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El novillero Roca Rey, en su faena con la muleta. :: efe/ Daniel Fernández
Roca Rey arrolla en la novillada de San Fermín

Roca Rey arrolla en la novillada de San Fermín

Posada de Maravillas demostró su genio brillante con una faena con acento barroco

BARQUERITO

Lunes, 6 de julio 2015, 09:44

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En la primera de abono de San Fermín, saltaron dos novillos destacados. Un cuarto colorado, ancho y relleno, de nobleza y fijeza particulares; y un quinto negro bragado, agalgado, enmorrilladito, muy fino de cabos, de son no tan claro como el del cuarto, pero muy buen aire. Posada de Maravillas, que toreaba por tercer año consecutivo la novillada de sanfermines, le dio fiesta al cuarto; Varea, más encajado que ajustado, se avino a modo con el quinto.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros.

  • Seis novillos de El Parralejo.

  • uToreros. Posada de Maravillas, silencio y vuelta tras un aviso. Varea, vuelta y saludos. Andrés Roca Rey, ovación y una oreja.

  • uPlaza. Pamplona. 1ª de San Fermín. Tres cuartos de plaza. Soleado, estival y templado. Dos horas y media de función.

La fiesta de Posada -anunciada con lances de manos bajas y rico vuelo en el saludo- tuvo acento barroco. El barroco teatral, donde pausas, gestos, paseos, desplantes y apartes cuentan tanto como el argumento de la obra, y hasta más; y el barroco propiamente taurino, que tiene por base la ligazón, el desgarro, el temple, el donaire y una particular expresión corporal. Se habla del barroco gitano porque eso predicó hace casi un siglo el ilustre Corrochano del Cagancho trianero que fundó el toreo de los gitanos artistas. Los dos barrocos son fuente del toreo de capa y muleta de Posada, que ha cumplido ya edad como novillero, de manera que las esencias y los textos de su versión barroca del mundo tendrán que verse con el toro cuatreño. La edad muta los perfiles y las dimensiones de casi todas las cosas. La inteligencia de Posada fue dar al cuarto novillo, el de la fiesta, distancias largas; valor para aguantar la reunión compuesto, y algo abierto también; temple para gobernar por abajo las embestidas pastueñas y sentido del toreo para ligarlas en tandas breves, de tres y el de pecho. La figura compuesta y recompuesta. Cinco o seis tandas. Los tiempos entre cada una de ellas, con cambio de terrenos, fueron larguísimos, y ese detalle privó al trabajo de intensidad -la continuidad- pero fue, de paso, árnica para un toro con las fuerzas justas, ni muchas ni pocas. Los remates previos a la estocada -especialmente los muletazos cambiados por bajo- tuvieron sello propio. Una estocada trasera soltando el engaño, tres descabellos.

En el toro de Varea -el quinto, el mejor de su lote- rompió la corrida el peruano Roca Rey con un quite por gaoneras -cinco, y ligadas sin ceder un milímetro- de ajuste y compás extraordinarios. Las cinco, una revolera de idéntico ajuste y una brionesa espectacular de solución. Fue el momento de la tarde.

No solo ese quite: Roca Rey no perdonó ni una sola ocasión de pelea, de estar y de ser, de lucir, de arriesgar, de retar con descaro a sus dos compañeros de terna. Sobre la linda aunque desigual faena de Varea al quinto -momentos de verdadera hondura, poderosa mano izquierda, trabajo de orden- pesó el quite imponente de las cinco gaoneras. Con los dos toros menos propicios de la novillada de El Parralejo salió Roca Rey a arrollar, y casi. Un catálogo de alardes que habrían parecido temeridades, si el torero, pura resolución, no se hubiera dejado sentir tan seguro de sí mismo, tan dueño de la cosa. Capaz de sostener en pie a un tercero derrengado y descoordinado, paradito, solo medios viajes regañados; y lanzado, versión atómica del torero dispuesto a todo, con un sexto noble pero justo de fondo y poder, aplomado en cuanto vino sometido. El ritmo de la faena fue trepidante a pesar de la renuncia del toro. Una estocada de ley. Una oreja, casi dos. Pamplona en el expediente de Roca Rey, que va a tomar la alternativa en Nimes a finales de verano. Está para eso y más.

El bondadoso primer novillo se lesionó el tendón de una mano y claudicó sin remedio. Posada le dio trato suave. El segundo -aparición primera de Roca Rey en un quite por tafalleras, con caleserina y revolera de guinda- quiso bastante bien pero no tuvo ni la docilidad del cuarto ni el son del quinto, y entonces Varea dejó claro su buen estilo. Pero en faena sin ligazón. En los de pecho, el encaje y el temple fueron sobresalientes. De torero distinguido.

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