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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?
Ingredientes del detergente milagroso. :: E.R.
El detergente mágico

El detergente mágico

Mi mujer acabará con la industria química multinacional

J. R. Alonso de la Torre

Jueves, 27 de abril 2017, 08:23

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Mi mujer me asombra. Ha preparado cinco litros de detergente con una pastilla grande de jabón Lagarto, tres cucharadas de bicarbonato y cinco litros de agua. Y lo ha hecho por amor, es decir, para cuidar mi piel, que de un tiempo a esta parte se ha puesto de un irascible insoportable y, al menor asomo de calor, sudor o exposición al sol, se encabrita y deja de ser piel sedosa para convertirse en manto plagado de vesículas rojizas y exudativas que me vuelven loco de picores.

Ante tan misteriosa afección cutánea y visto y demostrado que cremas y lociones aplicadas a posteriori solo conseguían paliar la molestia y acelerar, poco, su desaparición, mi mujer ha decidido adentrarse en el imprevisible mundo de la prevención recurriendo a lo natural. Es decir: fuera fibras de alta tecnología, pero efectos sospechosos, y fuera jabones, geles y detergentes que pueden acabar provocando intolerancia química y facilitando erupciones y eczemas.

Esto de la limpieza es todo un mundo. Seguro que muchos de ustedes se lavan las manos a menudo. Y segurísimo que se las lavan cada vez que orinan, provocando, si es en un lugar público, engorrosas situaciones como aquella que me sucedió en el Auditorio de Cáceres, donde, tras lavarme la mano en el baño, salí, me encontré al entonces director de la Orquesta de Extremadura, se la tendí mojada y, ante la cara de sorpresa de Jesús Amigo al estrecharla, no pude por menos que hacer una ridícula aclaración: «Es agua, maestro».

Pues bien, el otro día, uno de mis hermanos se lavó las manos tras un pis y un colega de lavabo, que era una eminencia médica, le sugirió que no se las lavara tanto porque no pasaba nada por mear y seguir haciendo vida normal sin pasar por el grifo. Es más, le aclaró que lavarse tanto las manos no era bueno.

Con los detergentes, los suavizantes, los geles de baño y hasta la higiene íntima sucede algo parecido. Tenemos un producto para cada momento y resulta que nuestra piel se irrita cada vez más a pesar de tanto jabón especial. Y venga aloe vera y venga infusiones de caléndula y venga cremas y y más cremas, que acabamos pareciendo más un pastel cremosito que un ser humano cabal.

De ahí viene la decisión de mi mujer de tocar a zafarrancho de combate contra la intolerancia química para regresar a los orígenes de los jabones neutros y los detergentes tolerables. Y ahí aparece, tachán, tachán, el maravilloso y baratísimo jabón Lagarto, tan poco cool, tan humilde, pero tan benéfico y práctico, empezando por la higiene íntima.

En casa, se ha obrado el milagro de los detergentes y los suavizantes. Desde hace 15 días, la ropa, el suelo de baldosas y la tarima flotante se lavan y friegan con un producto portentoso confeccionado a base de una pastilla de jabón Lagarto, tres cucharadas de bicarbonato y cinco litros de agua. Se mezcla y se elabora con paciencia y con el resultado, la ropa queda blanquísima, el suelo queda brillante y no hay mancha que se resista. Es más, las prendas con manchas persistentes y los paños de cocina quedan como nuevos si se frotan con un cepillo de dientes untado con el mejunje milagroso. Aunque lo más beneficioso es que la ropa se tolera mejor y la piel está más relajada, menos irritable.

Se preguntarán ustedes por el suavizante, que podría arruinar la neutralidad del Lagarto. Sencillo: mi mujer usa vinagre de manzana del más barato del mercado: una tacita de café con leche, o sea, 100 mililitros por lavadora. No hagan aspavientos, la ropa huele un pelín fuerte al sacarla, pero en cuanto se orea un minuto, huele a limpio y se siente suave.

¿Coste de la operación? Por dos euros tienes un litro de suavizante y cinco de detergente para lavadora y limpiasuelos. Yo estoy maravillado ante tamaña operación ecológica y económica. Mi piel descansa y mi mujer se dispone a experimentar con su milagro en el friegaplatos, amenazando así la supervivencia de la industria química en general.

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