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Antonio, un vikingo hiperactivo con dorsal
Este emeritense ha quedado entre los 8 primeros de su categoría en el mundial de carreras de obstáculos más duro, celebrado en Reino Unido y al que acudió en solitario para correr 120 kilómetros en 24 horas
Hay pruebas deportivas que parecen el asedio a una fortaleza. Solo falta la sangre, sin menoscabo de que algunos competidores caen desplomados o se retiran ... humillados arrancándose el dorsal con rabia. En Mérida, donde vive Antonio Rubio, se organiza una épica carrera de obstáculos denominada Farinato que deja a los participantes exhaustos y hasta las cejas de barro. El circuito tiene siete kilómetros pero como Antonio tiene confianza con el organizador le pide que a él le deje dar dos o tres vueltas antes de desmontar las estructuras porque le sirve de entrenamiento. Aunque su seña de identidad compitiendo sea un gorro de pescador y no un casco con cuernos, su actitud se asemeja a la de un vikingo.
Para entrar en situación, en una carrera de obstáculos la extenuación sobreviene no solo por correr más rápido que los demás sino porque, además, hay que trepar tirando de una cuerda, escalar, reptar bajo una alambrada, vadear fosos con agua... Pero al extremeño David Rubio cualquier carrera se le queda corta, por eso ha ido eligiendo desafíos, como cambiar una prueba explosiva como la Farinato por otra de 24 horas en la que más de la mitad de los corredores no consigue finalizar, muchos de los que cruzan la meta lo hacen vomitando y no es raro ver ambulancias transportando corredores.
«La primera Farinato en Mérida (nunca la ha ganado, su mejor puesto es segundo, dice) la hice en 2017 y me enganché. También hacía carreras normales, pero 2022 se me dio muy bien, gané dos ligas a nivel nacional en obstáculos y busqué retos más duros para saber dónde estaba mi límite. Me motivó hacer dos carreras en un mismo fin de semana, de 40 y de 60 kilómetros, porque ningún español lo había hecho antes. El siguiente reto fue el año pasado, una prueba de 24 horas. Entré quinto y luego hice dos carreras ultras más en las que fui segundo en mi categoría, en Marbella y Holanda. Esto me dio el pase al mundial», explica Antonio Rubio, que trabaja como vendedor en el Decathlon de su ciudad, ha sido padre hace cinco años y entrena veinte horas a la semana.
Ese mundial se ha celebrado el pasado 29 de junio en Grantham, cerca de Nottingham, en Reino Unido. Pero la aventura no ha empezado en la línea de salida sino antes. Y es que el extremeño, al contrario que el resto de competidores que suele llevar un equipo para estar arropado, ha afrontado el viaje completamente solo. «Nadie pudo acompañarme por motivos laborales. Pero yo quería ir, así que fui a Sevilla, cogí el avión hasta Londres, alquilé un coche, conduje más de cuatro horas ¡por la izquierda! y llegué dos días antes. Allí el ambiente es una fiesta, hay mucha gente porque cada competidor lleva su equipo de cinco o seis personas entre preparadores, fisios o familiares. Pensé que habría una carpa común para dormir, pero vi que cada uno tenía su parcela con tienda de campaña y yo no. Como amenazaba lluvia, menos mal que casualmente había un Decathlon a media hora y fui a comprar una tienda que me salvó», relata el extremeño.
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La prueba arrancó a las 12 del mediodía, él se levantó a las 9 y desayunó lo pautado con su nutricionista: cuatro tostadas con mermelada, un vaso de leche y zumo de naranja.
«Casi me ahogo»
La carrera dura un día completo y tiene una «zona de vida» después de cada vuelta al circuito en la que los corredores se avituallan o cambian de ropa si es necesario. Cuentan con asistentes de apoyo, pero Antonio lo hizo todo en solitario. Lo normal es tardar unos tres minutos en comer algo, recomponerte y continuar, pero en la estadística del extremeño aparece una parada de ocho minutos. «Fue cuando decido mudar de ropa porque necesitaba sentirme seco porque hay obstáculos en los que te sumerges en el agua. De día hace calor y se agradece, pero de noche corre el aire y estás dando tiritones varios minutos. Yo casi me ahogo la primera vez afronté este obstáculo porque al salir a respirar me di con las vallas, perdí las gafas y al salir un chorro que me impedía respirar. Luego le cogí el truco, pero en todas las carreras hay gente que sale en ambulancia», describe Rubio, que también tuvo que arreglar sobre la marcha su mochila con el cordón de sus mallas y que consiguió regular su vientre para no ir al baño en mitad de la carrera, aunque orinar sí lo hace corriendo. «Estamos acostumbrados en algunos tramos que son de montaña, nos subimos un poco la malla y ya está, así no tenemos que parar», explica el corredor emeritense.
A sus 32 años, ha quedado octavo del mundo en su categoría y vigésimosexto en la general masculina, liderada por el estadounidense Joseph Rucco, que dio 22 vueltas al recorrido y completó 177 kilómetros. El emeritense dio 15 vueltas, 120 kilómetros, de entre 513 participantes masculinos que tomaron al salida. Para cruzar la meta, después de ver visiones nocturnas «por culpa del agotamiento y el exceso de cafeína», cuenta a HOY que fue providencial un dibujo que hizo con las iniciales de su mujer y su hija –Mamen y Roy– que forman un corazón y que llevaba consigo. «Mirarlo cuando peor lo estaba pasando fue lo que me dio fuerzas para acabar», declara.
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