La deconstrucción del Bloque C
El objetivo era construir una nueva identidad, un nuevo relato que reinterpretase Aldea Moret como un espacio de posibilidades en el que ningún mal estaba predeterminado, libre del estigma que arrastra
Luis Salaya Julián
Ex alcalde de Cáceres
Viernes, 19 de enero 2024, 08:22
Hace más de ocho años, cuando fui candidato a la Alcaldía de Cáceres por primera vez, comenzamos a trabajar en cómo conseguir credibilidad en un ... barrio tan castigado y que arrastraba tantas decepciones como Aldea Moret. No era un proyecto a corto plazo, el objetivo era encontrar una palanca que nos permitiese recuperar definitivamente la confianza de sus vecinos en el poder de las políticas públicas. Dirección en la que seguimos trabajando intensamente a lo largo de los años siguientes hasta que, por fin, se ha materializado en el derribo del Bloque C. Ha sido casi una década más tarde cuando por fin he podido leer que se ejecuta la obra, que no es solo una obra, ni el fin de un proceso, sino un punto de inflexión para una transformación de mucho mayor calado. Un símbolo de la anhelada recuperación del barrio.
Allá por 2015 empezamos a tejer relaciones con algunos líderes comunitarios, gracias a los cuales pudimos entender un poquito más su realidad. Y es que no se puede comprender un barrio con una comunidad tan diversa observando desde un solo punto de vista. También comenzamos un diálogo frecuente con asociaciones, ONGs, el colegio Gabriel y Galán, la Iglesia, las comunidades evangélicas y la musulmana… y un largo etcétera que incluye a algunas representantes de comunidades de vecinos que han sido más importantes en el trabajo de estos años de lo que ellas mismas piensan.
La forma de verlo era diferente en cada caso, pero solían coincidir en el escepticismo respecto a que pudiésemos llegar a hacer algo significativo, y desconfiaban de que realmente quisiéramos hacerlo. Y así fue naciendo la idea de identificar un símbolo que pudiese generar credibilidad y confianza en las actuaciones futuras. El objetivo era construir una nueva identidad, un nuevo relato que reinterpretase Aldea Moret como un espacio de posibilidades en el que ningún mal estaba predeterminado, libre del estigma que arrastra.
Más tarde, durante los años en que fui alcalde de Cáceres, este proyecto estuvo presente en el día a día del Gobierno, especialmente en la conversación con María José Pulido, que siempre mantuvo un interés muy específico en conseguir mejorar las condiciones de vida en esta zona de nuestra ciudad. Algo que ya había dado importantes pasos en la legislatura de Carmen Heras, durante la cual no solo se vació el Bloque C sino que se hizo un gran esfuerzo en el barrio.
Aunque a nadie se le escapa que el derribo no era una demanda ciudadana, tras analizar mucho la realidad del barrio y la forma en que el edificio era percibido por quienes habían sufrido sus peores años, seguíamos convencidos de que la mejor aportación que esa mole de ladrillo rojo podía hacer a Aldea Moret era su desaparición. La reconversión del bloque sería un símbolo de la victoria de lo público, de lo común sobre la violencia, la marginalidad y la ocupación ilegítima del espacio público. Éramos conscientes de que habría sido más sencillo incorporarlo a algún proyecto europeo para transformarlo en una suerte de centro social, espacio de emprendimiento o un largo etcétera de proyectos financiables, sin siquiera considerar su encaje en la realidad del barrio, pero siempre llegábamos a la misma conclusión: era una enorme oportunidad para darle un impulso moral a los vecinos.
En este punto, sería absurdo omitir lo que todo el mundo puede comprobar abriendo un periódico: no nos dio tiempo a ver la demolición desde el gobierno, pero sí que logramos dejar en punto de no retorno el proceso de adjudicación. Cualquiera puede imaginarse la emoción que me produjo ver las imágenes del inicio del derribo hace unas semanas en este diario, así como el sabor agridulce que nos deja no poder dirigir el día después de un proyecto sobre el que teníamos un rumbo tan claro. Por ello, no me puedo resistir a detallar cómo hubiese sido (y cómo considero que debe ser) el día después del Bloque C.
Planteábamos la necesidad de un periodo de reflexión y debate sobre lo que quería hacerse a continuación. Un diálogo estructurado con los vecinos con la participación de quienes años atrás decidieron marcharse o se vieron obligados a hacerlo. Entre ellos, el papel protagonista estaba reservado para quienes conocieron el edificio en sus peores años, para quienes lo sufrieron, para algunos de los niños y niñas que se criaron dentro y para quienes vieron cómo en su barrio se deterioraba la convivencia a causa de las actividades que aquí se desarrollaban.
En este proceso de participación ciudadana debe tener un papel central el colegio Gabriel y Galán, que con su observatorio para la convivencia y, sobre todo, con su trabajo y lucha permanente con las familias de su alumnado, constituye seguramente el pilar más sólido de la acción comunitaria en Aldea Moret.
El derribo debe ser una reconstrucción de la percepción que se tiene de Aldea Moret desde fuera y, sobre todo, de la imagen que tiene de sí misma. Se trata de generar, en torno a esta demolición simbólica pero real, un espacio de diálogo en el que el barrio se reencuentre con sus antiguos vecinos y trabaje unido para decidir lo que debe ocupar el enorme hueco, simbólico y físico, que deja ya la ausencia de ese inmenso monumento a la marginalidad. La materialización de ese trabajo conjunto podría ser no solo una victoria, sino también una promesa de futuras victorias, mediante una inyección de autoestima. Victorias como convertir en normal lo que es normal en la mayoría de nuestra ciudad: la seguridad, la tranquilidad, la libertad y la convivencia.
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