Historia de la hermosura
El Museo de la Evolución Humana de Burgos realiza un recorrido por las transformaciones estéticas a lo largo de los siglos
G. ELORRIAGA
Domingo, 3 de noviembre 2013, 01:23
Tres años después, llega la belleza. El Museo de la Evolución Humana (MEH) celebra su aniversario con una exposición que repasa la transformación de un concepto común a todas las culturas, aunque interpretado desde muy diversas perspectivas. La institución burgalesa constituye una de las últimas aportaciones del ímpetu fundador que, a lo largo de la pasada década, incrementó significativamente el número de entidades dedicadas a la exhibición, muchas de las cuales languidecen hoy, víctimas de la crisis económica. El contenedor, situado junto al río Arlanzón, es obra del arquitecto y artista Juan Navarro Baldeweg y posee la característica funcionalidad y sobriedad de su estilo.
En tan breve periodo de existencia, el MEH se ha consolidado como uno de los museos más visitadas de nuestro país. Su función como marco permanente de los restos arqueológicos hallados en el cercano yacimiento de la sierra de Atapuerca le confiere un indudable atractivo. Además de ofrecer eventos temporales, el espacio recrea la sima objeto de estudio junto a simulaciones del proceso derivado de la teoría darwiniana, los hitos de nuestro desarrollo cultural y escenificaciones de los ecosistemas fundamentales para la vida del individuo.
La muestra actual es representativa de la filosofía del centro, basada en el estudio de los comportamientos colectivos, lo que, además, permite un amplio abanico de lecturas en torno a su singular patrimonio. El contenido de la exhibición, una de esas raras citas que puede atraer a muy diversos públicos -estará abierta hasta el 12 de enero de 2014-, hace referencia a seis ámbitos de actuación, desde la naturaleza y la fascinación por la belleza, a su conversión en un elemento de la cotidianidad del individuo, o su abordaje desde el cine o la ciencia.
La selección reúne ciento cincuenta piezas de muy diversa condición que aluden a su visión desde la técnica o el arte. Por supuesto, el itinerario previsto parte de los ancestros primeros. Así, la simetría de las herramientas bifaces, demuestra que el Homo Ergaster, habitante del Pleistoceno Medio, es decir, entre 1,7 y 1 millón de años A.C., también resultó seducido por la belleza ya que este acabado carece de funcionalidad alguna. Según Quionia Herrero, la comisaria de la exposición, esta pieza sugiere cierto conocimiento de la proporción áurea, esa suerte de equivalencia para la que, según explica, «estamos programados incluso sin saberlo».
La Joya del Silo constituye la otra gran aportación prehistórica y autóctona a este recorrido por la estética. El brazalete de oro hallado en la excavación castellana remite a la Edad de Bronce y su descubrimiento permitió establecer una continuidad en la habitación de cuevas y grietas desde el Pleistoceno a los albores de la crónica histórica, hace unos 3.500 años.
Las transformaciones evidenciadas a través del tiempo ponen de manifiesto que la belleza es una construcción cultural con cierto vínculo con la Naturaleza, pero con muy diferente interpretación y falta de linealidad en su progresión. La sucesión refleja los constantes cambios en los ideales aplicados al ser humano, fundamentalmente la mujer, y la exposición sintetiza los respectivos modelos con restos de la civilización material de pueblos tan diversos como el romano, el griego, el egipcio o el chino. Entre otras fuentes, destacan las piezas provenientes de la colección de Rafael Pagés.
La contemporaneidad, con la conversión de la hermosura en una industria apoyada en los poderosos recursos de la investigación y la volubilidad de los modelos proyectados por la creación audiovisual, se despliega en un apartado rico en contenidos.
La exposición adquiere su pleno sentido de cultura popular con los testimonios derivados del profuso despliegue de productos proporcionados por la fabricación serializada y masiva, un proceso que concluye en hallazgos como la piel humana artificial, toda una metáfora de nuestro deseo de total remodelación en función de códigos férreamente instaurados en una sociedad que venera la belleza.