Un toro Lumbrero y un Escribano calígrafo
Bella corrida de La Quinta, con dos toros de excelente estilo, y notable debú del torero de Gerena en Bilbao
BARQUERITO
Martes, 20 de agosto 2013, 11:33
Los mejores toros de La Quinta se jugaron de pares. Estaban abiertos en lotes distintos y, dentro del patrón propio de una ganadería tan fijada y tan fiable, bastante distintos fueron. Distintas las hechuras. Armado por delante, muy astifino, el cuarto, negro bragado, fue el más ofensivo de la corrida y el de más carbón con diferencia. El segundo, cárdeno oscuro, posiblemente más en la línea Ibarra que cualquiera de los otros cinco, fue también el de mejor nota en el caballo, el de más pies o más veloz son en la muleta y el de más encastado final, pues se arrancó hasta tres veces de tablas a rayas, y la tercera de ellas, con la espada dentro; el sexto, cárdeno «salpicado» según el programa de mano, o berrendo y aparejado, salió tan astifino como el que más, aunque no tan armado como el cuarto, y descolgó con calidad, pero no empujó de la misma manera.
El primero de los seis se derrumbó al salir de la primera vara, como si fuera una lesión medular, y hubo que levantarlo rabeándolo entre tres o cuatro. Capitidisminuido y con sus huellas de sangre en charquitos, ese primero fue toro de muy suave son. De embestidas casi al ralentí pero casi claudicantes también. Con gas y motor, habría contado por derecho propio en el bando de los buenos.
Entonces enseñó los dientes Manuel Escribano, que al cabo de casi diez años de alternativa, debutaba en Bilbao. Enseñar los dientes: una abierta sonrisa estudiada estuvo subrayando por sistema cada una de sus salidas de suerte o de la cara del toro; y, luego, los colmillos de la ambición porque el torero vino a Bilbao a proclamarse: gran facilidad, temple del bueno con la mano derecha, sentido y tino para torear de capa con variedad y sin encogerse, fuerza para llenar plaza, resolución con las banderillas, gran corazón al atacar con la espada. Para proclamarse y reclamar un sitio dentro del tan manido y desgastado escalafón de toreros de las ferias. La gracia de la novedad, que es imprescindible ahora y siempre, pero ahora más que nunca. Novedad sustentada por el conocimiento y la capacidad. No es casual que solo esta temporada, la de su proclamación, haya toreado Escribano casi la camada entera de Dolores Aguirre sin afligirse ni volver la cara. Ni perder la sonrisa. La de Miura en Sevilla, la de Dolores en Pamplona, etcétera. El expediente es de peso.
Largas cambiadas en el recibo de los dos toros -y al tremendo cuarto hubo que esperarlo mucho en el platillo-, lances a la verónica de buen compás, un galleo por las afueras, un quite por chicuelinas, las bellas medias de remate. Seis pares de banderillas, a veces forzados porque apretaron los dos toros. Y una faena, la del cuarto, salpicada de muletazos impecables, falta en todo caso de ligazón -y esa fue decisión del torero- y un punto abusona de las pausas, las treguas, los paseos y los tiempos muertos. Cada vez que volvía Escribano al tajo, se alegraban el toro y la gente. Muy celebrada una vuelta ruedo oreja en mano pero de las de ir pisando huevos. Las vueltas, decían los clásicos, por fuera de la raya y ligeritas. Palmas bien sonoras para el toro Lumbrero.
El dúo Escribano-Lumbrero rayó por encima de todo lo demás. De la entrega de Bolívar, del oficio de Rubén Pinar. De sus dos meritorios trabajos con los otros dos toros de bonanza de La Quinta. Más clara la del segundo, toro encastado, siempre encajado y presto, atento a quien tuviera delante; más complicada la del sexto, porque al descolgar tan humillado pero meter los riñones muy lo justo, la cosa se resolvió bastantes veces con un punteo inevitable. No de sacudirse engaño ni protestar, sino que no podía seguir el viaje como quiso Pinar. Y llegó hasta soltarse el toro de engaño dos veces. Como si renunciara. Brillante la idea de Rubén de aguantarse en los medios, que es donde quiso el toro.
Una nota llamativa toda la tarde fue la premiosidad exagerada e injustificada con que discurrieron las seis lidias, las seis sin excepción. Y otra, la monotonía de las seis faenas, incluida la más brillante, la del cuarto toro. Tiempo para amarrar toros en el burladero de presidencia, tiempo para ponerlo en jurisdicción de picador y hasta tiempo después de sacar el toro del peto, donde no se escupió ninguno.