25 de abril
Los jueves al sur ·
Mané Montes
Jueves, 25 de abril 2024, 08:10
Once años recién cumplidos tenía aquella mañana de 'quinta-feira' en Portugal.
Nos levantamos temprano y desayunamos en Vila Viçosa en una calma supongo que ... tensa. Éramos cuatro: mi padre, mi abuelo Ruperto, un señor alto, grande y con acento fino al que mi padre y mi abuelo llamaban Don José, y yo.
Don José, era un reputado arquitecto, que quiso acompañar personalmente a mi abuelo en la compra de varios camiones de mármol rosa que, a la postre, revestirían varios vestíbulos de los edificios de las cooperativas de los maestros. También para su casa, la Huerta del Conde. Don José, después de compartir esta experiencia, se convertiría en Pepe Gutiérrez-Ulecia.
Visitamos varias canteras en Vila Viçosa, Estremoz y Borba donde los bloques se descartaban por sus coqueras o se seleccionaban por la belleza de sus vetas. Nos atendían con esa delicadeza portuguesa pero observamos que no había trabajadores, la palabra huelga rondaría por las cabezas adultas de mis acompañantes sin atreverse a mentarla. Por la mía un pensamiento único, quería llegar a Elvas y que me comprasen una bolsa de cochecitos antiguos, unas miniaturas que me entusiasmaban.
Llegó el momento. En la ansiada Elvas, con los cochecitos en mi poder, nos disponíamos a comer. Recuerdo un restaurante con un gran escaparate, con vistas a la carretera. Apenas hice caso de la comida pues me afanaba en jugar con mis flamantes coches, aunque de vez en cuando levantaba la cabeza y podía ver convoyes militares con tanques incluidos, eso, para un niño de esa edad, es un recuerdo imborrable.
Se lo comenté un par de veces a mi padre, que disfrutaba de una tortilla de gambas como si no hubiera un mañana, hasta que una de las veces, me dijo sin mucho convencimiento: estarán de maniobras. Los mayores no tomaron postre pero sí café y nos dirigimos a la frontera de Caia dónde nos cerraron el paso y nos dijeron que no podíamos salir del país.
Después de intentar convencer a los 'guardinhas' y negarse en redondo a nuestra solicitud, mi abuelo ordenó a mi padre, que era quien conducía, que diese la vuelta y regresase al restaurante donde habíamos comido. Una vez allí pude escuchar como el abuelo encargaba una conferencia internacional con el Sr. Gobernador de Badajoz, de parte del presidente de Mutualidades Laborales y Montepíos, o sea él. A la media hora, apareció un Dodge Dart interminablemente negro, con dos banderas de España en sus esquinas delanteras, dos chóferes, y dos motoristas de la Guardia Civil. Uno de los chóferes se montó sólo en nuestro coche, el resto en el coche negro, los motoristas nos escoltaron hasta pasar la frontera. Pararon, recuperamos nuestro vehículo y nos escoltaron hasta la entrada de Badajoz. Volvieron a parar, nos saludaron y nos despedimos. Nunca olvidaré esa aventura. Ya de mayor, me encanta rememorar este día que comenzó con una canción prohibida, su contraseña, el Grândola Vila Morena, y terminó llenando de claveles, esperanza y revolución, el alma de cañones y fusiles.
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