Foster, el arquitecto más famoso, hace parada en Atrio y en el Helga de Alvear de Cáceres
Visita la capital cacereña junto a su pareja, la psicóloga y comisaria de arte contemporáneo, Elena Ochoa
A las cinco de la tarde del sábado tres personas comparten una botella de agua en la terraza de la tapería de José Márquez en ... San Juan. Antes han estado en Atrio. Son dos hombres y una mujer.
Hace calor y dos se protegen la cabeza con sombrero, uno de ellos hace de guía. El hombre situado de espaldas al paseo lleva gafas de sol, una camiseta deportiva de manga corta de color blanco y luce su cráneo despejado. Se levantan y enfilan por Sergio Sánchez hacia el Museo Helga de Alvear. El próximo martes ese hombre cumplirá 86 años pero a tenor de su aspecto, su vigor y su agilidad al andar nadie lo diría. Como tampoco nadie repara en ese momento de que se trata de Norman Foster (Mánchester, 1935), premio Príncipe de Asturias de las Artes. Posiblemente, el arquitecto más famoso del planeta.
Junto a su pareja, Elena Ochoa, psicóloga y comisaria de arte contemporáneo, hicieron parada en Cáceres en pleno puente de San Fernando. Pasearon por su parte histórica y dieron buena cuenta de las excelencias de su principal referente gastronómico. Eso sí, su estancia en la capital cacereña tenía una reseña señalada y era el Museo Helga de Alvear. Entraron a las cinco y cuarto por la puerta principal, donde les dio la bienvenida José M. Viñuela, arquitecto y patrono de la Fundación. Nadie reparaba en Foster, que cargaba con unos papeles bajo el brazo, y se detuvo junto a sus acompañantes durante unos instantes frente al patio de entrada y los jardines.
Foster, cuyo estudio de arquitectura emplea a 1.500 personas, es el autor de emblemas como la Torre Hearts, de Nueva York, un bloque de casi 50 pisos de componente ecológico. O de la sede de Apple, uno de los edificios más sostenibles. O el icono de la cúpula del Reichstag, icono berlinés. Se adelantó a su tiempo al proponer una arquitectura integradora, que combine la elegancia y la sostenibilidad.
Norman Foster, que puso su firma en el aeropuerto más grande del mundo, el de Pekín, se paró durante varios minutos ante ‘Descending Light’, la estructura de luces eléctricas halógenas del artista y activista chino Ai Weiwei. Fue la primera obra que llegó al ‘ampliado’ Helga y la primera que vio ayer uno de los visitantes más ilustres que ha tenido el museo.
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