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Basilio Sánchez. HOY

Donde nos gustaría quedarnos

Poesía. Basilio Sánchez nos ofrece en El buen lugar un íntimo muestrario de su prolija obra

Enrique García Fuentes

Sábado, 25 de octubre 2025, 02:00

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Es habitual que para ilustrar cuanto decimos a la hora de la exégesis de un texto utilicemos algún fragmento de la obra de la que estamos hablando, bien por su belleza, bien por su idoneidad, bien porque efectivamente muestra las principales ideas que queremos exponer de lo que encontramos en su desarrollo. Pero ¿pero qué ocurre cuando al abrir un libro como este de Basilio Sánchez cualquiera de sus aseveraciones, cualquiera de sus poéticas rememoraciones, cualquiera de sus siempre acertados juicios de valor, cualquiera de las dilucidaciones que lleva a cabo acerca de la poesía en general y de la suya en particular -casi siempre expresadas en voz baja: a Basilio hay que leerle en voz baja y escucharle en voz baja, aunque tengamos que aproximarnos mucho a su siempre cálida dicción- nos serviría para sostener lo que queremos poner de relieve en este indispensable volumen? Mientras leía, no solo disfrutando de cuanto el poeta dice, sino, a la par, pensando en que indudablemente debería referir algo al respecto de El buen lugar, por si acaso mi opinión sirviera de acicate para su lectura, iba anotando al lado ejemplos de comentarios y reflexiones que me llamaban la atención hasta que me di cuenta de que no llevaba ni veinte páginas y ya tenía una cara de folio llena de sus iluminadoras vivencias aquí concitadas y que mi labor aquí iba a quedar restringida a podar este susurrante bosque con la sensación de haber cercenado en mi elección las propuestas más aprehensibles.

Basilio Sánchez

El buen lugar

Valencia, Pre-textos, 2025

Quiero decir con todo esto que el libro que hoy nos ocupa es mucho más que un acertado vademécum para entender la mecánica que se oculta tras la obra de uno de los poetas más apreciados a nivel general en la última literatura española: es, en realidad, un libro de poesía en prosa que, con versos escondidos en su dicción, permite asomarnos a la cercana hondura que late en los versos, repito, de uno de los referentes poéticos contemporáneos. Basilio Sánchez hace ya mucho tiempo que es un poeta de mención insoslayable; y más últimamente, que parece gozar de una temporada especialmente lúcida encadenando libros inolvidables como Esperando las noticias del agua, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes o El baile de los pájaros. El de hoy acrecienta una injustamente olvidada obra como fue El cuenco de la mano, donde ya se dilucidaba sobre cuestiones poéticas aquí mucho más amplificadas, y vuelve a traer a colación otro texto suyo en prosa, La creación del sentido. Ahora vuelve a compartir con nosotros, tranquilamente, en conversación que yo solo me imagino al atardecer, sentados mientras declina el día y oímos esos pájaros que tanto vuelan y cantan en sus versos, un íntimo muestrario acerca de cuestiones que le rodean en su ya prolija y acendrada relación con la poesía, que podríamos resumir en la imbricación de la vida en los versos y de los versos en la vida.

Para este completo y denso repaso por los continuamente entremezclados conceptos citados, para esta suerte de confesión sincera y hondamente meditada, el autor se va tranquilo y confiado de la mano de pensadores, poetas, por supuesto, pero también narradores y críticos que pasean como por su casa por estas páginas siempre iluminadoras pese a su pretendidamente atenuada luz. Borges, Lanza del Vasto, Jiménez Lozano, Simone Weil, Olga Tokarczuk, Muñoz Molina, Christian Bobin, R. M. Rilke, Adam Zagajewski, Wislawa Szymborska Josep María Esquirol, Antonio Porchia, René Char, Mircea Cărtărescu, Louise Glück, Roberto Juarroz, Raúl Zurita, Mary Oliver, María Zambrano y todavía más que no cito: memoria de sus lecturas, eternos compañeros de viaje, referencias con las que convive y comulga. Basilio, como su admirado Borges, goza más de lo que leyó que de lo que escribe porque lo segundo (con la necesaria aleación de sus vivencias profesionales, tan profundas en este caso, pues vienen muchas veces al hilo de condición de médico intensivista en los terribles momentos de la pandemia) no es sino el resultado de las primeras. De ellos extrae (o más bien, con ellos refrenda) su concepción de la poesía como un oficio que hay que ejecutar de manera callada y humilde para, desde ella, tratar de desvelar el misterio de las cosas con que tratamos de convivir.

La casa del poeta, la poesía, solo puede aparecérsenos como esos interiores en silencio (mal llamados 'naturalezas muertas') de los pintores flamencos: interiores para la lectura, el silencio y la meditación, pero con el oído -y el resto de los sentidos- siempre pendientes del susurro constante de la naturaleza. Ese debe de ser el buen lugar que resume en el título y que siempre ha buscado: «en cierto modo, la pretensión de toda la poesía que he venido escribiendo a lo largo de los años [ha sido] la de construir, en medio de la intemperie de lo que somos, un lugar de acogida, un territorio en el que podemos sentirnos confortados y desde el que podamos gozar y percibir mejor el mundo». Un lugar, entonces, que acompaña, donde uno se queda a vivir y aprende a cuidar y valorar lo ínfimo, a desposeerse de lo superfluo, en definitiva, si cabe, a mejorar como persona. Venga una cita, por lo menos, entre muchas: «La poesía es una forma humilde y respetuosa de acercarse a las cosas. No pretende agotarlas ni definirlas, sólo sobrevolarlas, quererlas y disfrutarlas.» Este un libro de por vida, al que volver y del que aprender continuamente; que no se agota en su lectura.

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