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El fuego arrasa casas aisladas, mata ganado y calcina extensas zonas de pinar

El fuego arrasa casas aisladas, mata ganado y calcina extensas zonas de pinar

Las llamas, que siguen activas, calcinaron ayer unas 5.000 hectáreas y obligaron a evacuar a unas 1.400 personas

Antonio J. Armero

Sábado, 8 de agosto 2015, 08:19

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Donde 48 horas antes había un charco de agua fresca rodeado de pinos, con niños bañándose, padres de vacaciones y un restaurante con un terraza estupenda para sentarse a comer, beber y mirar, ahora hay un hombre solo que, a ratos, alza la vista y le ve la panza a los helicópteros que pasan cinco metros por encima de su cabeza. Juanma, el dueño del negocio sin clientes, echa la mano al bolsillo de su polo de rayas, se enciende un cigarro, apoya las dos manos en la barandilla que da a la piscina en la que se gana la vida, la Carreciá, y resume en una frase lo que ayer sucedió en la comarca de Gata. «Lo que me preocupa no es que se me haya fastidiado este verano, sino los treinta años que va a tardar esta sierra en regenerarse, y para entonces seguirá sin ser lo que era hasta hace dos días».

48 horas. Lo que sucedió en esa franja de tiempo es un incendio del que avisaron al mediodía del jueves dos jóvenes que andaban por el monte en su bici de montaña, que obligó a desalojar las piscinas naturales de El Jevero y La Cervigona, que la Junta de Extremadura dio por controlado y que al rato se reactivó con tal virulencia que en un día y medio fundió a negro más de cinco mil hectáreas verdes.

Esa cifra la dio el presidente, Guillermo Fernández Vara, a las diez y media de la mañana de ayer. Desde entonces hasta la medianoche, el fuego siguió bailando al son que le marcó el viento. Se movió entre los montes de Acebo, Hoyos y Perales del Puerto, coqueteó con los términos municipales de Gata y Villasbuenas, se asomó al de Cilleros, y a la hora de cerrar esta información, en torno a la medianoche, seguía de acá para allá, llevando bomberos forestales de una pista a otra.

Un panorama parecido al de la noche anterior. Entonces, se podía atravesar Perales del Puerto (977 habitantes censados) y Acebo (594) sin problemas. Pero durante la madrugada, la situación se complicó hasta el punto de tener que evacuar esos dos municipios, que en estas fechas doblan su población entre emigrantes y turistas. Nueve autobuses trasladaron a 1.400 vecinos a Moraleja, a tres instalaciones municipales que se llenaron. El ayuntamiento tuvo que emitir ayer una nota pidiendo «leche y galletas u otros alimentos», y unas pocas horas después, volvió a aparecer en las redes sociales para dar las gracias por la respuesta ciudadana e informar de que ya no necesitaba nada más.

Esos alimentos fueron al polideportivo, donde a las diez de la mañana de ayer había madres arropando a niños dormidos, grupos de jóvenes enganchados al smartphone y matrimonios de jubilados sentados uno junto al otro sin hablar. Arriba, más allá de la grada, con su teléfono conectado a un enchufe, estaba Francisco, monitor de un grupo de cuarenta niños de ocho a quince años, de Plasencia -de la asociación Algarabía y de la parroquia del barrio de La Data- que el día anterior habían comenzado su semana de campamento en Perales del Puerto. La aventura de siete días duró uno. «Nos avisó la Guardia Civil de que había que desalojar -relata Francisco-, y como a nuestro campamento, que se llama Los Hurones, se llega por un camino de tierra demasiado estrecho para el autobús, lo que hicimos fue subir a los críos en coches particulares y en los de la Guardia Civil y nos vinimos todos a Moraleja». A las diez y cuarto de la mañana de ayer, los críos volvieron a subir a un bus que los llevó de vuelta a casa.

Ellos son un ejemplo de lo que implica un incendio como el que anoche devoraba hectáreas en el norte extremeño. Otro ejemplo posible es Fausto Franco, ganadero que el jueves, esperando a ver si la Guardia Civil le dejaba pasar a su finca, preguntaba al periodista, «porque seguro que usted sabe más que yo de esto», si le pagarían algo en el caso de que sus cien ovejas y catorce cabras estuvieran muertas. Podría citarse también a Beatriz Rodríguez (80 años), vecina de Perales del Puerto que tiene una casa -«yo le digo casa, no me gusta llamarle chalé», matiza la mujer- en el campo, de la que no se movió por mucho que se lo pidió la Benemérita.

«A las tres o tres y media de la mañana nos llamaron por teléfono, nos dijeron que nos saliéramos de ahí porque era un peligro muy grande, pero cómo nos íbamos a ir, nos quedamos». Un sobrino suyo, de profesión bombero, le gritó que quitara las cortinas del porche de madera y cerrara las ventanas, y ella acató. «En la casa tenemos cuatro mangueras de treinta metros cada una -detalla Beatriz-, nos pusimos las mascarillas que tenía mi yerno, bueno yo un pañuelo en la boca porque ya no teníamos más, y no hemos vuelto al pueblo hasta las seis de la mañana, que cuando llegamos había una cola de coches que nos tuvo un rato parados». «Entre las tres o tres y media y las seis de la mañana, la Guardia Civil pasó por la casa tres veces, a decirnos que nos fuéramos, pero nos quedamos», concluye la anciana, que no fue la única que obvió las indicaciones de la autoridad.

