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Distopía y carnaval

Sorokin retrata una Rusia de 2028 medieval y futurista en quince relatos en los que despliega su talento para diseccionar el totalitarismo de su país desde la sátira

Pablo Martínez Zarracina

Sábado, 8 de noviembre 2025, 01:00

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El alma totalitaria de Rusia encuentra en Vladímir Sorokin un intérprete brillante y original. Exiliado en Berlín desde la invasión de Ucrania, Sorokin reúne en 'El Kremlin de azúcar' quince relatos que devuelven al lector a su mundo travieso y distópico en el que todo resulta al tiempo disparatado y plausible. Lo conocimos en 'El día del opríchnik' (Alfaguara), una novela que nos metía dentro de la cabeza de uno de los funcionarios del Soberano, «fundamento sobre el que se alza la Madre Rusia», y trazaba una genealogía oscura y fantástica entre Iván el Terrible y Vladímir Putin. Ambientado en un 2028 reconocible y al tiempo alucinógeno, 'El Kremlin de azúcar' funciona como un pasadizo lleno de espejos deformantes que se devuelven sombras y reflejos.

Las historias de Sorokin están protagonizadas por niños que saludan cada mañana a un retrato del Soberano que cobra vida y les responde mirándoles con sus ojos azules, por enanos que trabajan en la Cámara de Risas del Kremlin, capitanes de la Seguridad del Estado que interrogan a presos de la Lubianka y directores de cine que filman películas en las que el demonio estadounidense intenta corromper con regalos a los hijos de la patria. Todo sucede en un Moscú en el que se fuman cigarrillos 'Patria', se utilizan robots chinos y «máquinas inteligentes» conectadas a una Red que ofrece respuestas y en el que el Kremlin, hogar del Soberano, está pintado de blanco y no alberga ya el mausoleo del innominado causante de «la Disensión Roja».

El Kremlin de azúcar

Vladímir Sorokin. Trad: Jorge Ferrer. Ed: Acantilado. 233 páginas. 19 euros.

Sorokin es un escritor satírico dotado de una imaginación original y desbordante. Su parentesco con autores como Swift y Rabelais es por ese lado indiscutible. También lo es por el lado de la penetración crítica, la insolencia contra todo tipo de oficialidad y el gusto por el desafío y la desmesura. En uno de los relatos de este libro un heroico opríchnik visita una «casa de tolerancia» y protagoniza una larga escena llena de excesos que resulta al tiempo rabelasiana, o sea, medieval, y futurista. Esa combinación está en el fondo del retrato que el autor hace de la Rusia de 2028 y recorre unos relatos que presentan la virtud de no parecerse unos a otros y de estar sin embargo constantemente conectados.

'El Kremlin de azúcar' funciona como un mosaico que participa del delirio y la denuncia y tiene otro gran atractivo en la propia escritura de Sorokin. A través de la magnífica traducción de Jorge Ferrer, resuena en estas páginas, a todo volumen, una voz rebosante de expresividad, fuerza, referencias y hallazgos. Lo que esa voz entona es una melodía ferozmente carnavalesca que envuelve una verdad vieja como el hombre y sin embargo de constante actualidad: nada tan ridículo como el poder.

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