondos que nos queden», dice el párroco, que agradece las donaciones recibidas. «Prevemos poder seguir echando una mano durante unos meses», confía.
En la iglesia del Buen Pastor, en el barrio del Espíritu Santo de la capital cacereña, atienden a 30 familias nuevas que están recibiendo la comida del colectivo Mimenú que reparten los voluntarios de RedCor, a los que el sacerdote Ángel Martín Chapinal agradece su labor, así como la de sus colaboradores de la parroquia. El sacerdote explica que, además de estas familias, otras 15 no han podido recibir los menús porque cuentan con otras ayudas, «pero les damos vales y dinero en mano para que puedan vivir dignamente», afirma.
Llevan tiempo trabajando con 15 familias a las que entregan vales. «Con quienes hay confianza les damos el dinero y ellos nos traen los tickets, todo esto les dignifica». A las que han llegado «de golpe», como subraya el párroco, no las conocen de nada. Tienen niños y hay algunos autónomos. Todas recurren a la iglesia por la crisis de la COVID-19. Muchas a por comida pero otras llenas de preocupaciones. «Hemos tenido que acompañar casos a nivel psicológico por la preocupación económica, que ha afectado mucho a la gente».
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