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Las increíbles historias de los burdeles de Cáceres

Desde la moto de papel ·

Una tarde de junio del año 2007 estaba escribiendo sobre un caso que había causado sensación en Cáceres: Se había detenido a nueve personas que pertenecían a dos redes de prostitución

Sergio Lorenzo

Cáceres

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Domingo, 5 de noviembre 2017, 00:12

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Me encantaba cuando los veteranos periodistas Fernando García Morales y Sanjosé se ponían en la Redacción del Diario HOY de Cáceres a recordar viejas historias de la ciudad, y de vez en cuando, cuando alguien les contaba cosas que les costaba entender por su modernidad, uno empezaba a cantar: «Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad», y el otro seguía «¡es una brutalidad!», para terminar los dos juntos: «¡es una bestialidad!». Es una parte de un famoso diálogo entre Don Sebastián y Don Hilarión de la zarzuela La Verbena de La Paloma (1894).

Una tarde de junio del año 2007 estaba escribiendo sobre un caso que había causado sensación en Cáceres: Se había detenido a nueve personas que pertenecían a dos redes de prostitución, una brasileña y otra venezolana, desmantelándose un entramado de casas de citas en Cáceres, en donde trabajaban jóvenes engañadas.

Mientras escribía, escuchaba a los compañeros. Sanjosé se quejaba de que uno de los oficios más antiguos del mundo se estuviera ejerciéndose sin control, con lo que podía ganar Hacienda. «En la época de la República – decía –, estaban controladas hasta sanitariamente. Aquí todos los viernes eran reconocidas gratis en el Instituto de Higiene, que se levantó junto a la Plaza de Toros en 1929, es el edificio que ahora es el Centro de Salud Plaza de Argel. Incluso tenían reservados cuatro palcos altos, junto al gallinero, en el Gran Teatro».

Fernando se remontó unos siglos más atrás: «Isabel La Católica, cuando nos visitó en 1491, dictó una ordenanza en la que señalaba que se tenían que construir unas casas en las afueras de la población para las mujeres del pecado, que así las llamaba. Y empezaron a vivir algo más allá de la puerta más transitada, la de Mérida, que era por donde pasaba y pasa la Vía de la Plata romana. La calle terminó llamándose ‘de las damas’, que es la que ahora figura como calle de Damas».

Uno comentó que los burdeles estaban permitidos en tiempos de Carlos V, y que cuando en 1557 se retiró en el Monasterio de Yuste a esperar la muerte, en la cercana Garganta La Olla se dispusieron tres prostíbulos para su séquito. Uno es una casa con la fachada de color azul añil, que tiene esculpida en una jamba de granito de la puerta, una muñeca. Es La Casa de las Muñecas, que aún está en pie. «Parecida figura esculpida – apuntó Sanjosé – tiene una casa de Villasbuenas de Gata que fue antiguo burdel. Debajo de una ventana hay esculpida una mujer desnuda. Se llama La Casa de la Mujer Panzuda».

No se callaban. Se ve que el tema les gustaba. «Antes de que Franco acabara con los barrios de putas en los 70 – siguió Fernando –, el de Cáceres estaba en el Barrio de San José, cerca del Cuartel Viejo que fue demolido en 1973 para hacer el Mercado Central de Abastos». Luego ya hablaron de las casas de citas, que estaban por los alrededores de la calle Ceres, cerca del bar Las Cancelas que aún existe. «Las Cancelas y otro bar que estaba en la calle Alzapiernas, que primero se llamó La Europa y luego La Perdiz, eran los únicos que podían estar abiertos después de las doce de la noche – apuntó Sanjosé –. Allí iba lo mejor de cada casa. Muchos paraban en estos bares después de ir a la casa de Luisa la Piquera, en la calle Gran Capitán; o la que estaba al lado, La Casa de la Vasca; o la de La Mari Carmen, en la Calle Nueva. Por allí estaba ‘La Gilda’ que se parecía un poco a Rita Hayworth y ‘La Coyota’ que la llamaban así por estar siempre leyendo novelas de El Coyote».

Hablaron de una tal María ‘La Cartucha’, que ejercía en un chozo cerca de Aldea Moret, «allí hacían cola los soldados, les cobraba una peseta. Decían que era muy de derechas, porque tenía una pila de periódicos del ABC con los que se limpiaba».

– ¡Madre del Amor Hermoso! Esto ya es demasiado. Menudo equipo de investigación. Dejarme terminar que va a llegar la hora de cierre. – Les pedí, sin tener éxito.

Siguieron hablando del club Pingüino, que estaba en el número 40 de la calle Parras. Dijeron que allí rifaban a profesionales con cartas de baraja que valían 5 pesetas, «sanidad lo llegó a cerrar, y el dueño abrió entonces, al lado, El Pingüino II». Este club, que tenía una habitación llena de espejos, cerró hace seis años, y el curioso cartel se fue a señalar un club que está en la zona de la Plaza de Santiago. También hablaron de la madama Paquita, y de su valentía cuando un colegio de monjas de Cáceres iba a echar a su hija, al enterarse del oficio de la madre. Fue a una reunión de padres y consiguió que su hija ni se moviera del colegio, al amenazar con decir nombres y apellidos de respetables padres de familia que pasaban por su negocio.

Una vez que terminé, como pude, las dos páginas de los detenidos por trata de blancas, ya les conté que en Cáceres ese modo de prostitución, «tan de familia» ya había cambiado, y que en la operación policial de la que había escrito se señalaba que una red venezolana y otra brasileña, tenían casas de citas en la calle Argentina, en el edificio Europa de la calle Gil Cordero; en la calle Picos de Europa (en El Vivero); en la calle Islas Baleares (en el R-66), en el Residencial Beatriz de la avenida Rodríguez de Ledesma, entre otras. En cada piso vivían mujeres que aseguraban que les habían engañado, las habían traído de sus lejanos países prometiéndoles que iban a trabajar de manera honrada, la mayoría de camareras en una cafetería, y resulta que las obligaban a prostituirse para pagar una deuda que muchas veces les decían que llegaba a 10.000 euros.

Escucharon interesados que en cada piso solían vivir 4 mujeres y un transexual, y la tarifa era 50 euros por 20 minutos. Más se interesaron al saber que habían ido a prisión nueve personas, entre las que se encontraban tres transexuales. Les enseñé las fotos de las tres despampanantes brasileñas, que en sus documentos de identidad figuraban con nombre de varón, pero sus nombres artísticos eran Amanda, Jessica y Joaninha. También les comenté que en la cárcel no sabían si ponerles en las celdas de los hombres o de las mujeres, y que al final se decidió que fueran con los hombres, porque no se habían cambiado totalmente de sexo, lo que parecía estaba causando problemas con algunos reclusos. De pronto me interrumpió Sanjosé:

–¿Casas de citas con transexuales? ¿En Cáceres? ¡Madre mía! Sí que ha cambiado esto. – Y comenzó a cantar –. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad.

– ¡Es una brutalidad! – Siguió Fernando.

–¡Es una bestialidad! – Terminaron cantando los dos, con los brazos abiertos y la sonrisa en la boca.

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