
Pilar del Río, presidenta de la Fundación José Saramago
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Pilar del Río, presidenta de la Fundación José Saramago
Pilar del Río: «No estoy a favor de cancelar a nadie, me niego a ser jueza»Pilar del Río (Sevilla, 1950) abre esta tarde a las 20.30 horas la 44 Feria del Libro de Badajoz. Casada con el premio Nobel ... José Saramago desde 1988 hasta su fallecimiento, en 2010, ha plasmado sus vivencias comunes en Lanzarote, donde fijaron su residencia durante los últimos años, en la obra 'La intuición de la isla'.
A caballo entre Lisboa, que alberga la sede de la Fundación que ella preside encargada del legado del autor luso, y España, Del Río asegura que aún conserva «la curiosidad por saber por qué pasan las cosas y para quién, a quiénes les afectan» que le llevó a hacerse periodista, y recuerda la existencia del puente José Saramago que une la capital pacense con Portugal.
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–¿Qué está leyendo en estos momentos Pilar del Río?
–Fíjate, pues estoy repasando algunos autores extremeños, 'Las sombras que traerá la noche' (de Francisco J. Vaz Leal) que tiene que ver con Fernando Pessoa. Y anoche tenía 'Luanda, Lisboa, Paraíso', de Djaimilia Pereira de Almeida, una autora de Angola absolutamente maravillosa. Acabo de leer también 'Mujeres del alma mía', que tengo que presentar dentro de unos días en Portugal, de Isabel Allende. Hacía tiempo que no la leía, ahora he leído varios libros suyos y he descubierto otro perfil de la autora, el de la gran mujer que es y está detrás de su obra.
–Con la reciente muerte de otro premio Nobel, Vargas Llosa, se ha hablado mucho estos días de la diferencia entre la opinión que se tiene de alguien como persona y como autor. ¿Se debe establecer esa diferencia?
–Yo amo a Mario Vargas Llosa, lo amo directamente. Puedo no estar de acuerdo con algunas posiciones políticas suyas, pero con otras, sí. Por ejemplo, la denuncia de la dictadura que hizo en una de sus obras fundamentales, 'La fiesta del chivo', es genial. Ese libro me hizo ver la vida de otra manera. En el conflicto de Israel, Mario era defensor de los acuerdos de Oslo, de los dos estados, el palestino y el israelí, y ahí estaba de acuerdo. Personalmente, éramos amigos y tengo que decir que sentimos muchísimo su muerte. Insisto que luego políticamente podríamos discutir, pero eso no afecta ni al cariño, ni a la amistad, ni al respeto literario, ni nada. Me parece que es un gran escritor, y que va a estar para siempre con nosotros y en nuestras bibliotecas.
–¿La literatura sirve sobre todo para eso, para unir a personas?
–Claro, es lo importante, y fíjate que muchos de los conflictos que se dan entre escritores no es por las obras, no es por ideología, normalmente es por asuntos personales. En línea general, los autores respetan las obras de los otros. Y yo eso lo he visto en mi casa. Cuando José Saramago se puso enfermo, pasaron por allí gente de todos los sectores políticos, porque se sabía que el amigo lo estaba pasando mal y entonces vinieron a verlo. Y lo mismo Mario Vargas Llosa que Eduardo Galeano estuvieron allí. Estuvo Santiago Carrillo o Federico Mayor Zaragoza. Lo importante es el respeto para los seres humanos y la obra de los seres humanos.
–Es un debate que nos llevaría a la cultura de la cancelación que está de actualidad.
–Yo estoy contra la cultura de la cancelación. Yo no soy jueza y me niego a juzgar. Y dicen, ah, pero es que hizo esto, esto, esto... De acuerdo, entonces veré su obra y veré si en su obra qué es lo que dice, lo que pone, si a lo mejor está confesando su impotencia o no. Es decir, yo no voy a cancelar a nadie, porque no soy jueza, porque me he negado a ser jueza siempre. Cada vez que veo que se hace la guerra a una persona porque hizo o porque omitió, yo digo: ¿y sabemos qué nivel de dolor tenía esa persona adentro?, ¿si esta persona que supuestamente estamos acusando desde afuera no era también una víctima? Yo me niego a juzgar y me niego a participar de la cultura de la cancelación. Y me parece una frivolidad, no seamos estúpidamente modernos, porque no es lo que se espera de nosotros. Vamos a entender a los seres humanos, pues hay una cosa que se llama también el respeto y el pedir perdón y otorgarlo y el arrepentimiento.
