Francisco Pizarro redivivo
Novela. En 'La enviada de Atahualpa', Alonso Carretero construye un relato donde el 'realismo mágico' se impone al rigor histórico
Manuel Pecellín
Viernes, 18 de julio 2025, 20:10
Se aproxima la conmemoración, seguramente más crítica que laudatoria, del 500 aniversario de la toma del Tahuantinsuyo, el poderoso imperio Inca, por las magras huestes ... de Francisco Pizarro (Trujillo, c. 1478-Lima, 1541), entre ellas sus 'Trece de la fama'. Tan infatigable extremeño, el 'apu' (señor) de las crónicas indígenas, galardonado más tarde con el título de 'marqués de la Conquista', enfrentándose, sometiendo y asesinando a Atahualpa, para caer luego bajo los puñales almagristas, se erige con toda su grandeza y contradicciones como una de las figuras históricas de mayor atractivo para historiadores, sociólogos, etnógrafos, literatos, pintores y cineastas. La biografía sobre el personaje es sencillamente inmensa. Crecerá, sin duda, durante el próximo lustro, al calor del V centenario de la toma de Cuzco y muerte del emperador inca (1533).
Se adelanta Alonso Carretero (La Morera, 1952), que dedica a aquellos dos personajes un relato donde sobre el rigor histórico se impone la fantástica capacidad de un escritor impregnado de lo que ha dado en decirse 'realismo mágico'. Generosas dosis de imaginación creadora exhiben novelas anteriores suyas, especialmente las más próximas, como 'La Reina de los bucles de ceniza' (2015), El viejo que se echó al monte (2021) o 'Mi pequeño Ganges' (2023).
No obstante, importa recordar que el autor, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Complutense, ha ejercido una carrera profesional muy variada como Investigador de mercados y tareas import-export para una multinacional yanqui y como periodista free lance en distintos medios. A esa doble vertiente, la del observador riguroso de las realidades cotidianas, cuyos análisis no deben rehuir parcela sociológica alguna (v.c., la emigración o la 'España vaciada'), y la del visionario capaz de construir mundos paralelos allende los imperativos sensoriales, adjunta el novelista extremeño una permanente conexión con el terruño donde viese las primeras luces y vivió los primeros años (por cierto, nada fáciles) impregnándose de la cultura rural antes de partir a estudios y labores en centros urbanos.
La enviada de Atahualpa
Alonso Carretero Caballero | Madrid, Liber Factory, 2025
De ese rico cóctel gustará el lector que se sumerja en La enviada de Atahualpa. Dos son los protagonistas principales, el Marqués Francisco Mier e Inés Rada, su joven asistenta, bella peruana recién venida desde los Andes. En torno a ellos gira todo un torbellino de familiares, criados y amistades de la más variopinta índole. Descendiente del último Virrey del Perú, entrado ya en la sesentena, con heridas achacables a despendolado vivir, el aristócrata gusta alternar estancias en la casona solariega y el cortijo trujillano, si no le da por desbordarse hacia extranjero, siempre en compañía del más fiel servidor, Rodrigo, un humilde 'hermano de leche'. Voluble, antojadizo, maniático, actor fracasado, por encima de cualquier límite, aunque no carente de virtudes como el sentido de la justicia o la empatía hacia los débiles, el Marqués sufre in crescendo una enajenación: la de creerse el mismísimo Francisco Pizarro histórico, con cuya historia personal se esfuerza por identificarse. Incluso mató a un guerrillero de Sendero Luminoso durante cierta excusión por los valles andinos.
En dicha vorágine alucinatoria, con ayuda de buenas dosis de ayahuasca, bourbon o el trujillano vino 'Habla del Silencio', introduce a Inés. La contempla y tratará como a Inés Huaylas Yupanqui, la princesa incaica junto a la cual Pizarro engendró mestizos. Son numerosas las aventuras urdidas por ambos personajes, entre otras, una visita a la corte de los Grimaldi, supuestos parientes del Marqués, acompañados por la inefable cohorte de amigos madrileños. Tras pelearse en duelo a espada con el más corrupto, presunto violador de Inés, el 'apu' fallece, doblaje de la tragedia acaecida en el propio domicilio del conquistador aquel terrible 26 de junio de 1541. Pero, antes de morir, su trasunto contemporáneo consigue montar, con ayuda de Inés, un espolio retrospectivo para devolver al Perú al menos parte del oro arrebatado en el XVI.
Dueño de una prosa ágil y precisa, brillante en numerosos pasajes (preciosas descripciones de la dehesa), Carretero la enriquece con un léxico en el que sobresalen los neologismos, las paremias y los términos castellanos antiguos, tan propios para abordar situaciones o personajes de la época de la Conquista.
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