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José Tomás Palacín
Lunes, 4 de diciembre 2023, 14:08
Crear semillas a partir de semillas. Así se podría resumir el trabajo de los campos y fábricas de multiplicación. Aunque parezca redundante, no lo es ... tanto: se necesita un prototipo, una semilla original de determinadas características —Con mayor productividad o mejor adaptación a la tierra— que luego los agricultores quieran comprar para sus campos de cultivo. Pero la original no se puede utilizar así como así; ahí es donde entra la compañía extremeña Casat.
«Nosotros, entre otras muchas actividades, funcionamos como multiplicadores de semillas. Obtenemos las licencias para sembrarlas, probarlas y, si funcionan como es debido, venderlas a los agricultores o a otras empresas», explica el subdirector de Casat, Alfredo Gómez, mientras enseña una de las fábricas que tienen en la región. En esta, a las afueras de Don Benito, es donde almacenan, prueban, analizan, transforman y mejoran las semillas. En su jerga: pasan de la R1 (la original) a la R2 (la multiplicada)
«A quien nos da la R1 solemos llamarle 'el obtentor', que suelen ser multinacionales, ya que el proceso de obtener nuevas variedades de semillas es bastante caro: debe comprobarse su genética, que sea competente, que sea una variedad original, comercializable y, además, que se registre», señala.
Ellos, por su parte, pagan unos 'royalties' por usar esa semilla original y deben cumplir unos requisitos mínimos de calidad ante la Junta de Extremadura y el Ministerio de Agricultura: que haya calidad, que haya buena germinación, que tenga una pureza específica y varietal... «Luego tenemos que certificar la semilla y ellos nos hacen las muestras de calidad. Si se pasa esa muestra, se empiezan a vender».
Una tonelada de R1 puede rondar los 700 euros, y a veces supera esa cifra dependiendo la variedad. Una de R2, unos 500 euros. En Casat compran al año unas 400 toneladas de semilla original. Y, por otro lado, venden más de 3.000 toneladas de semilla multiplicada. «Y en tres años queremos duplicar esa cifra» –adelanta– creciendo gracias a esos distribuidores que venden semillas... pero que no las tienen de primera mano.
Cabe recordar que en Extremadura no hay obtentores. Sin embargo, sí hay multiplicadores de semillas, pero ninguno llega al nivel de la compañía de Don Benito. «Están las semillas certificadas, que son las nuestras, y están las de reempleo, que son las que saca el mismo agricultor de su campo. El problema en esta zona es que el distribuidor se piensa que esto consiste en llenar un saco de trigo. Pero es mucho más que eso».
El proceso para la multiplicación de unas semillas de invierno — trigo, cebada, triticale, avena, leguminosas como guisantes...— es así: lo primero, sembrar. Probar la R1. Por ejemplo, la variedad Tocayo de trigo, la más utilizada en Extremadura por su gran productividad, aunque haya que ser muy preciso con los meses de siembra. «El año pasado fue malo por la sequía, pero la gente suele rotar al tomate o el maíz, así que se cogieron menos kilos de lo esperado, aunque lo normal es que no siempre sea así», matiza Gómez.
Al lado de la fábrica cuentan con un campo de pruebas, si bien también tienen contratos con otros agricultores —unas 2.000 hectáreas— para multiplicar las semillas. Todo lo que sale de ahí debe pasar por el laboratorio, que sería el siguiente paso a seguir.
En Casat cuentan con dos laboratorios que podrían hacer autocertificaciones para los controles de calidad. En otras comunidades autónomas existe; no en Extremadura. «Lo hemos demandado muchas veces, y Mercedes Morán, la nueva consejera de Agricultura, parece algo más receptiva en este asunto», cuenta el subdirector.
«Aunque cada vez que un técnico de la Junta se ha puesto malo nos hemos echado a temblar, porque el tiempo es oro para nosotros. Comunicaríamos nuestros análisis, los controles y ellos sólo tendrían que inspeccionar un porcentaje, no el 100% de todo lo que hacemos. Todo sería más eficiente».
La realidad es que, de momento, la autocertificación no existe. De todos modos, ellos siguen con su proceso de análisis. Para ello, a la entrada de la fábrica tienen una pica —una especie de 'pincho' que pasa por encima de los camiones— que va obteniendo las muestras del R2 ya recogido. Después, esas muestras pasan por un divisor oficial, para que se mezclen bien y se vean las semillas más representativas. Pasan también por el aparato de humedad, para comprobar impurezas, controles visuales y, por último, llegan a la parte de la germinación.
A temperatura ambiente, a través de unas láminas de papel vegetal que mantienen la humedad. Así es como se comprueba la germinación de estas semillas R2.
«Nuestra cámara germinadora es más profesional que el campo, podríamos decir. Está todo en perfectas condiciones para el análisis, no hay azar», destaca Gómez.
En el laboratorio de Casar hay variedades de todo tipo. La Tocayo, ya mencionada. La Botticelli, mítica del campo extremeño, más rústica. La de semilla de trigo Montijana.
«No es lo mismo Castilla y León que Extremadura, cada variedad tiene su lugar, su tiempo». Esas semillas de diferentes variedades, ya ordenadas y analizadas pasarían al almacén, hasta que les llegara la hora de ir a fábrica, a la certificación final.
En resumen, el proceso sería así: a partir de octubre o noviembre empezarían las siembras de invierno y se cosecharía en mayo y junio, la época en la que las semillas entrarían a laboratorio. Julio, agosto y septiembre serían los meses en los que se empezarían a certificar esas semillas, tras su paso por almacén, para que a partir de octubre se puedan vender, sembrar... «Más o menos, esa sería la rueda. Pero, tras el paso del almacenaje, todavía quedaría la parte de la maquinaria, la parte final», guía el subdirector de Casat.
Varias máquinas rellenan una sala ruidosa que marca el fin del proceso de multiplicación y certificación de las semillas. Se encargan de quitar las impurezas.
La primera sería la que «limpia» por aspiración: expulsa las semillas que no tienen el peso necesario por un sistema de cribas que finaliza en varias filas. Las que no pasen el ideal, se van fuera y luego servirán para pienso de sus propias ganaderías.
La siguiente máquina no selecciona por peso, sino por grosor: todo lo que no pase por el medidor también irá destinado a pienso. Y la tercera criba por longitud. Toneladas y toneladas de semillas pasan al año por estas máquinas a las que se les sumará una cuarta: la del color, la óptica, parecida a la de las cosechadoras de tomate.
Todo lo que no entra en los parámetros se pasa a pienso; eso sí, antes de pasar al proceso final, pues las semillas se envuelven en fungicidas —que les da ese color rojizo tan característico, en vez de su blanco natural— y ya no serían aptas para el consumo, sólo para sembrar. Por último, las semillas pasan por la hipnótica máquina de embalado.
«Todo esto es lo que tenemos que hacer para multiplicar semillas, que nos den el nombre de multiplicador y que la Junta de Extremadura nos certifique que son semillas de calidad. Aquí vienen los agricultores a comprarlas. Y los distribuidores. Cada vez multiplicaremos más, invertiremos más y los agricultores extremeños obtendrán una mayor productividad en sus campos», asegura Gómez.
La idea ahora es seguir haciendo lo mismo, solo que mejor y más rápido. Y esperar a que la Junta les otorgue la autocertificación.
Por lo que demanda: «Las semillas que multiplicamos son las mejores del mercado; necesitamos más agilidad en los procesos de producción».
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