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Ruess recorrió durante un lustro los más remotos lugares. HOY

Insólitas bellezas

Novela. Editorial Periférica rescata el viaje iniciático del joven Everett Ruess por los más solitarios territorios de su país natal hace casi un siglo

Sábado, 11 de octubre 2025, 02:00

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La lectura más estimulante para mí, este tórrido verano de calor insufrible e incendios desertizadores, ha sido Una belleza insoportable. Volumen facticio, cuyos textos se deben a Everett Ruess (Ockland, 1914-¿?1934), un joven norteamericano recién salido de la adolescencia, cuya precocidad literaria, afán de aventuras, actitudes antisistema y pronta desaparición evocan a Rimbaud, heridos ambos tan tempranamente por lo que se conoce como 'el síndrome de Stendhal'. El gran novelista francés salió de la iglesia de la Santa Croce de Florencia a punto de desmayarse por la conmoción que le produjo tanta hermosura: «Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las bellas artes y los sentimientos apasionados», escribe él mismo en su obra Roma, Nápoles y Florencia. La psiquiatra Graziella Magherini acuñó mucho después aquel diagnóstico para definir experiencias similares.

Las vive y expresa con absoluta intensidad el estudiante norteamericano que cierto día abandona las comodidades urbanas de su bien acomodada familia para introducirse por los territorios todavía hoy más solitarios de los USA, semidesiertos de Utah, Arizona, Colorado y limítrofes.

Everett Ruess

Una belleza insoportable.

Cáceres, Periférica, 2025

Ruess (utilizó a veces pseudónimos), con asombrosa temeridad, los va recorriendo a partir de 1930 durante casi un lustro en autostop, a pie o a lomos de burros y jamelgos que suelen finiquitar exhaustos. Quien en letras últimas se define como un 'hedonista panteísta' (p. 227), cae a menudo conmovido en solitario por la insoportable belleza (el sintagma más repetido) que las cámaras del cineasta J. Ford reproducirán en las 'películas del Oeste'. ¿Quién no lleva en la retina imágenes del Monumental Valley o las hendiduras del Colorado? Cañones y desfiladeros vertiginosos, rojizas llanuras inhóspitas, escarpadísimos barrancos, mesetas y torres fantasmagóricamente erosionadas, ríos salvajes… serán hollados, a veces de forma repetida, por un viajero casi sin avíos, que a menudo se deslumbra ante paisajes para él únicos y preciosísimos.

Sobrevive merced a su extraordinaria capacidad con recursos mínimos; trabajos ocasionales en serrerías o ranchos; ayudas solidarias de los indios navajos (en las cartas primeras, negativamente descritos; con admiración creciente en las otras, según va tratándolos) y, sobre todo, los envíos que no deja de recibir de su extraordinaria familia. A los padres, hermano y escasos amigos, no deja de dirigirles cartas donde les va refiriendo las peripecias acaecidas; a veces incluye algún poema; fotos, pinturas y xilografías de los lugares visitados; reflexiones de carácter psicológico, etnográfico o arqueológico, así como comentarios de las lecturas que no deja de realizar en tan azarosas circunstancias (entre ellas, la del Quijote). Admira la hondura de estos apuntes y la calidad literaria con que escribe. Compuestos ocasionalmente, sin ánimos de publicarse, constituyen una colección epistolar fascinante, cronológicamente ordenada. La traduce al español Munir Hachemi (Madrid, 1989), filólogo y novelista, que suscribe un extenso e iluminador preámbulo.

Quien comunicaba «Estoy tan feliz y rebosante de la belleza de la vida que he considerado que debía escribirte. Esto es un sueño dorado: hay vientos raudos y misteriosos que bajan de las alturas para acariciarme y colores cálidos y perfectos que fluyen ante mis ojos. El tiempo se ha detenido y, con él, la necesidad del tiempo. Un sueño difuso y agradable me llena el alma, el rumor de los álamos me adormece los sentidos y la perfecta y arrolladora belleza del mundo me procura un gozo tranquilo y un amor profundo por cuanto me rodea», desapareció misteriosamente. No ha sido posible encontrar el cadáver, aunque sí el de nos animales de carga y algunas pertenencias. Se han hecho muchas hipótesis, sin conclusiones definitivas. Un halo de leyenda recubre su figura. Nos quedan el retrato que le hizo la fotógrafa Dorothea Lange; varias pinturas y los admirables textos aquí recogidos.

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