–¿Qué pensaría Saramago de la actualidad política mundial, de Trump y del avance de la extrema derecha?
–Yo no interpreto a Saramago y por lo tanto no digo qué diría, pero sí digo lo que él dijo: él escribió 'Ensayo sobre la ceguera', y dijo que somos ciegos que viendo no vemos. En los cuadernos de Lanzarote y posteriormente en los cuadernos del blog escribió, por ejemplo, unos artículos que me parecen muy interesantes sobre Berlusconi. Quiero decir que Saramago ya escribió sobre eso, y también dijo que podíamos dejar de ser ciegos, porque escribió después 'Ensayo sobre la lucidez'. Él decía que junto a la declaración de derechos humanos está la declaración de deberes, y que si nos parece que hay cosas que están muy mal, oye, ¿las vamos a asumir millones de personas en el mundo? Podemos cambiarlas. Que si nos quedamos cada uno en nuestra casa quejándonos, pues el mundo estará en manos de quien está. Pero si somos lúcidos y asumimos nuestra responsabilidad, el mundo será distinto.
–Un grito contra la resignación.
–Recuerdo un discurso que dio Saramago la primera vez que recibió un premio, y que dice que de la tierra podemos esperar alimentos y aceptar sepultura, nunca resignación. Y recuerdo que, cuando leyó un texto en la manifestación contra la guerra de Irak, en Madrid, dijo que en el mundo hay dos superpotencias, una es Estados Unidos, pero la otra somos..., eres tú. Todos los ciudadanos son una superpotencia si se deciden a actuar como tal. Pensando además en los demás, no arremetiendo contra los demás. Saramago quería compartirlo todo, y era por eso una persona tan cercana. Porque nos damos cuenta de sus dudas, sus ansiedades, sus deseos de que esto fuera muchísimo más organizado y mejor para todos, no para unos cuantos, eso está en todos sus libros.
–En 'La balsa de piedra', la Península Ibérica se queda aislada del resto de Europa. ¿El gran apagón del día 28 puede actuar como una metáfora de la actualidad?
–La lectura de Saramago era que la balsa de piedra fuera como un remolcador que tirara de Europa hacia el sur y que fuera abriendo caminos. Era para encontrarnos con Latinoamérica y también con los países cercanos de África con los que compartimos idioma y con los que compartimos cultura. Bueno, pues yo creo que la balsa de piedra está ahí. Cada día vemos la importancia de que Europa se comunique con América del Sur. Estaba el Atlántico Norte, pues ahora reivindiquemos el Atlántico Sur.
–¿Cambia mucho la vida de un autor y de su entorno cuando se recibe el Nobel?
–Es un premio muy importante. Es fantástico tenerlo, pero una vez que lo has recibido dejas de pensar en eso. Yo he estado cantidad de veces, por ejemplo, con García Márquez y te aseguro que nunca en la vida hemos hablado del premio. O sea, de la obra sí seguíamos hablando, pero no de eso. El Nobel es fantástico, y a partir de ese momento es la vida lo que sigue. Lo importante es la obra, haber escrito 'Cien años de soledad' o 'Memorial del convento'. Eso es lo importante y de eso sí se habla.
–¿A qué autor español o portugués se lo daría hoy?
–Es que tengo muchos ... Si empiezo por Mozambique, te diría Mia Couto; si vamos a Colombia, te diría Juan Gabriel Vásquez ... Es que tengo escritores en todos los países. Es decir, que cada uno tenemos nuestro propio Nobel en el alma, son aquellos escritores con los que nos sentimos muy bien y cada vez que leemos un libro suyo sentimos que el alma se nos ensancha.
–¿Hay un cónclave en marcha, cómo lo ve?
–Tenemos un cardenal portugués muy cercano que es un poeta magnífico, se llama Tolentino Mendonça. Ha dirigido la biblioteca del Vaticano, pero es demasiado joven. Me gustaría que salga quien salga, sea en la línea del papa Francisco. No ha podido cambiar todas las leyes, pero ha dado pasos muy importantes en humanismo, en comprensión, en solidaridad.
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