¡Viva la pluma!
Cuando el silencio se hace palabra ·
Toni Barquero
Domingo, 29 de junio 2025, 07:52
Viva la pluma porque, desde «la mariquita mala» hasta la resignificación de «ella», el camino pierde rumbo y en lugar de acabar con los prejuicios, ... los cambiamos, olvidando que el destino es la libertad de ser y mostrarse como se sienta o se quiera.
Para muchos, el primer pecado, mucho tiempo antes de que el deseo tocara a su puerta, fue la dulzura de su voz, el baile de sus manos, el vaivén de sus pasos, o que las faldas de colores iluminaran su propio espejo más que el parche de pirata. Y, cuando uno peca, o se redime o se rebela, pero en ambos casos el precio es muy alto: el dolor interno de una lucha sin descanso. En el primer caso porque es devastador dejar de ser para encajar, y en el segundo, porque el rechazo, las correcciones, las burlas, las exclusiones o las enmascaradas inclusiones resquebrajan la mejor armadura.
Me viene a la mente la irracional tortura a la que niños y niñas de otras generaciones, que por edad aún no sabían que era el enamoramiento, ni mucho menos la identidad sexual, sometían a aquellos otros que no hacían cosas de niños, ni se mostraban como ellos. Aquellos niños y niñas de ayer, las víctimas y los verdugos, hoy forman parte del motor del mundo.
Pero si aquellos niños «mamaban» en casa que el rosa era de niña y el azul de chico, y sin conocer el significado de novio o novia ya tenían que dar nombre a sus respectivos; resulta que a la altura del cuarto del nuevo siglo, inmersos en una sociedad abierta e igualitaria, las nuevas generaciones educadas supuestamente en la igualdad y muy libres, siguen dañando, eso sí, de forma más sibilina, a aquellos otros que salen del redil de la «buena apariencia».
Es hora de dejar de premiar la establecida normalidad y empezar a celebrar la diferencia
Pues sí, ondea la bandera arcoíris. El discurso oficial celebra la diversidad, proclama la igualdad y presume de una sociedad moderna y abierta. Pero parece ser que esa tolerancia viene con letra pequeña: homosexualidad sí, pero, por favor, en su versión discreta. Las locas y las marimachos mejor en las comedias.
En el cine, el teatro o la televisión, el personaje afeminado está para frivolizar (comentar qué se lleva, qué se ponen o con quién están) para hacer reír, para generar ternura o a lo sumo para denunciar una discriminación concreta, pero rara vez se le permite existir con naturalidad, sin subrayados, sin explicación.
Se les escucha menos, se les toma menos en serio, no protagonizan campañas, no lideran espacios políticos, no ocupan cargos visibles. La imagen pública del «hombre gay» sigue tendiendo hacia lo masculino, discreto, respetable ante la mirada heterosexual. ¿Será que ningún hombre con gestos asociados a la feminidad tiene la suficiente capacidad intelectual para ello?
Observo, sin embargo, que si la mujer tiene gestos masculinizados es más probable que pueda obtener un cargo de poder, eso sí, la caricaturización la tiene asegurada. ¿Será que poder y masculinidad no acaban de separarse?
Es urgente desmontar los mandatos de género que aún permean, incluso arraigándose con más fuerza dentro del propio colectivo. Es necesario repensar los espacios de representación, los discursos mediáticos y las narrativas culturales. Es hora de dejar de premiar la establecida normalidad y empezar a celebrar la diferencia, no como peculiaridad, sino como parte intrínseca de lo humano.
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