Otros que se quedaron

«Pasaron llamando puerta por puerta y luego con megafonía, pero yo no me fui del pueblo porque no me daba la gana, porque las calles no se iban a quemar y tengo una parcela a las afueras que estar pendiente». Lo cuenta Tirso Rodríguez (el próximo sábado cumplir 78 años) con un chato de vino de pitarra en la mano. A su lado, otro vecino de Perales asegura que «fuimos muy pocos los que no nos movimos, se cuentan con los dedos de una mano». «El pueblo -añade- parecía una película, no había un alma en la calle».

Horas después, la claridad dejaba ver lo que había sucedido durante la madrugada. A las once de la mañana, los rescoldos humeantes saludaban a la entrada a Perales del Puerto y despedían a la salida. Trescientos metros más adelante, la Guardia Civil cortaba el paso. «Hemos venido de Francia para ver a mi madre, que vive en Peña Parda (Salamanca), y no nos dejan pasar», contaba Carmen, parisiense que había viajado con su marido y su hija Maeva. «¿Sabe si tardarán mucho en abrir la carretera?», preguntaba la mujer.

Ese y otros interrogantes entretenían el aire triste en las localidades de Gata durante todo el día de ayer. ¿Habrá que desalojar Hoyos (909 vecinos), situado entre Perales y Acebo? La duda se mantuvo durante todo el día, y finalmente no fue necesario. ¿Cómo es posible que de un incendio controlado nazca otro de tamaña magnitud? Mil hipótesis circulaban de corrillo en corrillo. No se sabrá ni eso ni el número exacto de hectáreas quemadas hasta que el fuego esté apagado. Y a la medianoche de ayer, esta aspiración compartida no parecía cercana.

El despliegue

Ayer, se pelearon contra las llamas casi todos los medios humanos y materiales de que dispone el Infoex (el plan contra incendios del gobierno autonómico), varios retenes de la limítrofe provincia de Salamanca, a la que también llegó el fuego, y una larga lista de recursos estatales. A las ocho de la tarde había en la zona ocho aviones, una decena de helicópteros, casi todos los retenes del Infoex, la Unidad Militar de Emergencias -que aportó 127 personas y treinta vehículos- y cuatro de las diez BRIF (Brigada de Refuerzo en Incendios Forestales, del Estado) que el Estado tiene repartidas por el país y están de huelga desde el pasado día 27. En concreto, acudieron las de Pinofranqueado, La Iglesuela (Toledo), Puerto El Pico (Ávila) y Laza (Orense). También 75 voluntarios extremeños de Cruz Roja, que trasladó desde Zafra (Badajoz) un equipo de cocina y desde Sevilla a un ERIE (Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias), con especialistas en atención psicosocial. El despliegue lo completaron dotaciones de la Guardia Civil y del Sepei (los bomberos de la Diputación de Cáceres).

Un operativo que se pasó el día de ayer yendo de foco en foco, tras un incendio que a expensas del balance final, ya tiene un sitio seguro en la lista de los peores que ha sufrido Extremadura en los últimos veinte años. Hace una década, ardieron en doce horas 9.000 hectáreas en Las Villuercas y 3.000 en Los Ibores. Y en el fatídico verano de 2003, que llegó a registrar 254 incendios en 18 días, se quemaron 15.000 hectáreas en Valencia de Alcántara (9.750 de ellas en un mismo fuego).

En el caso del que a la medianoche de ayer seguía castigando a la sierra de Gata, su rastro ya está a la vista de los turistas, que suponen un pilar en la economía de la comarca. Cuando las carreteras reabran, cualquiera que atraviese la zona en dirección a Ciudad Rodrigo (Salamanca), verá la huella de lo que está pasando ahora. Esa marca se muestra con crudeza a derecha e izquierda. En el mismo arcén ennegrecido. En el blanco de la pintura sobre el asfalto borrado. En señales negras en las que no se lee nada, como la que hay a medio kilómetro del cruce de La Fatela. Ahí hay también un edificio que hasta hace unos años era un restaurante. Ayer al mediodía, tenía el techo derretido, fundido el metal como si fuera plastilina. Y a cincuenta metros de allí, un camión con la mitad de su carga de madera aún ardiendo. Las ruedas desechas y los troncos reducidos a ceniza.

«Se promocionará la Sierra de Gata para que todo el mundo sepa que contra la belleza natural nadie puede, ni los elementos», prometió ayer Fernández Vara, que pasó por Moraleja para ver a los vecinos evacuados. «Ya llegará el momento de analizar cómo se ha actuado ante esta situación y si se ha estado a la altura de las circunstancias, ahora lo único importante es que se solucione», apuntó Luis Alfonso Hernández Carrón, portavoz del PP en la Asamblea extremeña.

El culpable al que la mayoría señala en Acebo, Perales o en Hoyos no tiene nombre conocido. En la comarca está extendida la tesis de que tras lo vivido hay un incendiario. Que ha dejado a 40 niños sin campamento. A muchos ganaderos preocupados por sus animales. Que ha obligado a una mujer de ochenta años a ponerse un pañuelo en la boca y coger una manguera de treinta metros. El fuego y sus mil consecuencias. La noche en vela de Juanjo. Su terrazas sin clientes. La piscina sin bañistas.

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