COVID-19: De fármacos y vacunas
Diseñar un fármaco específico para cualquier patógeno es complicado como para abordarlo en un período de emergencia
Pedro Cintas Moreno
Domingo, 5 de abril 2020, 22:42
Junto con las medidas profilácticas para detener la propagación del COVID-19, mucho interés se centra ahora en los agentes terapéuticos que lo detengan o anulen. Como suele suceder en esta era digital, la cantidad de desinformación supera con creces a lo poco de ciencia que llega a la sociedad. Incluso si el eco puede ser difícil, estas líneas pretender divulgar algo de lo que sabemos, junto a curiosidades que vienen bien en estos momentos. Oímos preguntas como: «¿y se van a emplear contra este virus los fármacos del sida?», «y eso de la cloroquina, ¿previene si se toma?», «¿ya no se puede tomar ibuprofeno?».
Los virus son los parásitos más primitivos. Casi no son organismos vivos, sino estructuras químicas que tienen la capacidad de replicarse si alcanzan una célula (que puede ser incluso una bacteria). Aunque difieren en el genoma, casi todos los virus tienen una organización simple, una secuencia de ácidos nucleicos (COVID-19 sólo posee ARN, en lugar de ADN), envuelto por una glicoproteína, junto con una conjunto de enzimas que le permiten funcionar.
Los fármacos que aniquilan al virus lo hacen porque interfieren con su replicación (necesita copiar su material genético) o inhibiendo su proteasa. Diseñar un fármaco especifico para cualquier patógeno es complicado (puede durar años) como para abordarlo en un periodo de emergencia. Las multinacionales farmacéuticas a menudo 'toman prestado' sustancias con actividad terapéutica que, eventualmente modifican ligeramente (es lo que en el argot anglosajón se llama 'drug repurposing'). Esto suele hacerse con las llamadas enfermedades raras; los pacientes son tan pocos que la farmacéutica recurre en primer lugar a fármacos existentes.
Así que inhibidores de virus como el VIH, Ébola o Zika fueron el punto de partida frente a COVID-19. El uso de ritonavir y lopinavir (buenos inhibidores de la proteasa de VIH), han dado pocos resultados en Wuhan, aunque quizás se administraron a pacientes con un estado avanzado de coronavirus. Pero es un buen camino, como siguen aplicándose en algunos hospitales.
El caso de la cloroquina es distinto y casi fruto del azar, porque no es un antiviral per se. Esta sustancia y otras análogas se prepararon en Alemania en 1934. Son sucedáneos de la quinina para tratar la malaria (que aquí siempre hemos conocido por paludismo). Las tropas alemanas en zonas endémicas de malaria, como el norte de África, las usaron durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando el África Korps de Rommel sufrió las primeras derrotas, los aliados encontraron en los prisioneros alemanes e italianos, unas extrañas pastillas (tanto blancas como amarillas). Cuando las enviaron a analizar, descubrieron su composición, entre ellas la cloroquina. No dio tiempo a fabricarla en masa para proteger de la malaria a los soldados americanos que estaban en guerra en el sudeste asiático; pero años más tarde se empleó en las guerras de Corea y Vietnam. Se sabe como actúa frente al parásito de la malaria, pero no muy bien frente a COVID-19. Lo más probable es que interfiera con una reacción química que el virus utiliza para adherirse a una proteína de la célula. Hoy la cloroquina (y la hidroxicloroquina) ha sido superada por otros antimaláricos; de hecho posee efectos secundarios importantes. Actualmente es el fármaco principal para otra patología: la artritis reumatoide. La automedicación descontrolada de cloroquina, no sólo priva a estos enfermos de su principal medicamento, sino que (como ya ha sucedido) puede causar una intoxicación letal.
El otro frente son las vacunas. Lo sabemos muy bien: las vacunas protegen, pese, de nuevo, a la desinformación de algunos medios. Pero conseguir una vacuna efectiva es también cuestión de tiempo, que ahora nos falta. Hay dos pruebas experimentales en Estados Unidos y seguramente varias en China. Una de ellas, por la empresa Moderna, Inc. (Massachusetts) ha iniciado estudios de fase clínica con voluntarios. Pero una vacuna para ser segura en humanos debe evaluarse previamente con modelos y animales de laboratorio. De lo contrario, puede ser contraproductiva y una pérdida de tiempo.
La ciencia aporta un grano de arena en todo este complicado escenario; la humanidad siempre es el héroe, o la heroína. Pero cada grano, cada paso, cada acción con fundamento cuenta. Siempre que escribo sobre divulgación científica, me gusta terminar con una frase del famoso astrónomo Carl Sagan, que tiene un cierto toque pedagógico: «Es un suicidio que una sociedad tan ignorante en ciencia y tecnología, dependa tanto de la ciencia y la tecnología».