Cajeras, transportistas, cuidadores, pescaderas, panaderos... ¡Agricultores! El estado de alarma está desnudando la realidad: de los ricos se puede prescindir, no pasa nada si no están, pero los pobres o, para ser más exactos, los trabajadores manuales, son básicos, si ellos no están, adiós. A pesar de ello, son los peor pagados, los últimos de la fila, los que más problemas tienen. Al acabar esta crisis, recibirán aplausos y buenas palabras, ¿pero se valorará como merecen su trabajo? En estos días de cuarentena, el campo no cierra para que las ciudades coman. Juan Roig, dueño de Mercadona, tranquilizó mucho cuando aseguró que el abastecimiento estaba garantizado. Pero los estantes y las vitrinas están llenos porque en el campo no saben de cuarentenas ni confinamientos. Los 800.000 trabajadores del sector primario siguen en el tajo porque los cultivos no detienen su crecimiento y el ganado sigue comiendo. Incluso sacan tiempo para desinfectar los pueblos con sus tractores. Cuando todo vuelva a la normalidad, comenzará la temporada de recolección y el campo volverá a ser una salida laboral para quienes pierdan su empleo. ¿Pero valoraremos el campo como debemos o solo aplaudiremos desde los atriles y las ruedas de prensa? ¿Y Europa? ¿Siguen pensando en Bruselas restringir las ayudas? ¿Necesitan otra crisis para entender que dependemos del agricultor? El coronavirus ha roto con la inercia del desprecio al campo. Como dice Ignacio Huertas, secretario de UPA Extremadura, el campo no cierra para que en la ciudad puedan comer tres veces al día.